Por Belén Cianferoni.
Crónicas de los imperfectos Crónicas de los imperfectos
Buscamos la tarta perfecta, esa que promete ser suave, alta, con frutas brillando como si vinieran del cielo... pero termina hundiéndose en el centro. Queremos el chocolate soñado, espeso, con aroma a gloria, y nos conformamos con uno que apenas derrite. El lomito impecable, jugoso, sin nervios ni sorpresas, pero siempre aparece uno que hace "croac" al morder. Y las heladeras esas que no congelan ni una lágrima.
Todo está estancado, es tan caro, la inflación muerde cada esquina y el bolsillo cruje. Igual buscamos lo imposible: lo perfecto, lo barato, lo rápido. Queremos el brillo sin el costo, el esfuerzo sin sudor, la foto sin el desastre de atrás. Pero no, gordi.
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Y tal vez ahí está el truco: entender que lo real no es la postal de revista, sino el detrás de escena. Es el tío renegando con la parrilla que no prende, la tía que improvisa una crema con lo que quedó, el nene que mancha el mantel nuevo y la abuela que, en vez de retar, sonríe. Eso somos: desorden envuelto en ganas.
Porque, aunque cueste admitirlo, necesitamos del otro para sostenernos. No se trata sólo de limpiar la mesa, sino de limpiar el alma. De entender que la imperfección compartida pesa menos. Que lo roto puede seguir sirviendo si alguien más te ayuda a pegarlo.
Porque cuando la fiesta termina, cuando las luces se apagan y el último invitado se va, la familia sigue ahí, limpiando todo. Barre las migas de la tarta fallida, lava las fuentes del lomito que fue "más o menos", guarda en frascos el chocolate que no llegó a ser. Y, en silencio, vuelve a empezar.
Y mientras tanto, afuera, todo sigue igual: precios que cambian en horas, promesas que se deshacen como merengue al sol, y esa sensación de correr sin avanzar. Pero adentro, en esa cocina que huele a mezcla de café recalentado y restos de fiesta, se cocina algo más fuerte: la terquedad de seguir. Porque aunque el mundo parezca venirse abajo, siempre hay alguien amasando otra tarta.
Quizás la perfección nunca llegue. Quizás la tarta siempre se hunda un poquito, el chocolate no espese y el lomito haga "croac". Pero ahí está la magia: en insistir. En reírse del desastre, en brindar igual con lo que haya, en levantar lo caído y volver a probar. Porque, al final, lo perfecto no llena la panza ni el corazón. Lo humano, sí.








