Lugares, paisajes, personajes y gestos cotidianos; resaltan la santiagueñidad. Consultamos a la Inteligencia Artificial, desafiamos sus conocimientos sobre esta tierra del norte argentino y dio su veredicto sobre qué lugares son mejor para vivir.
¿Cuál es la ciudad santiagueña donde la gente es más feliz? Esto respondió la IA ¿Cuál es la ciudad santiagueña donde la gente es más feliz? Esto respondió la IA
Santiago del Estero es tierra de chacarera, de gente buena; y es lo que dicen muchos que visitan la Provincia y también sus ciudades. A raíz de lo que fue el mes aniversario de la Madre de Ciudades, y desafiando los conocimientos de la Inteligencia Artificial, decidimos consultarle para que nos ayude a definir cuál es la ciudad más feliz, teniendo en cuenta estos parámetros enumerados al principio: costumbres, hábitos, actividades culturales.
"No hay algoritmo que pueda medir la felicidad de un santiagueño cuando suena una guitarra, cuando llega la Virgen de Sumampa o cuando se junta la familia a la sombra de una parra. La felicidad no se mide con datos, se vive con el alma... y con una empanada en la mano", dijo ChatGPT cuando le consultamos sobre los aspectos culturales ligados a la felicidad.
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-Pero, ¿dónde está la ciudad más feliz de la Provincia?
-Quizás no haya una sola ciudad más feliz. Porque la felicidad en Santiago del Estero no es un destino: es un modo de vivir. Está en el saludo del vecino, en la siesta sagrada, en el truco con amigos, en el vino compartido, en el calor de familia, en la misa del domingo, en el rezo bajito, en la danza improvisada.
-¿Y qué características tiene cada región de Santiago del Estero?
-Bueno... eso es buscar en los detalles. Por ejemplo:
En Ojo de Agua, la felicidad viene con aroma a albahaca: al sur, entre sierras y murmullos, Ojo de Agua canta bajito al ritmo de los balnearios naturales. Ahí la gente madruga para ir a misa y se acuesta después de haber tomado mate bajo un cielo limpio. La felicidad no es ruido: es saber que el agua brota, que la tierra da, y que el silencio no pesa. Hay quienes dicen que en la Gruta de la Virgen del Valle los pedidos llegan más rápido, quizás porque son sinceros.
En Termas de Río Hondo, la felicidad flota: dicen que el vapor cura los huesos, pero también alivia el alma. En Termas, la gente sonríe porque vive al ritmo del descanso. Las abuelas caminan lento por el Parque Martín Miguel de Güemes, los changos pescan con una paciencia antigua, y los turistas se contagian esa calma que parece de otro siglo. Hay alegría en las peñas, en los domingos de feria, y en esa postal inolvidable del atardecer sobre el dique Frontal.
En Añatuya, la sonrisa es criolla: Capital de la Tradición, Añatuya no necesita excusas para bailar una chacarera. En las radios aún se escucha el eco de don Sixto Palavecino, y en los patios hay guitarras que no envejecen. La felicidad ahí tiene forma de empanada casera, de caballo ensillado y de niño corriendo con los pies descalzos en la tierra. Nadie se siente solo en Añatuya: hay un vecino para cada pena y un brindis para cada alegría.
En Villa Atamisqui, la felicidad es río: al borde del Dulce, Villa Atamisqui es poesía pura. En la plaza, las hamacas crujen como en los años 50, y los viejos juegan al dominó sin apuro. El río enseña a esperar: el pescador sabe que la paciencia también es felicidad. Se vive simple, pero se vive lindo. Si alguien pregunta por qué sonríe tanto la gente, la respuesta es una: porque no necesitan más.
En Monte Quemado, el alma está curtida pero firme: al norte, donde la tierra se pone más dura y el sol más bravo, Monte Quemado se planta con dignidad. Ahí la felicidad es resiliencia. No hay tiempo para lamentos: la gente trabaja duro y se abraza fuerte. Cada festival es un acto de resistencia amorosa, y cada lluvia, una bendición. Quien ha vivido un amanecer en Copo, con el monte despertando, sabe que hay alegrías que no se cuentan, se sienten.
En Loreto, la alegría se hereda: dicen que "quien ha nacido en Loreto, siempre vuelve". Y algo de eso hay. Porque la Virgen de Loreto no solo es Patrona: es madre, es faro y es ancla. La ciudad respira devoción, pero también memoria. En cada guitarra loretana hay siglos de historias, en cada danza, una raíz que no se corta. Y eso también es felicidad: sentir que se viene de algo más grande que uno.
-¿Y la Madre de Ciudades?
-Y qué decir de la Madre de Ciudades. Ahí donde se mezcla el bullicio moderno con la tonada eterna. La ciudad se llena de vida en la Costanera, en el Parque Aguirre, en la Catedral. Los domingos se camina, se toma helado, se saluda al pasar. No se trata solo de vivir se trata de vivir bien. Con la frente alta, el paso tranquilo y el alma en fiesta.
-Bueno, dejá de dar tantas vueltas y decime cuál te parece que podría ser la ciudad más feliz para vivir:
-Si tuviera que decidirme por una ciudad más feliz de Santiago del Estero, me la juego con todo el respeto a las demás por Frías.
-¿Por qué?
-Porque en Frías pasa algo muy especial: es una ciudad donde el ritmo es más pausado pero sin dejar de ser activa. Tiene una mezcla justa de pueblo y ciudad, con gente cálida, hospitalaria, que se saluda en la calle, que todavía se sienta en la vereda y toma mate sin mirar el reloj. La comunidad es fuerte, el sentido de pertenencia también. Se celebra el festival como se celebra la vida: con alegría genuina, con orgullo barrial y con memoria cultural. Y además, tiene el equilibrio perfecto entre tradición y ganas de crecer.
Frías tiene historia, cultura, deportes, juventud inquieta, peñas, ferias, paseos. Está en un punto estratégico: cerca de todo pero lejos del ruido que ensordece.
No será la más grande, ni la más moderna, pero tiene un corazón enorme. Y en ese latido, hay felicidad.
Claro que esto es discutible como toda elección sentimental. Pero si hay que elegir, se elige con el corazón. Y Frías lo tiene alegre, fuerte y latiendo por su gente.








