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EL LIBERAL . Opinión

La espiritualidad de Jesús

16/09/2020 00:15 Opinión
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La espiritualidad de Jesús La espiritualidad de Jesús

La espiritualidad es algo propio de la experiencia religiosa. Toda experiencia religiosa se expresa a través de un cauce que integra el modo de vincularse con Dios y el comportamiento humano frente a la realidad a partir de esa experiencia. Según como interprete a Dios así será mi forma de relacionarme con la realidad y por lo tanto mi espiritualidad. Hay muchas formas de vivir la espiritualidad, por eso, los discípulos de Jesús, los cristianos, tenemos que observar cómo vivió Jesús esta dimensión de su vida para que podamos imitarlo y aprender de su ejemplo.

¿Qué experiencia tiene Jesús de Dios? ¿Cómo percibe y vive la relación con él? ¿Cómo inspira y anima ésta experiencia su vida? Señalaremos algunos rasgos de su Espiritualidad.

El Reino de Dios que llega

El Evangelio de Lucas narra un episodio en la Sinagoga de Nazaret que muestra este rasgo de su espiritualidad. Jesús lee un pasaje del Profeta Isaías y se lo aplica a sí mismo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 16-21). El Reino de Dios es la pasión de Jesús, el tesoro en dónde descansa su corazón, la motivación última de su vida. Jesús siempre habla del Reino de Dios, invita a la gente a buscar el Reino de Dios y su justicia (Mt 6, 33), a entrar en el Reino. En Jesús, Dios y el Reino van juntos, son inseparables. Vive en comunión con el Padre haciendo presente su Reino cuando cura, perdona, comparte la mesa con los últimos, anuncia buenas noticias a los pobres. Para Jesús sólo es posible mostrar el rostro de Dios si su Reino se hace presente en medio de la vida de los hombres.

Dios es Padre

Jesús experimentó como nunca antes la presencia de Dios en el Bautismo y a partir de allí comenzó su actividad profética. Dios se le reveló como Padre y le llamó “mi hijo muy querido en quién tengo puesta mi predilección”. A partir de ese momento Jesús llamará a Dios, Padre, en arameo Abba. Resulta extraño que Jesús hable permanentemente del Reino de Dios y no llame a Dios, rey, salvo excepcionalmente. Dios es Padre, un padre cercano y providente, que se interesa por la vida de sus hijos y nada de ellos le es indiferente.

La relación de Padre e Hijo entre Dios y Jesús debe ser interpretada en el contexto de la cultura mediterránea antigua, este vínculo garantizaba el orden y la continuidad de la familia. En una cultura patriarcal la relación padre/hijo tenía ciertas características: obediencia y fidelidad, imitación, confianza. Estos rasgos caracterizan la relación de Jesús con Dios.

Jesús es obediente, siempre hace la voluntad del Padre: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la de aquel que me envió” (Jn 6, 38). Las tentaciones, muestran como a lo largo de todo su ministerio fue tentado para desobedecer a Dios, sobre todo distorsionando el sentido de su misión, Lc 4, 1-13: “Si te postras delante de mí te daré todos estos reinos…si tú eres el Hijo de Dios manda a estas piedras que se conviertan en pan.. si tú eres el Hijo de Dios tírate de aquí hacia abajo… “. Jesús fue tentado respecto del modo de hacer presente el Reino, es decir, en lugar de poner como centro el amor y el servicio, instaurarlo desde el poder, la violencia y el éxito mundano.

En aquella cultura el hijo tenía que imitar al padre en todo para sostener la familia. Este es un rasgo destacado en la espiritualidad de Jesús. El imita al Padre Dios en todo, especialmente en lo que más lo distingue: su misericordia: “Sed misericordioso como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Toda la vida de Jesús está animada por la misericordia: cura enfermos, perdona pecadores, expulsa demonios, anima a los caídos.

Si Dios es un Padre amoroso, lleno de misericordia, entonces podemos confiar en él. Jesús expresa en todo su comportamiento que podemos confiar en Dios, él nos protege y acompaña, a nada debemos temer: “No se inquieten por su vida pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo que el vestido? Miren los pájaros del cielo, ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? …. El Padre del cielo sabe bien lo que ustedes necesitan. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.” (Mt 6, 25-34).

Dios es misericordioso

El Dios de Jesús es misericordioso. Es muy diferente al del judaísmo de su tiempo que mostraban a Dios más preocupado por los ritos de purificación y el cumplimiento de preceptos que por la vida y felicidad de las personas. Jesús acercará a Dios a los hombres y lo mostrará como un Dios misericordioso y providente. El capítulo 15 del Evangelio de Lucas que reúne tres parábolas de la misericordia de Dios: la oveja perdida, la moneda perdida y hallada y la del hijo pródigo o más bien del Padre misericordioso comienza refiriendo que “los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: este hombre recibe a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 1-2). Dios es misericordioso, no busca el castigo de los pecadores sino que sale a buscarlos y una vez que los encuentra se alegra y celebra: “traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, póngale un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado” (Lc 15, 22-24).

El amor de Dios es gratuito, no espera nada a cambio. El Dios de Jesús no premia al que cumple la Ley y desprecia al pecador. Es un Dios bueno, que busca al pecador e invita al observante a recibir con alegría la conversión del hermano. Esta forma de entender el accionar de Dios provocará críticas y malos entendidos con los sectores fundamentalistas del judaísmo, representado en la parábola del hijo pródigo por el hijo mayor que no quiere entrar al banquete que el padre preparó por la vuelta, conversión, de su hijo menor.

Jesús pone en crisis esa mentalidad retribucionista que pretende que Dios lo premie por el cumplimiento de la Ley. La parábola del siervo humilde de Lucas 17, 7-10 pone en entredicho esta mentalidad: “Jesús dijo a sus discípulos: Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: “Ven pronto y siéntate a la mesa”? ¿No le dirá más bien: “Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después”? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”. De eso se trata la vida del discípulo, de servir gratuitamente, sin esperar nada a cambio, porque el amor y el servicio son el mejor premio y retribución.

Animado por el Espíritu de Dios

A partir del Bautismo Jesús se siente colmado por el Espíritu de Dios. Toda su vida está animada por el Espíritu. Cuando cura, cuando expulsa demonios, cuando se acerca con misericordia a los pobres y pecadores, cuando se indigna por las injusticias que sufre su pueblo está manifestando esa fuerza de Dios que es pura gracia que solo pretende mejorar la vida de sus hijos: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).

El Espíritu” lo ha ungido para dar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). De eso se trata la misión de Jesús, no vino a traer una nueva religión, ni una nueva doctrina, fue enviado por Dios para sanar la vida y abrir para la humanidad las puertas del Reino. Es esa su misión y no otra. El libro de los Hechos dice: “Como Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.” (Hechos 10, 38).

Estos son los rasgos más importantes de la espiritualidad de Jesús, los que animaron su vida en el cumplimiento fiel de la misión que el Padre le había encomendado. Esta espiritualidad es la que se manifestará en su actividad y en sus enseñanzas. En la próxima entrega comentaremos sobre la actividad de Jesús, empezando por sus curaciones.


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