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EL LIBERAL . Santiago

La Navidad, el misterio de la Encarnación del Señor

Por el párroco Gregorio Makantassis.

23/12/2025 06:00 Santiago
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La Navidad no es simplemente el recuerdo del nacimiento del Niño Jesús en Belén, ni una tradición cultural enmarcada por luces, ornamentaciones navideñas, encuentros sociales y celebraciones. Para la fe cristiana, la Navidad es ante todo el misterio teológico de la encarnación del Señor, un acontecimiento fundamental de la fe cristiana, que revela el corazón mismo de Dios y su proyecto de salvación para toda la humanidad.

La Navidad no es solo el recuerdo de un acontecimiento pasado e histórico, sino la contemplación de un misterio siempre vivo: el Dios eterno entra en el tiempo, el Increado asume lo creado, el Verbo se hace carne. En la Encarnación, Jesucristo no adopta una apariencia humana; asume plenamente nuestra naturaleza, con todo lo que ello implica, excepto el pecado.

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"Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1,14).

"Celebrar la Navidad, entonces, no es solo recordar un hecho del pasado, sino actualizar un misterio vivo: Dios sigue naciendo allí donde el corazón humano se abre a la fe, a la humildad y al amor". 

En la Navidad proclamamos con asombro que Dios se hace hombre. El Verbo eterno, por quien todo fue creado, asume nuestra carne frágil y entra en la historia humana sin privilegios, sin poder visible, sin imponerse. Este gesto revela una verdad profunda: Dios no salva desde la distancia, sino desde la cercanía. No redime al ser humano desde lo alto de su gloria, sino desde la humildad de un pesebre, compartiendo nuestra condición, nuestras limitaciones y sufrimientos humanos.

Desde la perspectiva bíblica, la Encarnación es el cumplimiento de las promesas. Tal como nos dice: Por tanto, el Señor mismo os dará señal: "He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel" (Isaías 7:14). Emanuel que traducido es "Dios con nosotros", lo anunciado por los profetas, se hace realidad. En Jesús, Dios no solo habla al hombre, habita entre los hombres. La Navidad nos enseña que el humilde pesebre, es el lugar de encuentro con Dios. Nada de lo humano le es ajeno: la pobreza, el trabajo, la familia, el dolor y la esperanza quedan asumidos y dignificados por Dios.

La elección de Belén y del pesebre tiene un profundo significado espiritual. Dios nace en la pequeñez, en la periferia, en lo que el mundo considera insignificante. Esto nos revela una lógica distinta a la del poder y el éxito: Dios se manifiesta en la humildad y la sencillez. La Navidad, por tanto, interpela al creyente a revisar sus criterios, a reconocer a Dios presente en los pobres, en los excluidos, en los silencios de la historia.

Asimismo, la Navidad es escuela de amor. En Lucas 2:11-12 leemos: "hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre". El Niño envuelto en pañales es la expresión concreta del amor divino que se dona sin condiciones. No exige méritos previos ni ofrece salvación como recompensa, sino como gracia. Celebrar la Navidad es acoger este amor y dejar que transforme nuestra manera de vivir, de relacionarnos, de servir. La fe en la Encarnación se vuelve auténtica cuando se traduce en caridad, justicia y misericordia.

Belén nos enseña el lenguaje del misterio: silencio, pobreza y humildad. María guarda y medita; José obedece en la fe; los pastores se maravillan; los magos adoran. La Navidad invita a detenernos, a despejar el ruido interior, para reconocer que Dios se manifiesta en lo pequeño y lo sencillo.

Celebrar la Navidad, entonces, no es solo recordar un hecho del pasado, sino actualizar un misterio vivo: Dios sigue naciendo allí donde el corazón humano se abre a la fe, a la humildad y al amor. En ese encuentro, el creyente descubre que la Navidad no es solo una fecha, sino una forma de vivir: con Dios entre nosotros y con nosotros caminando hacia la plenitud de la vida.

Finalmente, La Navidad es el anuncio de que Dios no se cansa de venir a nuestro encuentro. En el misterio de la Encarnación, el cielo se abre y la tierra se llena de sentido. Contemplar al Niño es aprender que el amor verdadero se hace cercano, y que la salvación comienza cuando dejamos que Dios habite nuestra vida. 

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