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EL LIBERAL . Santiago

La revolución libertadora: ¿héroes o canallas? (Tercera y Última Parte)

Por Eduardo Lazzari, historiador.

30/09/2023 01:51 Santiago
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El golpe de estado de septiembre de 1955 iba a convertirse en el más disputado de la historia argentina. Nunca, ni antes ni después, una intentona de esta naturaleza iba a ser resistida por el gobierno constitucional durante una semana. Sin embargo, hay que destacar que a pesar de la desventaja numérica y de poder de fuego que padecían los rebeldes encabezados por el general Eduardo Lonardi y el almirante Isaac Rojas, el apoyo popular al levantamiento y la falta de voluntad de represión de los militares leales al gobierno del presidente Juan Perón iba a permitir el triunfo final de los sublevados y comenzaría el tiempo que la historia recordaría como la Revolución Libertadora. Los hechos que se desataron desde el 16 de septiembre iban a culminar el 20 con la renuncia fáctica de Perón y el 23 con la asunción del gobierno provisional por Lonardi y Rojas.  

La renuncia de Perón

"El Ejército puede hacerse cargo de la situación, el orden y el gobierno, para construir una pacificación entre los argentinos, empleando para ello la forma más adecuada y ecuánime". Este texto es parte de la renuncia que el presidente Juan Perón envía a la Junta Militar ad hoc que se había formado para la conducción de la represión a los rebeldes el 19 de septiembre por la mañana. La difusión radial de la carta de Perón por parte del general Franklin Lucero, ministro de Guerra y jefe de la Junta Militar, fue un balde de agua fría para los jefes leales, que interpretaron la actitud del presidente como el abandono de la lucha. Desde ese momento se paralizaron las acciones tendientes a frenar el golpe.

Lucero informa también su renuncia al ministerio y que la Junta Militar, formada entre otros por los generales Raúl Tanco y Juan José Valle, jefes del levantamiento de 1956, además de José Valle, José Molina, José Sánchez Toranzo y otros, iba a asumir el gobierno. Inmediatamente el almirante Rojas, ya rumbo a la capital y amenazando bombardear la destilería de La Plata, intima un parlamento en el crucero "17 de octubre" y el general Lonardi requiere que Perón presente su renuncia al Congreso, según marca la Constitución Nacional. Estos hechos marcan la falta de coordinación entre los jefes rebeldes.

El 19 es el día central de los acontecimientos, ya que desde el momento que se hace pública la carta de Perón comienzan varias unidades militares a pasarse al bando de los revolucionarios y para el mediodía del 20 de septiembre la situación había culminado un giro dramático que vacía de poder a Perón y a los líderes castrenses leales al gobierno. Pocas horas antes, en una reunión de la Junta Militar durante la madrugada, la súbita irrupción del general Francisco Imaz solicitando evitar la manipulación del Ejército y sobre todo frenar una posible guerra civil definió la situación, dando por renunciado a Perón. 

Durante esa madrugada un grupo paramilitar llamado "Alianza Libertadora Nacionalista", liderada por un personaje estrafalario y oscuro llamado Guillermo Patricio Kelly intentó un ataque a dependencias militares y se produjo un brutal enfrentamiento en la esquina de Corrientes y San Martín que terminó con la demolición de la guarida de Kelly, y aún hoy se pueden observar las marcas de los balazos en los mármoles del edificio "Trans Radio" en esa esquina porteña.

La cañonera "Paraguay"

Perón decide abandonar la residencia presidencial de la calle Agüero y se dirige a la Embajada del Paraguay, donde solicita asilo. Aún hoy se discute si la presencia de la cañonera "Paraguay" de la marina del país hermano, estaba casualmente o previendo el desarrollo de los hechos. A las 11 de la mañana del 20 de septiembre Perón se embarcó acompañado por el embajador Juan Chávez y el agregado militar Demetrio Cardozo. Comenzaba allí una saga diplomática ya que el gobierno provisional se iba a negar durante diez días a entregar el salvoconducto para la llegada de Perón al extranjero.

 Finalmente el buque partió hacia el norte por el río de la Plata y el Paraná el 25 de septiembre escoltado por los patrulleros "King" y "Murature". El 2 de octubre un hidroavión se ubicó al costado de la nave paraguaya, y en una maniobra no exenta de riesgo y peligro Perón abordó la aeronave y partió rumbo a Asunción. Comenzaría el largo exilio de 17 años del primer presidente reelecto consecutivamente de la historia argentina. El 20 de septiembre Lonardi en Córdoba se había proclamado presidente provisional y por medio del decreto 1 estableció la capital en Córdoba y solicitó el reconocimiento del nuevo gobierno a los países con los que la Argentina tenía relaciones diplomáticas.

El papel de la Iglesia Católica

Entre los obispos argentinos, también se produjeron disidencias respecto a la posición frente al gobierno de Perón. Los dos cardenales Santiago Copello, arzobispo de Buenos Aires y Antonio Caggiano, obispo de Rosario, tuvieron una fuerte disputa que culminó con el desplazamiento del liderazgo eclesiástico del porteño, quien mantuvo una actitud entre desconcertada y expectante que derivó en su internación en el sanatorio de la Pequeña Compañía. A pesar de que la tradición establecía que la precedencia le correspondía a Copello, Caggiano aprovechó la circunstancia para tomar el mando de la Iglesia que detentaría durante quince años. 

Hay que destacar también que los laicos católicos fueron muy activos en la resistencia al gobierno y el apoyo a los sublevados. En la iglesia del Socorro en Buenos Aires se grabó en el antiguo cine parroquial la primera versión de la Marcha de la Libertad, que se convertiría en el símbolo de la revolución. También en la iglesia de San Martin de Tours, lindera a la embajada del Uruguay, se imprimían panfletos rebeldes y se permitía la entrada de perseguidos políticos por el gobierno, que a través de una precaria escalera de madera, cruzaban el muro que les permitía llegar a la sede diplomática. Lo afirmado ha sido relatado por protagonistas de los hechos a quien esto escribe. Muchos padres de familia llevaban a sus hijos a ver las ruinas de las iglesias quemadas el 16 de junio de 1955 y adjudicaban la responsabilidad directamente a Perón.

El arzobispo de Córdoba, monseñor Fermín Lafitte, fue testigo presencial de los eventos ocurridos en la ciudad mediterránea y fue muy claro en el apoyo al levantamiento. Para septiembre de 1955 la mayoría de los obispos, incluyendo el de Santiago del Estero, José Weimann, había asumido una actitud de franca oposición a Perón luego de la andanada anticlerical de diciembre de 1954 con la aprobación del divorcio vincular, la supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y la legalización de la prostitución. Lafitte se entrevistó en varias ocasiones con Lonardi, insistiéndole al jefe de la revolución que una vez triunfante radicara el gobierno en Córdoba para evitar las "víboras de Buenos Aires". El arzobispo de Córdoba fue el inspirador del discurso reconciliatorio que Lonardi asumirá más adelante.

El apoyo eclesiástico fue contundente con la participación de los prelados en las ceremonias que en Córdoba y en Buenos Aires iban a tener lugar para la celebración del triunfo del golpe de estado y sobre todo en la asunción de Lonardi, que expresaría el deseo de pacificación de los obispos en el lema del general Justo José de Urquiza, pronunciado luego de la batalla de Caseros en 1852: "Ni vencedores ni vencidos". Lafitte estará junto a Lonardi en el balcón del derruido Cabildo cordobés y Caggiano presenciará el juramento del presidente provisional en la Casa Rosada.

La llegada de Lonardi y Rojas a Buenos Aires

El 23 de septiembre, en la primera acción política coordinada entre los dos jefes rebeldes, Lonardi y Rojas llegan a la capital y asumen la presidencia y la vicepresidencia provisional de la República. Lonardi llegó al Aeroparque en un vuelo militar desde Córdoba y una multitud acompañó a la comitiva de automóviles a lo largo de varias horas hasta la Plaza de Mayo. En el capot del auto de Lonardi iba en uniforme de fajina el jefe rebelde de la Brigada Aerotransportada, Julio Fernández Torres, que llegaría a ser Jefe de Estado Mayor Conjunto del presidente Raúl Alfonsín en 1983. 

El almirante Rojas arribó en el crucero "17 de octubre", nave insignia de la flota rebelde, a la dársena Norte del puerto de Buenos Aires, siendo recibido por decenas de miles de personas, para dirigirse inmediatamente a la Casa de Gobierno. La ceremonia de asunción fue multitudinaria y la Plaza de Mayo se convirtió en una asamblea de respaldo a la revolución. El escribano general de Gobierno Jorge Garrido llevó adelante el protocolo legal y tres soldados conscriptos, uno por cada fuerza armada, dieron al nuevo presidente los atributos: el bastón de mando y la banda presidencial al son de la marcha "Ituzaingó".

Vale la pena recordar que Rojas, el jefe más duro contra Perón, lo mismo que el general Videla Balaguer, habían sido condecorados con la medalla de la Lealtad Peronista, y que el propio Rojas había oficiado como edecán de la primera dama, María Eva Duarte de Perón. Es otro ejemplo del deterioro que el segundo gobierno peronista provocó en el apoyo incluso de algunos personajes que luego se convirtieron en sus más explícitos verdugos.

El luctuoso balance en vidas humanas, nunca esclarecido judicialmente, habla de unos ciento cincuenta muertos en la semana del levantamiento. Comenzaba el largo exilio de Perón, la inestabilidad de los gobiernos constitucionales y la transformación de los golpes de estado de simples acomodadores de la circunstancia política a verdaderos constructores de un sistema de poder estable y ajeno a la Constitución Nacional. Pero esa es otra historia, que abordaremos más adelante en estas páginas de "El Liberal".

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