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EL LIBERAL . Santiago

Crónica de los incomunicados (y un video bonus)

Por Belén Cianferoni. 

Crónica de los incomunicados (Imagen creada por IA)

Crónica de los incomunicados (Imagen creada por IA).

31/08/2025 06:00 Santiago
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Pasó, señores y señoras: crucé la frontera de los 38. Todo se ve quieto. Yo lo veía más dramático y peligroso, pero no: es solo otra factura de luz nueva a pagar.

Festejé, pero no saqué muchas fotos. Me regalé un día sin el celular. Algo chiquito pero grande, de mí para mí. Brindé, me sentí amada y vi cómo se apagaba la luz del último día de mis treinta y siete años mientras escuchaba cumbia.

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Terminó el día y me enfrenté con la realidad de contestar mensajes, de observar lo urgente y separarlo de lo necesario. Imaginé la voz de mi padre felicitándome por no pasarme el día perdida en el "flash flash", como siempre.

¿Cuántas veces no miramos los ojos de nuestra familia por contestar un mensaje o ver un video de treinta segundos? ¿Cuántas veces usamos el celu en la mesa, diciendo "perdón, es importante", mientras los demás nos miran con tristeza, viendo cómo nuestra presencia se borra de su realidad?

Ayer comí un lomito espectacular en La Banda, pero mientras probaba las papitas me quedaba viendo la mesa de enfrente: cuatro personas, enfrentadas con el plato enfriándose, mirando videos en el celular. Reels de Instagram, la hipnosis de TikTok y toda la mar en coche nos están quitando algo más preciado que el dinero: estamos perdiendo tiempo. Se nos van de los dedos horas de amor.

Mientras la papita se acomodaba en el estómago y me tomaba un fernet, escuchaba cómo en una de las mesas un bandeño sentenciaba: "Están hipopotamizados con el celular". Casi escupo todo de la risa, casi bendigo la mesa con coca y fernet a los otros comensales. Me empecé a reír sola, como una mala espía que se ríe de un chisme. La Banda, no te mueras nunca.

Con mis amigos empezamos a recordar antiguas frases dichas por nuestras familias. Belén González evocaba a su madre recriminándole con cierta ternura a su viejo: "todo el día con ese titó". Los recuerdos de mi padre diciéndome "te estás perdiendo" se mezclaban con los hipopótamos hipnotizados de la mesa del frente.

Hace unos días fui a ver al "Dr. Chinaski" en el Renzi. Sí, irónicamente, lo conocía de las redes y de Instagram, pero se dio la oportunidad de escucharlo hablar en persona y quise ponerle carne a esa voz quebrada que solía ocupar el tiempo de mi celular. Es curioso ver cómo la realidad se resquebraja: sentía que la pantalla de mi celu se rompía y salía este personaje. Es cautivador ver que en otra parte de la Argentina existe alguien que comparte tus ideas y acompaña tu soledad, pero que jamás te conoció ni te conocerá.

El Dr. Chinaski en su disertacion en el Renzi. 

Lo que no fue inusual fue la cantidad de llamados que interrumpían el espectáculo. Chicos y chicas psicoanalistas: controlen ese superyó que les impide disfrutar de la función. Siéntense a existir en silencio mientras contemplan y escuchan. Curiosamente, ese es también su trabajo.

Y pienso en los cines, en esas personas que atienden el teléfono en medio de la función, que en vez de mirar la pantalla grande prefieren iluminarse la cara con la chica. Pienso en los recitales, donde miles de brazos no se alzan para aplaudir ni bailar, sino para sostener un rectángulo que filma lo que nadie volverá a ver. Una multitud de ojos que no miran, que graban. Que archivan un momento para no vivirlo.

Hacen un drama por compartir treinta segundos de su experiencia y, en ese gesto, la experiencia se les escurre entre los dedos. El mundo se está llenando de testigos ausentes: gente que estuvo ahí, pero no estuvo. Gente que eligió mirar la vida detrás de un vidrio, en vez de dejar que los ojos se embriaguen con lo que tenían enfrente.

Así como te digo una cosa, te digo la otra: no pude viajar a Jujuy para ver a mi sobrina jugar en la Sub-11 del seleccionado femenino de básquet contra el equipo local. Y sí, tenía un poco el corazón roto de no poder ir. Pero de repente, mi señora madre, con todo el cariño del mundo, sacó su celularcito y lo dejó quietito transmitiendo en vivo para que todas nosotras pudiéramos acompañar las canastas y los pases. Fue mágico, al igual que mi madre. Me sentí conectada a la distancia, revolucionada por el amor que me carcomía el corazón de no poder abrazar a esa pequeña gigante que manejaba la pelota como una extensión de su cuerpo.

Quizás la verdadera revolución sea algo tan sencillo como apagar el celular y volver a mirar de frente. A las personas, a la comida, a la música. A la vida.

Y cuando en verdad la situación nos apremie, cuando la distancia nos encuentre en puntos distintos del tiempo y el espacio, vamos a tener siempre una excusa para recordar que el amor vence al tiempo y a las adversidades con un botón y una sonrisa.

¡Felicitaciones a las gigantes del seleccionado santiagueño del sub-11 de basket!

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