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Historia Universal de la Envidia

23/09/2019 07:06 Opinión
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Historia Universal de la Envidia Historia Universal de la Envidia

Por Gisela Colombo. Escritora y Licenciada en Letras

Para los romanos de la Antigüedad, envidiar era etimológicamente “mirar torcido”, “mirar torvo”. De la expresión proviene la superstición del “mal de ojo”. Era el modo de expresar esa afición que hace entristecerse a quien observa el éxito de otro, o alegrarse de su fracaso.

Aristóteles observaba que hay en la naturaleza de la Envidia un supuesto: el envidioso considera, de antemano, su paridad con el envidiado. Se siente molesto, precisamente porque se percibe comparable a su referente. Cuando la asimetría es evidente, no existe en el contrapunto la respuesta de la Envidia.

No obstante, si la envidia ciega, cabe la posibilidad de que esa paridad no sea más que la impresión del que la sufre. Su miseria depende de qué mentira se diga a sí mismo el envidioso. Tanto mayor será si percibe una dotación pareja de dones con su rival.

La fantasía que ello supone, ignorada completamente por el objeto de su envidia, se torna la fórmula de la cíclica frustración.


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En la Divina Comedia, Dante ubica en una cornisa del Purgatorio a los envidiosos. Los sujetos expían sus culpas con los párpados cosidos para que no atiendan a la vida de otros y no puedan compararse.

Para los Padres de la Iglesia, es un pecado capital porque es la cabeza que convoca a otras tantas faltas subsidiarias. En ese sentido es de lo más destructiva: no sólo provoca crímenes, robos y otras iniquidades. Daña mucho más intensamente al propio envidioso y lo obliga a detener sus proyectos, sus verdaderos deseos, para seguir los objetivos de otros. Aunque, como no se trata de planes genuinos, emergidos de su propia vocación, no traerían el goce esperado, aun si se realizaran.

Las sociedades modernas tienen una especie de tabú para esta pasión. Confesar estar sintiendo Envidia constituye una vergüenza especial. Es una de las emociones más negadas socialmente, porque el hallarse a sí mismo en las pretensiones de un tercero esconde una minúscula valoración de sí mismo. Y el envidioso pierde su vida, persiguiendo los desafíos de los demás.

En suma, a través un mito no del todo célebre, griegos y romanos enseñaban ya los peligros y la naturaleza de la Envidia. En la historia de Aglauro, la princesa ateniense, están ya aludidos los gérmenes que encierra en nuestra contemporaneidad. Las mismas que ciencia y filosofía han descubierto en la vasta experiencia de milenios.

El mito

Cuando Ovidio escribe su “Metamorfosis” y conserva un buen número de los mitos griegos que hoy conocemos, rescata esta historia.

Aglauro vivía con dos hermanas llamadas Pándroso y Herse. Las tres estaban al cuidado de Gea, cuyo nombre alternativo era Tellus (de allí que a lo relativo a la tierra se lo califique de “telúrico”). Lo cierto es que, en ocasiones, como dicta la Teoría del Caos, una minucia ocurrida a otros puede generar cambios estrepitosos en uno.

Hefesto se había empecinado con arrancarle la virginidad a la diosa Atenea. Ella estaba especialmente orgullosa de su dignidad de deidad casta, por lo cual huyó, pero lo hizo tan cerca del momento crucial que el dios no tuvo más que regar la tierra con su líquido seminal. Lo que sucedió es que fecundó a Gea. Molesta Tellus, por la actitud de Hefesto y los trabajos a los que la sometió, buscó a la responsable. Y le entregó a Atenea  ? que Ovidio refiere como “Minerva”?  el ya nacido fruto del accidente. Se llamaba Erictonio.


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Aunque Atenea se conmovió con el pequeño, decidió entregárselo a las hijas de Cécrope, alertada por el posible descrédito que tendría si se le atribuía una maternidad ajena. Quizá lo hiciera como un modo de devolver al niño a su verdadera madre. Lo cierto es que, oculto en una canasta, llevó al bebé a casa de Aglauro y les pidió a las tres hermanas que no abrieran el objeto bajo ninguna circunstancia. Como era de esperarse, las mujeres siguieron el ejemplo de Pandora y descubrieron lo que no debían. Atenea lo supo y decidió que aquello merecía un castigo, pero no lo instrumentó. Era célebre por su prudencia y, después de todo, la venganza también entonces era un plato que se comía frío.  Llegó el tiempo en que la oportunidad se presentó clara. En una festividad en honor de sí misma, ? Atenea era protectora de la ciudad?     Hermes vio a Herse y quedó inmediatamente prendado de ella. Pero tuvo la torpe idea de pedirle a Aglauro que mediara ante su hermana para concertar un encuentro.


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Atenea, que todo lo conocía, inhibió sus odios y visitó a Némesis. La diosa Némesis representaba la venganza, pero también ha sido vista como imagen de la Envidia. Por eso se plegó de buen grado a los deseos de Atenea e imprimió celos en Aglauro. Ella sintió con tanta fuerza la envidia por no ser la elegida de Mercurio como le llamaban los romanos a dios Hermes, que lo traicionó. Se ganó así su furia, no tuvo más que sufrir con resignación la condena de quedar convertida en una roca negra. Roca negra, que representa ese estado de negación de sí mismo, de pérdida de humanidad en la medida en que no se ejerce libremente la voluntad ni se expresa la verdadera personalidad. Es el destino oscuro de cuanta criatura ha puesto a un tercero en el centro indiscutible de su vida.


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