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EL LIBERAL . Viceversa

Un ritual de vida transformado en poesía

07/10/2017 23:55 Viceversa
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Un ritual de vida transformado en poesía Un ritual de vida transformado en poesía

Nada es absurdo/ mientras

sea posible/ reconstruirse

de la más absoluta

destrucción”. Así lo dice en

unos de sus versos Ana Giribaldi.

“Porque escribir un

poema, es reparar también

una herida, una desgarradura,

porque todos estamos

heridos”, decía Alejandra

Pizarnik, una verdad

que cala hondo.

Con una sinceridad

aplastante, Ana grafica su

intensidad humana volcada

en la poesía que emana

de la soledad, de los tiempos

que se fueron, el presente

y la esperanza puesta

en el mañana. Su espíritu

rebelde, ávido de revelaciones,

se ofrece como un péndulo

inquietante, y lo suficientemente

sensible como

para producir estupor, desde

el tono sensual y erótico

de la palabra. “La poesía, la

palabra, es para mí descubrimiento,

encuentro, indagación,

inflexión, aparición,

nombrar lo que debe

ser nombrado y aparecido,

es incisión, tocar fondo, y

es también, salir a flote, resurgir,

una celebración. La

poesía es donde soy, donde

me vinculo, alzo mi voz

e impregno mis huellas con

lo que voy aprendiendo de

la vida”, explica lisa y llanamente.

La escritora, profesora

de Castellano, Literatura

y Latín, danza en su poética

y nos cuenta como es ese

mundo por el que navegan

sus palabras, sus imágenes

sonoras, allí donde quizás

nunca encuentra respuestas,

pero siempre está acercándose,

allí donde “la vida

es un amanecer constante,

posible, ineludible” como

ella lo expresa, para ir en

busca de algo.

¿Qué tipo de mensaje

o contenido predomina

en la poesía de

Ana Giribaldi?

-Mi poesía puede dividirse

en dos etapas, fundamentales,

que tienen que

ver con el camino que voy

andando, construyendo,

aprendiendo. La primera

habla de quien era Ana en

un momento de mi vida de

búsqueda, de esa mirada

necesaria hacia uno mismo,

de indagar sobre mi

existencia, mi historia, que

particularmente, conduce

a la historia en épocas de la

dictadura de los 70. La memoria,

habla, entonces, de

mí y de esa historia. De lo

social. De los asuntos que

nos constituyen como seres

humanos: la contemplación

al otro, que no es uno,

o sólo uno, los dolores cotidianos,

no en lo físico, aunque

también, consecuentemente,

esos dolores internos,

hechos carne tantas

veces, las indiferencias, las

desigualdades, habla de las

desolaciones, el paisaje, lo

urbano, lo rural, habla de

hombres y mujeres, de género,

de vanidades, de desencuentros,

pero también

de las breves y benditas esperanzas

y certezas. La segunda,

es una vuelta de página.

Soy yo, habiéndome

encontrado. Habiendo renacido,

aunque suene cursi

o cliché, tras esos años de

constante búsqueda. Es haber

armado el rompecabezas

de mi vida, como mujer

con una historia por detrás

de la cual testimonio la posibilidad,

absoluta, de reconstruirse.

De reincidir,

incluso, cada día, cada noche,

en esa reconstrucción.

La vida, como amanecer

constante, posible, ineludible.

¿Por quiénes sientes

respeto y afecto en el

ambiente literario santiagueño?

-En el ambiente literario

santiagueño siento

afecto por las personas

que me provocan admiración,

respeto, seres que no

se detienen, que buscan

estrategias y las crean para

aproximarnos una voz

que diga algo más allá de

lo pactado, porque muchas

veces, la literatura, la poesía,

en este caso, es un pacto,

ese lugar donde se dice

o se habla prácticamente

con los mismos códigos,

alguien o un grupo de “alguienes”

indican qué es

materia de poesía, qué es

digno o no de considerarse

materia de lirismo, cómo

se expresa esa poesía... lo

supuestamente aceptado,

tolerado, pretendido... Me

gustan, tienen un lugar en

mis afectos esos seres que

con la tinta de la voz nos

sacuden el alma, con rabia,

con ternura, con pasión,

con la voz de cada uno, las

pupilas de cada uno: Diana

Beláustegui, Claudio

Rojo Cesca, Carlos Hopian

(si bien Hopian no es santiagueño

nato, pero sí por

adopción, afortunadamente),

Jorge Rosenberg, por

supuesto, y su mirada con

tanta simbiosis de lo dulce

y lo amargo. Esa nostalgia

que a pesar de su insaidad,

sabe pararse frente al

hoy para cuestionar asuntos

sencillos y también los

fundamentales.

¿Leer o escribir poesía

te ha ayudado a autodescubrirte?

-La voz, la manifestación

de la voz, ponerla como

le surge a uno, en mi

caso, la poesía, la palabra,

siempre sirve en esto de reconstruirse.

Decir, es abandonar

la oscuridad. Decir,

es nacer. En soles o en estrellas...

Decir es dar luz a

esos nacimientos que marcan

ciclos, etapas, determinaciones...

La poesía, la

palabra, es para mí descubrimiento,

encuentro, indagación,

inflexión, aparición,

nombrar lo que debe

ser nombrado y aparecido,

es incisión, tocar fondo, y

es también, salir a flote, resurgir,

una celebración. La

poesía es donde soy, donde

me vinculo, alzo mi voz

e impregno mis huellas con

lo que voy aprendiendo de

la vida.

Lo que debes saber
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