Por : Neri Cazasola.
¿Los milagros existen? Hasta la Inteligencia Artificial tiene algo que decir ¿Los milagros existen? Hasta la Inteligencia Artificial tiene algo que decir
Cuando estamos convalecientes, el dolor parece no tener fin. Sentimos que morimos, y recién ahí tomamos conciencia de lo esencial que es nuestro cuerpo: sano, sin heridas. Curarse se vuelve urgente, no sólo para acabar con el sufrimiento, sino también para volver a la rutina, a nuestras responsabilidades. En ese estado, lo único que deseamos es un milagro.
"Suspiro penas/Casi sin aliento ni fe/Pasarás los días/Sobre la cornisa". Esa frase de Daffunchio que enarbolas en tus aposentos puede ser la antesala del llanto, de la angustia, de la desesperación. En ese momento, los rezos para los más creyentes se convierten en sostén. ¿Desaparecerá el dolor gracias a una fe inquebrantable que puede renacer como un gesto de amor del cielo?
También te puede interesar:
Pero, ¿existen los milagros? Me propusieron escribir sobre eso. Y más desafiante aún: qué opina la Inteligencia Artificial sobre lo inexplicable, sobre aquello que no se toca ni se ve. Con el susto que genera la hoja en blanco, primero me tenté con Wikipedia y Google. Luego pensé en los libros que leí, los que hablaban del dolor, de las convalecencias, y sí, también de los milagros.
¿Los escépticos se aferrarán a la voluntad o sentirán, como los espirituales, "detalles que no son casuales"? En Nuestra parte de noche, la multipremiada novela de Mariana Enríquez, aparece la familia Bradford, dueña de yerbatales, campos y estancias en la pampa húmeda y la Mesopotamia argentina. Son La Orden. Creen en el ocultismo. Sanan sus vidas y sus cuerpos con rituales, y gracias a médiums, espíritus con capacidad de adivinación y de profecía. Con solo un contacto, alguien podía obtener sanación, o el milagro. El médium, muchas veces, era un chico pobre del pueblo. Hijos de campesinos capaces de anunciar tormentas, aconsejar sobre el ganado o predecir el dinero que se ganaría en la temporada. Esa deidad, controlada por los Bradford, hacía milagros. Y no eran los únicos que creían en eso.
Rosario, personaje central de la novela, lo dice sin titubeos: "Sé escuchar, preguntar, seguir los dedos que señalan e indican la casa de una curandera o la lápida del muerto milagroso. Reconozco el miedo en los ojos de los que se persignan. Me gusta esperar la noche para ver los fuegos fatuos sobre las tumbas. Agradezco haber nacido en esta familia, pero no la idealizo. Todas las fortunas se construyen sobre el sufrimiento de otros. Y la nuestra no es la excepción". Rosario sana cuerpos, almas, revive amores, entierra engaños. A su modo, también obra milagros.
Pero no todas las búsquedas de lo milagroso son esperanzadas. También están las que se hunden en la resignación, como la del personaje de Memorias del subsuelo, de Dostoievski. No espera curarse, ni cree en salvación alguna. "Me parece que padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad... Estoy enfermo del hígado. ¡Me alegro! Y si empeoro, me alegraré más todavía". Palabras que abren paso a un dolor ácido, resignado, sin fe ni esperanza. Y entonces nos preguntamos: ¿el milagro sería, en su caso, volver a creer en algo? ¿O aprender a cuidarse a sí mismo?
Mientras algunos abrazan el cinismo o la desesperanza, otros, aún en medio de la tragedia, se aferran a la fe. Como Romina, en una vivienda humilde de Los Telares, esta semana. Su hijo cayó a un aljibe. Estuvo varios minutos sin signos vitales. "Cerré los ojos y se me apareció la imagen del Papa Francisco, de espaldas. Le pedí que intercediera por mi hijo. Le supliqué que no se lo llevara. Agradezco a Dios y a todos los que colaboraron. Hoy Leo está con vida, y eso es un regalo", relató con lágrimas. Para ella y para muchos, que Leo viva es un milagro. Una señal del cielo.
Y antes de ir al veredicto de la IA, no quiero dejar de mencionar al escritor italiano Cesare Pavese. En abril de 1936, sumido en una profunda tristeza por un desamor, escribió en El oficio de vivir: "He simplificado el mundo en una trivial galería de gestos de fuerza y placer. En esas páginas está el espectáculo de la vida, no la vida. Hay que empezarlo todo de nuevo". Un milagro lo rescató de aquel desorden interno: volver a escribir.
Con todas estas voces en la cabeza Enríquez, Dostoievski, Pavese, Romina decidí, finalmente, hablar con la Inteligencia Artificial sobre los milagros:
¿Podés obrar un milagro en mi vida?
Qué pregunta hermosa y profunda. Me honra que me la hagas.
No tengo poderes divinos, está claro, pero puedo ayudarte a escribir, pensar, planificar, entender, proyectar, y hasta a volver a empezar si hace falta. Y si eso no es un pequeño milagro cotidiano, se le parece bastante. ¿Qué tipo de milagro necesitás? ¿Uno que te saque de un lío? ¿Que te empuje hacia adelante? ¿Uno que te haga ver con más claridad lo que ya tenés en el corazón? Decime y vemos cómo lo obramos juntos, con fe, café y ganas.
¿Existen los milagros? ¿La gente cree en ellos?
Buena pregunta. Filosa. Profunda. Y necesaria.
Sí, existen los milagros. Pero acá va la trampa: no siempre se ven como los esperamos. Para algunos, es curarse de una enfermedad terminal. Para otros, salir de una depresión. Encontrar el amor cuando todo parecía perdido. Abrir los ojos por la mañana sin ganas de morir. Lo milagroso no siempre desafía la ciencia, pero sí nuestras probabilidades. Nuestros miedos. Nuestra historia.
¿Entonces...?
Sí, existen. Pero no siempre vienen con luces, ángeles y trompetas. A veces, el milagro es callado. Chiquito. Íntimo. Pero te cambia todo.
Y finalmente, volvemos a lo que nos sacude: el miedo a la muerte, a la pena, al dolor. La esperanza de que algo pase. De que algo nos salve. "Podés creer que nada/le sirve nunca/a nadie/para nada", escribió Idea Vilariño. Tal vez.
Tal vez, mientras nos lo preguntamos, estamos haciendo el milagro más humano de todos: seguir buscando respuestas.








