“¿No me conoces, Felipe?” “¿No me conoces, Felipe?”
En aquel tiempo, dijo
Jesús a Tomás: “Yo
soy el camino, y la verdad,
y la vida. Nadie va
al Padre, sino por mí”.
“Si me conocéis a mí,
conoceréis también a
mi Padre. Ahora ya lo
conocéis y lo habéis visto”.
Felipe le dice: “Señor,
muéstranos al Padre
y nos basta”.
Jesús replica: “Hace tanto que estoy
con vosotros, ¿y no me
conoces, Felipe? Quien
me ha visto a mí ha visto
al Padre. ¿Cómo dices
tú: “Muéstranos al
Padre” ? ¿No crees que
yo estoy en el Padre, y
el Padre en mí? Lo que
yo os digo no lo hablo
por cuenta propia.
El
Padre, que permanece
en mí, él mismo hace
las obras, Creedme:
yo estoy en el Padre, y
el Padre en mí. Si no,
creed a las obras.
En verdad, en verdad
os digo: el que cree
en mí, también él hará
las obras que yo hago,
y aún mayores, porque
yo me voy al Padre. Y lo
que pidáis en mi nombre,
yo lo haré, para
que el Padre sea glorificado
en el Hijo. Si me
pedís algo en mi nombre,
yo lo haré”.
Claves para la fe
Hoy celebramos la fiesta
de dos de los discípulos de
Jesús: Felipe y Santiago. Y el
texto del Evangelio de Juan,
hoy relata precisamente un
desconcertante diálogo de
Jesús con los discípulos, en
el que Felipe interviene: “Señor,
muéstranos al Padre y
nos basta”. Felipe intuye que
hay algo más profundo que
no acaban de comprender
en este inicio del discurso de
despedida de Jesús.
La respuesta de Jesús
parece sonar a reproche:
“Hace tanto que estoy con
vosotros, ¿y no me conoces,
Felipe?”. Pero en realidad
está cargada de cariño y
un deseo entrañable de que
comprendan lo que les quiere
expresar, para que no se
sientan solos o abandonados
por él. “Si creéis en mí,
haréis obras grandes y se
os dará lo que pidáis en mi
nombre”, les dice. El reto está
ahí, y las claves para lograrlo
apuntan a Jesús mismo:
“Yo soy el camino, la
verdad y la vida”.
He vuelto hace poco a mi
comunidad, porque estuve
cerca de un mes en un edificio
cerrado que reabrimos
para acoger familias refugiadas
de la guerra de Ucrania.
Recuerdo la noche que llegó
el primer autobús, tras casi
cuatro días de viaje desde
la frontera de Polonia.
Una voluntaria me preguntaba
nerviosa: “¿Y cómo nos
vamos a entender si no hablan
nuestro idioma?”. “Seguro
que nos apañamos”, le
dije, también yo con mis temores.
No hicieron falta muchas
palabras, una sopa caliente,
la casa calentita y una
buena cama son un lenguaje
universal. Pero los días siguientes
hubo dos palabras,
que todos aprendimos respectivamente,
y resonaban
continuamente: hola y gracias,
indistintamente en español
o en ucraniano, acompañadas
casi siempre de una
sonrisa, esa que hace que lo
más humano de cada uno se
encuentre con el otro.