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EL LIBERAL . Viceversa

La revolución libertadora: ¿Héroes o canallas?

POR EDUARDO LAZZARI, HISTORIADOR

ATENTADO EN EL SUBTE

ATENTADO EN EL SUBTE.

17/09/2023 06:00 Viceversa
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La revolución libertadora: ¿Héroes o canallas? La revolución libertadora: ¿Héroes o canallas?

Los historiadores, a veces, se sienten tentados a contar episodios de los que han sido protagonistas o testigos, pero que sin duda se ven deformados- por la propia visión de tal manera que su valoración hace conveniente dejarlos de lado.

Pero también ocurre en estos tiempos que la prolongación de la vida humana y de la mejora de la calidad de esa vida permite a gente de mucha edad llegar en perfectas condiciones, con solo menguan el ritmo de trabajo, dedicados al relato histórico que incluye hechos ocurridos hace quizá demasiados años para una vida normal y que sin embargo transcurrieron en plena conciencia de quien se convierte en cronista.

Estos desafíos pueden ser enfrentados cuando el historiador cuenta con la suficiente honestidad intelectual y no se deja tentar por la demoníaca utilización de la historia para condicionar o intentar modificar el presente desde una perspectiva política o simplemente personal. El caso de Isidoro Ruiz Moreno es un ejemplo del historiador pleno que es capaz de revisar la historia sin imponer su visión de los hechos, su valoración de los protagonistas y su propia convicción sobre los mismos.

Me permitiré contar una anécdota personal cuando lo conocí a Ruiz Moreno, con el fin de proponerle participar en un programa de televisión dedicado a los grandes guerreros de la historia argentina, que por entonces conducía el genial Mario Markic. Lo llamé a don Isidoro a su casa, me atendió gentilmente y aceptó que nos encontráramos en "La Biela", el tradicional bar porteño de la Recoleta. Al llegar ese domingo a las seis de la tarde y sin anestesia mi admirado historiador (había ya leído más de una decena de sus libros) me dice: "Lazzari, no debí aceptar esta invitación, ud. ha llegado casi al límite de la ofensa". Yo, totalmente sorprendido, traté de pensar que desliz podría haber cometido, pero él continuó: "Las seis de la tarde no es hora para un café, es hora para compartir un whisky". Fue el momento en el que me di cuenta que nos íbamos a convertir en amigos. Un historiador con humor es bastante menos frecuente que lo que la mayoría de la gente puede pensar.

Valga esta introducción para decir que el libro "La Revolución del '55" de Isidoro Ruiz Moreno es un monumento a la historiografía, ya que el autor realizó un esfuerzo formidable para encarar centenares de entrevistas con los protagonistas directos de uno de los episodios políticos de mayor enfrentamiento de la historia moderna del país, que no dejó argentinos fuera de la discusión, y que mostró una capacidad de destrucción social que pocos esperaban tiempo antes en la Argentina.

Además de recomendar su lectura, vamos a dedicar este artículo de hoy en las páginas de "EL LIBERAL" para indagar en algunas anécdotas con el fin de profundizar en aquel tiempo violento que ya se aleja en la memoria, ocurrido en la medianía del siglo XX. Es de gran importancia establecer el contexto en que se produjeron los dantescos episodios de 1955.

LOS ANTECEDENTES VIOLENTOS

Establecer los períodos históricos siempre ha sido una tarea controvertida, ya que pueden tomarse distintos criterios para ello.

En ese sentido, fijar una fecha en la que la violencia política comenzó en el siglo XX es una tarea difícil. Pero el año 1953 significó una escalada imposible de disimular. El 15 de abril de ese año, en medio de una manifestación en la plaza de Mayo en la que hablaba el presidente Juan Perón, fue detonada una bomba en la estación del subterráneo contigua a la Casa Rosada, que provocó seis muertos y un centenar de heridos. La multitud enardecida una vez que se supo del hecho comenzó a pedir "leña" contra la oposición y las palabras del presidente poco ayudaron a la calma: "Compañeros: creo que, según se puede ir observando, vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo. Eso de la leña que ustedes me aconsejan ¿por qué no empiezan ustedes a darla?".

Una vez desconcentrada la manifestación al finalizar el discurso de Perón, grupos de militantes peronistas se dirigieron hacia la Casa del Pueblo, la sede socialista de la avenida Rivadavia; el Jockey Club en la calle Florida; el Comité Radical de la Capital en la calle Tucumán y la sede del Partido Conservador en la calle Rodríguez Peña, procediendo a su saqueo y su incendio, que en el caso de la Casa del Pueblo y del Jockey Club obligó a la demolición posterior de los edificios.

En un aval del gobierno a estos desmanes, el Congreso aprobó una ley que declaró disuelto el Jockey Club y confiscó sus bienes, a la vez que acusó a las agrupaciones políticas opositoras de haber provocado sus propios ataques.Es la opinión de quien esto escribe que a partir de ese momento, la lucha política tuvo un cambio de cualidad y se convirtió en la búsqueda de la eliminación del contendiente, lo que alcanzaría el paroxismo dos años después.

CONFLICTO CON LA IGLESIA CATÓLICA

En 1953 el gobierno del presidente Perón inició una serie de acciones que malquistaron su hasta entonces buena relación con la jerarquía católica argentina, encabezada por los cardenales Santiago Copello, arzobispo de Buenos Aires, y Antonio Caggiano, obispo de Rosario. La creación de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) fue interpretada por los obispos como una intromisión del estado en la tradicional acción religiosa que llevaba a cabo entre los jóvenes. Más adelante, la sanción de la ley de divorcio vincular,

la legalización de la prostitución y la supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, medidas implementadas todas en diciembre de 1954, fueron tomadas como un ataque directo contra la Iglesia, que además comenzó a sufrir la difamación de obispos y curas a través de la prensa adicta al gobierno.

Ya a comienzos de 1955 el ambiente general fue enrareciéndose y algunos funcionarios nacionales decidieron renunciar al gobierno, a raíz de la violencia personal que les provocaba el enfrentamiento entre Perón y la Iglesia Católica. Hay un ejemplo notable de dos hombres que habían compartido sus estudios universitarios: el del ministro de Comercio Exterior Antonio Cafiero, quien dejó el cargo el 15 de abril, aunque sin romper con el partido oficialista; y el del contador fiscal y jefe de la Oficina de Contabilidad del PresupuestoNacional Cayetano Licciardo, quien no sólo se apartó de sus funciones, sino que decidió militar activamente en los sectores católicos enfrentados al gobierno.

Todos los años se realizaba la tradicional procesión de Corpus Christi, la más popular de las manifestaciones callejeras religiosas de Buenos Aires. Al comenzar junio de 1955 el Arzobispado solicita el permiso a las autoridades municipales para hacer la marcha por las calles. Al mismo tiempo, el gobierno nacional pide en forma perentoria la presentación de la escritura de la Catedral Metropolitana para demostrar la propiedad eclesiástica para que, en caso contrario, el templo pasara a ser regenteado por el Estado. Va de suyo que esa escritura no existió nunca ya que fue Juan de Garay quien adjudicó ese terreno a la iglesia matriz al fundar la ciudad en 1580.

El conflicto subió de tono cuando la intendencia de Buenos Aires negó el permiso para la realización en las calles de la procesión e intimó a la Iglesia a realizarla dentro de la Catedral. Finalmente el arzobispo Copello delegó la organización de la celebración de Corpus Christi en el obispo auxiliar Manuel Tato, quien sería desde 1961 el cuarto obispo de Santiago del Estero. Monseñor Tato decidió postergar del jueves 9 al sábado 11 de junio el acto litúrgico, que comenzó a ser visto como un formidable encuentro opositor al gobierno de Perón.

El 11 de junio de 1955 miles de personas, entre las que se contaban notorias figuras anticlericales como socialistas, comunistas y liberales, colmaron la Catedral y gran parte de las calles adyacentes. Al finalizar la procesión dentro del templo, los obispos Tato y Antonio Rocca salieron a los balcones del vecino Arzobispado y la multitud los ovacionó.

A continuación miles de fieles y otros que no lo eran tanto marcharon por la avenida de Mayo rumbo al Congreso Nacional, produciendo sonoras silbatinas al paso por las oficinas de los diarios oficialistas que estaban sobre ese paseo porteño.

Cerrando esa tensa jornada, sobre la noche, la Policía denunció la quema de una bandera argentina en las escaleras del Congreso, acusando a los opositores del hecho, que luego se demostraría como un armado propio desenmascarado por una investigación judicial, que provocó la renuncia del ministro del Interior Ángel Borlenghi, quien inmediatamente partió hacia el exilio.

El ambiente político y social estaba desmadrado y se vivían días de muchísima tensión, sin que el gobierno, la Iglesia o la oposición llevaran acciones rumbo a un diálogo que ya era visto como imprescindible.

Quizá la gota que rebasó el vaso fue la decisión del presidente Perón de expulsar del país al obispo Tato y a monseñor Ramón Novoa acusándolos de ser los instigadores de los desmanes. El 16 de junio el Vaticano hizo conocer la excomunión de todos los participantes en los actos contra la Iglesia. Ese día la dinámica de la historia cambiaría para siempre.

Dejamos para el próximo domingo en estas páginas de "El Liberal" el relato vinculado a los eventos ocurridos el 16 de junio y entre el 16 y el 20 de septiembre de 1955, días que significaron el inicio de un nuevo tiempo, culminación de un desencuentro que no debe volver nunca a nuestra política nacional.

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