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EL LIBERAL . Viceversa

Aprendizajes y experiencias en la vida de un docente y músico

Por Marcelo Perea. Fragmento anticipo del libro "La música como camino", a publicarse este año.

07/04/2024 06:00 Viceversa
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Atahualpa Yupanqui

Voy a contarles uno de los recuerdos más significativos, hermosos, profundos, que marcaron mi vida de músico desde joven. Solo hubo tres testigos, uno solo de ellos sigue en esta vida, el Coya Chavero, hijo de Don Ata. Mi querido Ica Novo, que partió hace poco, y que lo recordó en su muro de Face, (tengo que encontrar eso, porque nombraba el Hotel que yo ya olvidé, o preguntarle prontito al Coya) y Nenette, la compañera de Don Ata, que tampoco está ya entre nosotros. Quiero dar esta anécdota del alma, ya que me sirvió tanto, con la esperanza de que a otros les sirva. Tiempo de entregar todo.

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Tendría yo 22 años, cursaba mis estudios en la Universidad Nacional de Córdoba, ya estaba pronto a recibirme. Había aprendido a amar la música llamada Clásica, todas sus posibilidades expresivas, su profundidad, su increíble desarrollo, su mensaje en la historia. Al mismo tiempo, dentro mío vivía el Folklore, mi raíz Santiagueña, aquello que yo había mamado desde niño. Fue en ese momento que conocí la música del gran Atahualpa Yupanqui, y quedé fascinado con ella. Su profundidad me atravesaba, sus palabras en reportajes, tales como "me preguntan mucho del silencio, debe ser que lo estoy nombrando demasiado", "De Bach se pasa directo a la vidala". En esa música, yo encontraba todo lo que había visto en la música clásica. Encontré alguien del Folklore nuestro que trabajaba esa profundidad, ese cuidado del sonido, ese mundo mágico escondido ahí. Para decirlo con palabras del gran Ata: "Un mundo en cada sonido". Me estudié toda su obra, repertorio, libros, visité el Cerro Colorado. Me atrapó el libro de Fernando Boasso sobre su amigo Atahualpa. Me pasaba noches escuchando "El payador perseguido", "La tarde", "Danza de la paloma enamorada", "Lloran las ramas del viento". El camino, el río, el viento, el silencio, los símbolos de Atahualpa. La tierra. El compromiso. 

Así me encontraba, cuando me enteré de que Atahualpa venía a Córdoba a la presentación de unos videos que habían hecho sobre él en Alemania, y eso sería en el Instituto Goethe. Sería una tarde, la agendé. En esos días, yo me encontraba engripado, no me importó, de joven tenía esas maravillosas locuras. Así que fui, entré, me senté lleno de emoción en ese pequeño y hermoso Teatro de Córdoba. Don Ata estaba sentado adelante, en primera fila, yo del medio para atrás. Vi los videos, hermosos, transcurrían en el Cerro Colorado: el fuego, el río, la música de Don Ata, el nido de cóndores. Entonces, el acto terminó. Atahualpa se levantó, y salió por el pasillo del medio, él en el centro, rodeado de gente. Y cuando pasó a mi altura, ese muchacho increíble que era yo, se paró al frente y le dijo: "Don Ata, yo quiero hablar con usted". La escena fue desconcertante. Don Atahualpa y toda la gente se detuvieron. Me miró. Se produjo un silencio. Me dijo: "Pretende mucho, usted, muchachito". Otro silencio. Le respondí: "Le dejo mi música, Don Ata". Y le entregué un cassette, con cuatro versiones de temas folklóricos en mi piano. El lo recibió, y dijo: "lo voy a escuchar", lo guardó en un bolsillo, y continuó caminando. 

Así terminó ese día, yo no dormí esa noche, averigué en que Hotel se hospedaba. Y a la mañana siguiente, temprano, estuve allí. Serían las 9 de la mañana, con fiebre y todo. Yo allí, entré, me paré en la puerta del comedor, ví que Don Ata, mesas adentro, estaba desayunando, con Nenette y el Coya. Hablé con un mozo, que transmitió el mensaje. El Coyita salió a la puerta. No sé que tenía yo en mi actitud, pero le dije: "Yo quiero hablar con tu papá". Y el Coyita, (quien sería mi amigo años después), entró de nuevo al Comedor. Al tiempito salió y me dijo: "En un ratito sale mi papá". Y Don Ata salió, me presentó a Nenette, aclarándome que ella era pianista, y esa fue una de las mañanas más esplendorosas de mi camino artístico, charlando con él, en el Hall, en un sillón, los dos. Le hice mil preguntas desde lo más profundo de mí, y la reunión terminó, ese precioso momento. No era época de teléfonos celulares, si no, hubiese yo tenido una foto de aquel maravilloso momento donde para mí se marcó un hito en mi camino. Algunas respuestas las guardo para siempre, porque eran muy personales de él y su camino artístico, en este ambiente muchas veces difícil, (vaya que lo comprobaría después) del Folklore, de la misma vida. Cuenta siempre con mi discreción, querido Don Ata. También le pregunté de la política y la música, y su respuesta también fue muy honesta, muy cruda, muy dura. También me la guardaré, al menos por ahora. Siempre agradeceré su franqueza. Pero sí quiero compartir las dos frases que me marcaron para siempre, y que siempre, siempre, las uso en clase con mis alumnas y alumnos, y siempre, siempre, las tengo presentes en mi vida artística. Las escribo, con emoción en los ojos, son dos. 

Una: "Una música tiene que tener verdad, m'hijo". Algo que nunca me olvidé, hablábamos de la chacarera. Cuando una música es verdad, honesta, de las tripas, auténtica, del corazón del hombre, fiel, noble. Esta se transformó en una verdad para mí, que confirmé muchas veces en los hechos del camino. Dos: "le veo buenas intenciones, muchacho. Si, le veo buenas intenciones. Pero hay que ver si usted quiere tener éxito, para eso solo hay que hacer unas cuantas cosas, o si usted es un artista, si usted quiere ser un artista, si usted va a ser un artista". Esta frase me marcó para siempre, y no dejé de confirmarla nunca, y es central en mi método de enseñanza, y también en mi camino artístico: hasta el último día, eludo las trampas del éxito superficial, del ego, y busco, y buscaré ser un artista, entender ese misterio. 

Atahualpa me dio su dirección de Palermo, en Buenos Aires, también la de Francia, en París. Me dijo que lo llamara. Como tantas veces en mi vida, me ganó la discreción, el pudor, el respeto, nunca lo llamé. Solo una vez, en el Hall de Radio Nacional Buenos Aires, yo me encontraba sentado, esperando no se qué en una de mis tantas luchas, y él pasó, ya viejito, por el pasillo central. Caminaba despacito, con ese típico poncho o manta sobre sus hombros. No me animé, no le hablé. Lo ví pasar, y fue la última vez que lo vi personalmente. Gracias, Ata querido, tu música sigue siendo señera para mí, tu versión de "La humilde", la mejor que escuché, y aquellas dos frases me marcaron para siempre. Gracias, Don Ata.

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