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Belleza nerviosa

20/08/2019 07:17 Opinión
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Belleza nerviosa Belleza nerviosa

Por Nicolás Jozami. Escritor

¿Qué hace un escritor? O precisando, ¿qué hace cuando hace lo que hace? Arriesgaré una respuesta: instaura un nuevo ordenamiento humano, un singular universo sintáctico. Pero para lograrlo -cabe aclarar-, hay un factor de ineludible intransigencia: ese ordenamiento debe poseer una innegable lógica interna. Nada mejor para profundizar esto, que ofrecer algunos motivos, ejemplos de esa belleza nerviosa que es cada creación con su método de funcionamiento, nacida en el oficio de los autores que admiramos.

Era una edición Sigmar; cuentos de los hermanos Grimm. Los leí con una envidia voraz, la que es capaz de tener un niño de 10 años, a partir de la imaginación que sentía desplegarse en mis narices. El que me marcó fue “Los cinco servidores”. Trata de un príncipe que quiere casarse con una doncella. Pero el deseo tiene sus riesgos: todos los pretendientes anteriores terminaron muertos, tras no poder resolver las complicadas pruebas exigidas por la anciana madre de la doncella, que de paso es hechicera. En el periplo hacia su meta, el príncipe encuentra a diversos personajes con alguna que otra característica que sale de lo común. Por caso, uno de los servidores tiene los ojos vendados, porque su mirada traspasa y rompe lo que mira, y otro tiene frío con el excesivo calor y muere de calor en la inclemencia del frío. La cuestión es que adopta a los cinco que encuentra en su camino y, al enfrentarse con las pruebas que le propone la hechicera, ¿qué sucede? Justo necesita de las características de cada uno para poder sortearlas. Una lógica perfecta dentro del orden de ese mundo maravilloso.


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Así como cada autor dispone de forma única los estantes de su biblioteca mental, al mismo tiempo descansa de lo convencional con su propio estilo. Paso a otra escena. La tomo de “Huesos de sepia”, poemario del italiano Eugenio Montale. Si bien el recorrido temático y conceptual (hermético) remite a la memoria y a la difuminación de lo vivido, la precisión del título es un distintivo de lo que quiero exponer. Se denomina huesos de sepia a los restos marinos que quedan en la orilla del mar, en la arena, cada vez que el agua se retira. ¿Cuál es la condición de esta imagen móvil? Que cada vez que las olas vuelven, la disposición de los restos siempre es diferente, pese a que la lógica del movimiento marítimo al llegar a la playa no lo parece. El orden de esos elementos diminutos, en cada arrastrar del agua, son la imagen del creador, que utiliza su impronta singular para ordenar la experiencia en la obra.

La literatura no deja de ser en el fondo un invento demencial y demasiado humano, como aquella máquina de pensar o Ars Magna del catalán medieval Ramón Llull: disponiendo palabras en diferentes compartimentos de ruedas que giran con manivelas, palabras que dentro de la gramática cumplen una función medianamente estable, van saliendo frases, que se unen a ideas, y esas ideas elaboran un mundo o una lógica que debe desentrañar quien busca descifrar el pensamiento del aparato al momento de usarlo. Yo coloco sustantivo, adjetivo, conjunción, verbo, etc. Entonces meto en la máquina: gorrión, mirlo, espejo, lucha, sol, plato, de, y, un, placentero; luego dispongo, según lo que me sale: un gorrión como plato, es un espejo de lucha y sol, un placentero mirlo. De ahí que los platos puedan ser metáforas de planetas, que mirlo y gorrión son pájaros, que el placer es espejo de la lucha, etc. Ordeno un mundo a partir de las elaboraciones a las que accedo desde mi cosmovisión. Hasta acá, Llull.


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Un escritor ordena su máquina de pensar con las piezas en una lógica ceñida que preforma las instancias humanas, para que descansemos de las que compartimos convencionalmente. Eso es la locura impenetrable del Quijote, la búsqueda artística de Harry Haller, las aventuras de Martín Fierro, el padecer inescrutable pero optimista de Job, eso son las ratas de Copi, eso es el cuento o novela que no te deja de impactar, porque el tejido que imagina el autor es uno con el que nos identificamos, pero que sabemos -por suerte- no llega a ser así fuera del pacto ficcional, y que los lectores cuidamos como guardianes, desconocidos entre sí pero unidos, más temibles que el ejército mongol, en el desierto del papel.


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Uno de los grandes exégetas de Franz Kafka, Walter Benjamin, entendió perfectamente esta noción de las lógicas internas del mundo-sintáctico ficcional. En apuntes sobre el autor checo, deslizó lo siguiente: “Si uno quisiera resumir en unas pocas páginas lo que Kafka, en el correr de sus narraciones, cada tanto va esparciendo sin que se note y como algo evidente, resultaría entonces la tremenda y desconcertante perspectiva de un mundo, (…) en el que la máxima expresión del amor es cuando un funcionario salta por sobre las guías del carro”. Pavada de ordenamiento humano, con su lógica no menos particular.


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