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EL LIBERAL . Opinión

Cuando no les bastan nuestros cuentos para dormir

08/09/2020 02:01 Opinión
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Cuando no les bastan nuestros cuentos para dormir Cuando no les bastan nuestros cuentos para dormir

Por María Rita Oubiña. Periodista.

Estamos asistiendo a un tiempo feroz. A nuevos miedos, o tal vez a los más recónditos. Hemos descubierto que somos indefensos y esta indefensión tiene mucho que ver con que la Cuarentena, el aislamiento, la distancia social nos obliga a apartarnos de los símbolos a los que estábamos acostumbrados. ¿Qué son los símbolos?, pues las referencias a las que estábamos acostumbrados no hace mucho tiempo. Las que nos ubicaban en tiempo y espacio. Desde un café tranquilo, tal vez solitario en la confitería de costumbre hasta el jolgorio desenfrenado en una reunión nocturna con amigos. Hoy, las contravenciones son delitos. Esta sociedad está aprendiendo a los ponchazos que hay límites, y que los mismos deben ser respetados. Los mayores hemos contendido, con mayor o menor suerte con las restricciones en lo que va de nuestras vidas, pero el tema que me ocupa son los jóvenes.

Ellos son parte activa de este presente incierto, porque si algo nos pone en guardia, en desasosiego, es la incertidumbre.

Es como si a una persona, de la nada un día la colocaran en el asiento de un colectivo, con clara vista por la ventanilla. Pero el transporte sigue su andar, los kilómetros y los paisajes conocidos en un principio se vuelven con el andar, parajes indescifrables. Para colmo de males no hay señalización alguna. Sólo el avance continuo de la distancia. Tampoco el resto de los pasajeros conoce el destino del micro. Más, el viaje sigue…

Nadie sabe nada y ese viaje sin final, sin destino, nos confronta con nuestros miedos más inesperados.

Imaginen que al lado llevamos a un hijo. Un hijo al que siempre estamos acostumbrados a mostrarle el camino. Y no acertamos con respuesta o explicación alguna. Lo único que podemos decirle es que se quede en el presente. Que el destino sabrá, que algo bueno vendrá, porque a nuestros hijos no podemos menos que decirles cosas positivas: “ porque sí “, “ que sí vale la pena el esfuerzo”, que “ todo irá bien”. Pero resulta que desde un televisor constante que domina la estructura del ómnibus, las noticias no son nada alentadoras. Al contrario. Son catástrofes concatenadas, sin buen augurio de ninguna naturaleza.

Y el hijo, que viene en el mismo viaje, percibe la angustia de todos y la misma se potencia porque si hay algo que caracteriza a la juventud es la pulsión básica de la vida: la proyección, y este viaje incierto no le permite proyectar.

Estamos a ciegas. Hasta hace unos meses teníamos una serie de argumentos sólidos y válidos para supervivir, para impulsar razones para seguir. Ahora carecemos de ellos. No encontramos el disfraz y vamos a un ejercicio difícil: el de la introspección. Pero es una tarea ciclópea para un alma mundana que está viendo cómo hacer para adecuarse a un estilo de vida, que tal vez llegó para quedarse. No sé si será mejor o peor, pero es diferente.

Que es una prueba, sí que lo es. ¿Quién está en condiciones de afrontarla? Y… todos y ninguno. Pienso en los jóvenes, y vuelvo al tema porque trato de imaginar qué recursos les di a mis hijos, digo, internos, de esos que sirven en estas circunstancias y me pregunto una y mil veces qué pasa por sus cabezas. Me pregunto también qué pasa por la cabeza de otros jóvenes. Y lamentablemente no podemos hacer nada para escarbar allí donde anidan las más profundas dudas.

Este es el viaje que nos tocó desandar, un viaje sin carteles a los costados del camino, con el televisor que nos habla a cada momento de incertidumbre y de la necesidad de seguir allí, quietos porque no conocemos otro modo de confrontar al invisible y temerario enemigo que acecha.

Es muy difícil alentar, salvo en la fe, de cualquier tipo, religiosa o atea, apóstata o profana, aunque parezcan estas últimas conformar una suerte de oxímoron. Porque se puede creer algo desde el descreimiento y ¡vaya! Justo allí está actuando esta pandemia, en el descreimiento de los más jóvenes.

La fe de no creer. La militancia de la duda, el ejercicio casi talibán de la sospecha. He escuchado las más variadas teorías acerca del Covid, todas conspirativas, pero no me detengo a hablar de ellas porque nada aporto.

Lo que sí me importa es poder tener las armas suficientes para afrontar en defensa de los más indefensos, los jóvenes, cualquier acechanza de esta naturaleza. Estamos ( los adultos) frente a “cucos” para los cuales ya no alcanzan nuestros cuentos para dormir.

Es una guerra sin cuartel y sólo resta apelar a la titánica tarea que esbozaba líneas atrás. Cuando ya no quedan respuestas afuera, ir a fondo, ir adentro, allí donde generalmente no buscamos, porque el mundo es demasiado contundente que distrae.

Tal vez las encontremos, digo, a esa quintaesencia de la verdad que estamos buscando, y cuando el micro detenga su incierto viaje, tal vez, sólo tal vez habremos llegado fortalecidos. Asiendo de la mano a nuestros hijos…

ASí SEA.

Dedico estas palabras a B.D. y E.I.A. que no pudieron darles a sus hijos las respuestas antes del final del camino.


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