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EL LIBERAL . Santiago

 LA CONSTITUCIÓN FEDERAL DE 1853|Apostillas de los tiempos de la Organización Nacional

Por Eduardo Lazzari. Historiador.

05/05/2024 06:00 Santiago
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El 1° de mayo de cada año se conmemora la sanción de la Constitución Federal de 1853, magno acontecimiento que tuvo por escenario la ciudad de Santa Fe de la Veracruz que este año fue recordado con poco entusiasmo. Reiteramos, como lo hemos hecho en estas páginas en varias ocasiones que no cabe duda que en el ordenamiento de la historia, el 1° de mayo de 1853 merece ser considerado como una fecha tan extraordinaria como lo son el 25 de mayo de 1810, día de la Revolución de Mayo en Buenos Aires; y el 9 de julio de 1816, día del juramento de la Independencia argentina en San Miguel del Tucumán.   

Internas partidarias y unión para la organización nacional

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El gobernador entrerriano Justo José Urquiza era el líder de los dogmáticos, es decir aquellos federales que bregaban por una constitución escrita, herederos del pensamiento del malogrado gobernador porteño Manuel Dorrego. Luego de la batalla de Caseros, combate librado el 3 de febrero de 1852 que significó la derrota del porteño Juan Manuel de Rosas y de los federales que apoyaban el sistema de caudillos, Urquiza inmediatamente llamó a un gran acuerdo político que se plasmó fuera de su propia provincia, con la convocatoria a todos los gobernadores sin distinción partidaria, logrando la firma del Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos el 31 de mayo de ese año.

La templanza política de Urquiza queda demostrada cuando, ante la defección de Buenos Aires que buscó un solitario camino de organización, siguió adelante con el Congreso de Santa Fe, también llevado a cabo fuera del territorio del hombre más poderoso de su tiempo, lo que sumado a su negativa a participar directamente de la Convención, abrió las puertas a un espacio de libertad inédito en los debates. El 20 de noviembre de 1852, en la sala capitular del antiguo Cabildo de Santa Fe, edificio lamentablemente demolido a principios del siglo XX, comenzaron los debates entre los 25 convencionales, dos por cada provincia salvo La Rioja que envió uno solo.

A pedido de Urquiza, la pluma del tucumano Juan Bautista Alberdi brindó a través de las "Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina" el cimiento intelectual que fue magistralmente interpretado por el santiagueño José Benjamín Gorostiaga, quien por su don de gentes, su redacción precisa y su contracción al trabajo, fue el protagonista principal del Congreso, marcando además la reconciliación simbólica de dos provincias en el pasado enfrentadas: Tucumán y Santiago del Estero.

Los diputados de las provincias que parieron la Constitución

Hay que destacar que la mayoría de los diputados eran antiguos unitarios que aceptaron la invitación de Urquiza de organizar en federación el país, resignando sus propósitos de un sistema de unidad de gobierno, a cambio del compromiso del entrerriano de someterse a la ley suprema, dejando de lado el sistema de caudillos. Ese acuerdo general terminó con un cuarto de siglo de guerras civiles, ya que se puso en marcha un sistema de alianzas políticas que permitió el progreso del país a través de los principios enunciados en el Preámbulo de la Constitución, redactado por la pluma elegante de Gorostiaga, virtual redactor de la carta Magna. El ilustre Paul Groussac, gran cronista de nuestra historia, dejará para la historia esta frase: "...desde el principio al fin domina Gorostiaga la situación parlamentaria. Si fuera lícito admitir que tenga un autor la constitución federal que rige la república, deberá aparecer como tal Gorostiaga y no Alberdi". Debe ponerse en marcha el gran homenaje que merece el más ilustre de los santiagueños. 

El listado de los ciudadanos que pusieron en marcha la Organización Nacional merece ser recordado: Manuel Leiva y Juan Francisco Seguí por Santa Fe; Juan María Gutiérrez y José Ruperto Pérez por Entre Ríos; José Benjamín Gorostiaga y Benjamín Lavaisse por Santiago del Estero; Agustín Delgado y Martín Zapata por Mendoza; Pedro Díaz Colodrero y Luciano Torrent por Corrientes; Salvador María del Carril y Ruperto Godoy por San Juan; José Manuel Pérez y Salustiano Zavalía por Tucumán; Delfín Huergo y Juan Llerena por San Luis; Facundo Zuviría y Eusebio Blanco por Salta; Pedro Centeno y Pedro Ferré por Catamarca; Santiago Derqui y Juan del Campillo por Córdoba; José de la Quintana y Manuel Padilla por Jujuy; y Regis Martínez por La Rioja, única provincia que tuvo un solo representante.

Los convencionales religiosos y los de otros oficios en Santa Fe

En el Congreso de Tucumán los sacerdotes y religiosos fueron casi la mitad de los integrantes, y aunque también en Santa Fe hubo presencia clerical, ésta fue menguada, como una demostración del crecimiento de la actividad política y sobre todo de la excitación pública que provocaron las guerras civiles argentinas. 

El padre Pedro Zenteno, catamarqueño de Piedra Blanca, había estudiado en Córdoba y fue ordenado sacerdote para volver a su provincia y ser el párroco de la iglesia matriz de Catamarca. Fue diputado de la primera legislatura provincial en 1821 y fugaz gobernador en 1834, por sólo 37 días. En el Congreso de Santa Fe fue el orador de pensamiento más conservador, a pesar de lo cual fue el primer diputado en firmar la Constitución luego del presidente del Congreso. Murió al poco tiempo en su provincia natal.

Fray José Manuel Pérez tuvo una importancia muy grande en la vida de su orden religiosa en la Argentina, llegando a encabezar en el país la Orden de los Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán. Fue durante 24 años diputado en la legislatura de Tucumán. Luego del Congreso fue propuesto como obispo de Salta, pero rechazó el nombramiento y se dedicó a la vida conventual hasta su muerte en 1859. 

El santiagueño Benjamín Lavaisse fue hijo de un general que luchó bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte, llegado al Río de la Plata en 1817 casándose en Santiago del Estero. Fue muchos años cura párroco de Tulumba y explicaba sus posiciones políticas con una frase extraordinaria: "Yo soy puramente gubernamental... no pertenezco a partido o persona alguno". En Santa Fe fue defensor de la libertad de cultos por el fomento de la inmigración, en tanto no supusiera restringir la posibilidad proselitista de la Iglesia, demostrando una posición de avanzada poco común en su tiempo. Murió al poco tiempo durante un viaje a Jujuy en 1854.

A estos tres ciudadanos sacerdotes se sumaron 18 abogados que fueron diputados del Congreso. Pero otras profesiones y oficios estuvieron representados en Santa Fe: deliberó un médico, Luciano Torrent; un agrimensor y poeta, Juan María Gutiérrez; un educador, Agustín Delgado; un periodista, José Ruperto Pérez; un empresario minero, Ruperto Godoy; y un militar, el brigadier general Pedro Ferré. 

El Sermón de la Constitución

Uno de los hechos fundamentales que permitieron la puesta en marcha de los preceptos constitucionales elaborados en Santa Fe fue el apoyo decidido de una de las figuras más respetadas del país por entonces, el sacerdote franciscano Mamerto Esquiú, vicario foráneo de Catamarca, dependiente del obispado cordobés. El 9 de julio de 1853, en la iglesia matriz de su provincia, fray Mamerto dio el sermón celebratorio de la Independencia Argentina. Es uno de los textos liminares de la historia del país, lamentablemente poco conocido, en el que Esquiú, ya proclamado beato por la Iglesia Católica luego de enfrentar la resistencia vaticana por su apoyo a los preceptos liberales, expresó con claridad el estado de cosas y propuso el camino que la Argentina debía seguir, a pesar de las discordias anteriores. 

"¡República Argentina! ¡Noble patria! ¡Cuarenta y tres años has gemido en el destierro! medio siglo te ha dominado su eterno enemigo en sus dos fases de anarquía y despotismo! ¡Qué de ruinas, qué de escombros, ocupan tu sagrado suelo! ¡Todos tus hijos te consagramos nuestros sudores, y nuestras manos no descansarán, hasta que te veamos en posesión de tus derechos, rebosando orden, vida y prosperidad! regaremos, cultivaremos el árbol sagrado, hasta su entero desarrollo; y entonces, sentados a su sombra, comeremos sus frutos. Los hombres, las cosas, el tiempo, todo es de la Patria". Esta extraordinaria proclama impulsó la aceptación popular de la Carta Magna, ya que define al país como una claridad sencilla que pudo ser entendida por los pueblos a lo largo y a lo ancho del país.

Esta gran oración laica, que merece ser recitada cada día por los argentinos, culmina con las siguientes palabras: "Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad; existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina; y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el cielo de la bienaventuranza en el padre, en el hijo y en el espíritu santo, por quien y para quien viven todas las cosas". Fue tal la repercusión del sermón que el propio director supremo provisorio, el general Justo José de Urquiza, ordenó su impresión para ser repartido en toda la Confederación, haciendo así más fácil la comprensión de las ventajas del respeto a la Constitución.

Por estas palabras fray Mamerto Esquiú, que moriría en 1883 siendo obispo de Córdoba, fue llamado el "Orador de la Constitución", título que figura en la causa de canonización que se lleva adelante en Roma para consagrarlo santo de la Iglesia Católica. Su cuerpo está sepultado en la Catedral de Córdoba, aunque su corazón, que se veneraba en Catamarca, ha sido robado y no encontrado hasta hoy. 

 

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