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EL LIBERAL . Santiago

Miguel Juárez Celman, el primer presidente que renunció

27/01/2018 22:13 Santiago
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Miguel Juárez Celman, el primer presidente que renunció Miguel Juárez Celman, el primer presidente que renunció

La provincia de Córdoba ha competido históricamente con

Buenos Aires por la primacía nacional. Fue la primera ciudad del

actual territorio argentino en tener universidad, la tercera de

América. Desde 1699 es sede del obispado más antiguo de la Argentina,

el del Tucumán, que se fundó en 1570 en Santiago del Estero.

Y su fama intelectual le ha valido hasta hoy el sobrenombre

de “La Docta”. También nació allí el primer poeta de nuestro territorio,

don Luis de Tejeda. En la continuidad de esa tradición,

el presidente Sarmiento la hizo sede de la Academia Nacional de

Ciencias y del primer Observatorio Astronómico del hemisferio

sur. Algún autor ha dicho que la “cordial enemistad entre cordobeses

y porteños” ha sido la tensión que mantuvo unida a la Argentina.

Y la historia muestra que la antigua gobernación colonial y la

posterior provincia argentina fueron semillero de grandes políticos

y dirigentes de estas tierras. El marqués Rafael de Sobremonte

y Núñez, un sevillano noble que se trasladó a las Américas

en 1780 como secretario del recién creado Virreinato del Río de

la Plata y que se iba a convertir en el primer gobernador intendente

de Córdoba del Tucumán tres años después, fue un magnífico

gobernante que durante tres lustros se destacó por el progreso

que impuso a su jurisdicción, allanándole el camino para

ser el cuarto Virrey del Río de la Plata. La invasión de los británicos

en 1806 iba a poner final a su carrera, ya que el apego a los

reglamentos en semejante situación de crisis (la protección de

los fondos reales, su retiro hacia Córdoba y el abandono de la

capital) provocaron su destitución en el cabildo abierto de 1807,

olvidado en el relato histórico de esos años, y que fue antecedente

de la revolución de mayo de 1810.

Varios fueron los presidentes argentinos nacidos en Córdoba:

Santiago Derqui, José Figueroa Alcorta, Fernando De la Rúa y

el protagonista de las anécdotas de hoy, don Miguel Juárez Celman.

Varios se destacaron en la política nacional y es curioso

que sólo el presidente del Centenario, Figueroa Alcorta haya terminado

su mandato, que se inició como compañero de fórmula

del porteño Manuel Quintana, que murió en 1906, dejando al cordobés

a cargo. Vale como anécdota que la provincia de Córdoba

es la segunda en cantidad de presidentes constitucionales argentinos,

y todos nacidos en la capital.

Miguel Juárez nace en la ciudad de Córdoba, en el seno de

una familia con más de un siglo en “La Docta”, el 29 de setiembre

de 1844, y es bautizado al día siguiente en la Catedral Nuestra

Señora de la Asunción con el nombre de Miguel Gerónimo del

Sagrado Corazón. Su infancia transcurre en esos años de la guerra

civil y es estudiante del Colegio de Montserrat, donde conoce

al primer santo argentino, su comprovinciano José Gabriel del

Rosario Brochero. Ingresa en la facultad de Derecho de la Universidad

Nacional de Córdoba, donde recibe el título de abogado

en 1869 y se doctora en Jurisprudencia cuatro años después.

Su pertenencia a una antigua familia mediterránea lo vincula

con la joven Elisa Funes, representante de uno de los clanes fundadores

de Córdoba, los Díaz, propietarios de la estancia Santa

Catalina, vieja pertenencia jesuita. Se casan en la catedral cordobesa

el 20 de abril de 1872. Unos meses después, en agosto,

en el mismo lugar, la hermana mayor de Elisa, Clara Dolores se

casa con Julio Argentino Roca. Miguel y Elisa tendrán once hijos

a lo largo de dieciséis años. Vivirán en armonía durante treinta y

siete años. Los concuñados Julio y Miguel tendrán por delante

dieciocho años de cooperación política y luego años de una enemistad

eterna.

A los treinta años fue elegido diputado provincial, en 1874 y

tres años después pasó al Senado de Córdoba. La muerte del

gobernador electo Clímaco de la Peña deja en ese cargo a Antonio

del Viso, quien lo nombró a Juárez Celman su ministro de gobierno,

donde comenzó a mostrar su capacidad de gobernante

y su sintonía con los tiempos liberales que vivía el país. Ocupó

ese cargo entre 1877 y 1880. Su lealtad al presidente Avellaneda

durante la revolución encabezada por el gobernador bonaerense

Carlos Tejedor, lo impulsó a la gobernación de su provincia. Asumió

el 17 de mayo de 1880, luego de un intento revolucionario encabezado

por Lisandro Olmos. Eran tiempos en los que el período

gubernamental en Córdoba era de tres años.

Su gobierno fue progresista y de gran dinamismo. Creó el Registro

Civil, obligó a la sepultura en los cementerios estatales,

fomentó la colonización de los inmigrantes, construyó el primer

dique de San Roque, que permitió resolver el problema de la provisión

de agua corriente en la capital provincial, instaló varias

escuelas y hospitales, mostrando en términos políticos un anticlericalismo

explícito que lo enfrentó con el vicario a cargo del

obispado luego de la muerte de Fray Mamerto Esquiú, monseñor

Jerónimo Clara, que ordenó a las familias católicas no enviar sus

hijas a los establecimientos a cargo de las maestras estadounidenses

que fundaron las escuelas normales argentinas, en general

protestantes.

Durante su gobierno provincial se manifestaron dos características

del carácter de Juárez Celman, que para ese entonces

usaba habitualmente su doble apellido, su fundamentalismo liberal

que le impedía ser pragmático en algunas circunstancias, y

su intolerancia a la crítica, lo que lo llevó a rodearse de aduladores

y obsecuentes. Su presencia en el plano nacional de la política

había sido evidente como jefe de la liga de gobernadores que

apoyaron en 1880 la candidatura presidencial de Julio Argentino

Roca, impulsando su prestigio obtenido por la exitosa campaña

al desierto, con la que el Estado nacional había tomado posesión

de más de un millón de kilómetros cuadrados en esos años.

Al finalizar su mandato como gobernador, fue elegido senador

nacional, dentro de la costumbre establecida en esos años

de convertir a la Cámara alta del Congreso en una reunión de ex

gobernadores de prestigio. Allí se destacó en el carácter de mediador

entre el gobierno nacional, presidido por su concuñado, y

los gobiernos provinciales, mostrando una astucia notable para

convertirse en un personaje indispensable de la política nacional.

Su oratoria, sin embargo, no era muy destacada por lo que no tuvo

gran participación en los debates legislativos. Hacia 1886 varios

de sus aliados políticos del interior promovieron su candidatura

a la presidencia, con el apoyo apenas disimulado del presidente

Roca, por lo que su camino parecía expedito hacia la Casa

Rosada.

Domingo Faustino Sarmiento criticó ácidamente la nominación

de Juárez Celman, diciendo que no hablaba bien de la República

que para ser candidato hubiera que ser “el marido de la

hermana de la mujer del presidente que se iba” refiriéndose a la

condición de concuñados entre el cordobés y el tucumano Roca.

Esa campaña de 1886 fue la primera en la Argentina en que se dio

un proselitismo de los candidatos a la usanza estadounidense. El

adversario de Juárez Celman era Bernardo de Irigoyen, que recorrió

el país en tren visitando las catorce provincias históricas.

Es un gran detalle destacar que en los territorios nacionales que

abarcaban la mitad de la superficie del país, su población no votaba.

El respetable Irigoyen sufrió varios contratiempos por parte

de los partidarios de Juárez Celman, sobre todo en Córdoba,

donde su tren fue tiroteado un par de veces.

En abril se hicieron las elecciones y el triunfo de Miguel Juárez

Celman fue importante. Asumió la presidencia el 12 de octubre

de 1886. Era el cuarto presidente del interior del país consecutivo,

luego de Sarmiento, Avellaneda y Roca. Desde su asunción,

se convirtió en una protagonista social de relevancia su

suegra, doña Eloísa María de las Mercedes Díaz de Funes, quien

se presentaba como la única suegra de dos presidentes en la historia,

y pretendía un sitial de honor por tal condición en cualquier

evento artístico o político. Comenzó su gobierno en medio

de una creciente euforia económica y una mayor apatía política,

que fueron germen de la gran crisis que sobrevino años después

y le costó su renuncia. Tenía 42 años. Evidenció una notoria necesidad

de poder propio, que lo llevó incluso a malquistarse con

los hombres que habían acompañado a Roca, no recurriendo a

ellos para la formación de su gobierno, y esta tendencia al aislamiento

y la falta de discusión ideológica y política rigieron su gobierno

durante cuatro años.

Fue un liberal dogmático en el ejercicio del poder. Todo lo que

estaba en manos del estado fue vendido por convicción ideológica.

No se evaluaron las contingencias económicas con una visión

realista. Finalmente el estado, con posterioridad, se hizo cargo

de los costos generales que estas políticas generaron. Sin embargo

hay que reconocer que varias de las condiciones necesarias

para el estallido que sobrevino en 1890, eran anteriores a su

paso por el poder. Los endémicos déficits del presupuesto nacional,

la contracción de deudas para todos los desarrollos económicos

importantes, los gastos suntuarios que desequilibraban

la balanza comercial con el extranjero y la falta de una austeridad

tanto pública como privada, llevaron a una situación de virtual

quiebra nacional, y con ello la imposibilidad de responder a

los compromisos adquiridos, tanto de los particulares, como del

Estado.

Sin embargo, el gobierno de Juárez Celman puso en vigencia

la moneda nacional, con la paridad de un peso papel equivalente

a 44 centavos de pesos oro, que se mantuvo hasta 1931, y la

moneda hasta 1970, se terminó el Palacio de Gobierno, se construyó

el Palacio de Aguas Corrientes, uno de los más bellos edificios

argentinos y se mantuvo el fomento de la inmigración y el

crecimiento de los ferrocarriles. Es bueno recordar que el cura

de San Alberto, en Córdoba, el padre Brochero, siempre contó

con la colaboración del gobernador y luego presidente Juárez

Celman. La provincia de Santiago del Estero logró mantenerse

al margen de la crisis nacional y los tres períodos de gobierno

compartidos con la presidencia de Juárez Celman cumplieron sus

tiempos constitucionales: los dos mandatos de Absalón Rojas y

el de Máximo Ruiz.

La situación económica y la cristalización del unicato, es decir

el gobierno de uno, llevaron a una efervescencia política que

derivó en la primera revolución partidaria de la historia constitucional

argentina, encabezada por Leandro N. Alem en lo político

y Manuel J. Campos en lo militar. La revolución del Parque, que

debe su nombre al parque de Artillería que se encontraba donde

hoy está el Palacio de Tribunales, fracasó sobre todo debido a la

gestión de Roca y Carlos Pellegrini, el vicepresidente de Juárez

Celman, que operaron tanto sobre los gestores militares como

políticos y consiguieron el éxito de la represión.

Si bien la revolución fracasó, “el gobierno está muerto”, y esta

frase dicha en el Senado dio el verdadero significado a los hechos.

El 6 de agosto de 1890, en la más absoluta soledad política,

el presidente renunció ante el Congreso. Se produjo un gran alivio

en la tensión social y las tintas se cargaron sobre Juárez Celman

y su hermano Marcos, gobernador de Córdoba que también

se fue del poder. Tal era el entusiasmo popular ante la salida de la

crisis que hasta se compuso una polca que se llamaba “Ya se fue,

ya se fue, el burrito cordobés”, cuya publicación se hizo con una

ilustración del equino con la cara de Juárez Celman.

Una vez que fue aceptada su renuncia, la del primer presidente

constitucional en la historia, se retiró para siempre de la actividad

política, a pesar de su juventud (45 años) y se recluyó en

su caserón del Paseo de Julio (hoy avenida Leandro Alem) frente

a la plaza Roma de Buenos Aires. Volvió al ejercicio de su profesión

de abogado y se ocupó de los negocios agropecuarios de su

familia. Nunca volvió a hablar con Roca, a quien responsabilizó

como jefe de la conspiración que acabó con su presidencia. Su

suegra tomó partido por Miguel. Decía doña Eloísa que “Miguel

siempre fue fiel a Elisa, cosa que no puedo decir de Julio respecto

de Clara”. Tampoco volvió a encontrarse con su vicepresidente

y reemplazante Carlos Pellegrini.

Su única actividad vinculada con lo público fue el reclamo que

hiciera al inicio de las sesiones del Congreso Nacional cada año

para que se trataran las cuentas de su período presidencial, con

la intención de demostrar que podría haber sido un mal presidente,

pero honesto. Lo logró recién en 1907, muchos años después

de su renuncia. Miguel Juárez Celman murió en su estancia

“La Elisa” de Arrecifes, el 14 de abril de 1909. Al día siguiente fue

sepultado en el panteón familiar del Cementerio de la Recoleta.

Pero cuando varios mausoleos presidenciales de esa necrópolis

fueron declarados sepulcros históricos nacionales, el de Miguel

Juárez Celman fue dejado fuera de la lista. La familia decidió

entonces retirar sus restos de allí y actualmente permanecen en

alguna de las propiedades de sus descendientes. Curiosamente,

las puertas de su casa demolida en Buenos Aires forman parte

del patrimonio del Museo de la Ciudad de Buenos Aires.

Como varias veces en la historia argentina, el presidente Juárez

Celman se convirtió en el chivo expiatorio de todos los males

de una generación. No fue un buen presidente, pero el olvido y el

maltrato suenan como exagerados. Los cordobeses, que se hacen

cargo siempre de toda su historia tienen un pueblo y un departamento

que lleva su nombre, como el de Sobremonte, el de

Liniers y el de Marcos Juárez. Una buena costumbre que ayuda a

hacerse cargo de la historia, con la memoria completa

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