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EL LIBERAL . El Evangelio

“¿No me conoces, Felipe?”

03/05/2022 01:55 El Evangelio
Escuchar:

“¿No me conoces, Felipe?” “¿No me conoces, Felipe?”

En aquel tiempo, dijo

Jesús a Tomás: “Yo

soy el camino, y la verdad,

y la vida. Nadie va

al Padre, sino por mí”.

“Si me conocéis a mí,

conoceréis también a

mi Padre. Ahora ya lo

conocéis y lo habéis visto”.

Felipe le dice: “Señor,

muéstranos al Padre

y nos basta”.

Jesús replica: “Hace tanto que estoy

con vosotros, ¿y no me

conoces, Felipe? Quien

me ha visto a mí ha visto

al Padre. ¿Cómo dices

tú: “Muéstranos al

Padre” ? ¿No crees que

yo estoy en el Padre, y

el Padre en mí? Lo que

yo os digo no lo hablo

por cuenta propia.

El

Padre, que permanece

en mí, él mismo hace

las obras, Creedme:

yo estoy en el Padre, y

el Padre en mí. Si no,

creed a las obras.

En verdad, en verdad

os digo: el que cree

en mí, también él hará

las obras que yo hago,

y aún mayores, porque

yo me voy al Padre. Y lo

que pidáis en mi nombre,

yo lo haré, para

que el Padre sea glorificado

en el Hijo. Si me

pedís algo en mi nombre,

yo lo haré”.

Claves para la fe

Hoy celebramos la fiesta

de dos de los discípulos de

Jesús: Felipe y Santiago. Y el

texto del Evangelio de Juan,

hoy relata precisamente un

desconcertante diálogo de

Jesús con los discípulos, en

el que Felipe interviene: “Señor,

muéstranos al Padre y

nos basta”. Felipe intuye que

hay algo más profundo que

no acaban de comprender

en este inicio del discurso de

despedida de Jesús.

La respuesta de Jesús

parece sonar a reproche:

“Hace tanto que estoy con

vosotros, ¿y no me conoces,

Felipe?”. Pero en realidad

está cargada de cariño y

un deseo entrañable de que

comprendan lo que les quiere

expresar, para que no se

sientan solos o abandonados

por él. “Si creéis en mí,

haréis obras grandes y se

os dará lo que pidáis en mi

nombre”, les dice. El reto está

ahí, y las claves para lograrlo

apuntan a Jesús mismo:

“Yo soy el camino, la

verdad y la vida”.

He vuelto hace poco a mi

comunidad, porque estuve

cerca de un mes en un edificio

cerrado que reabrimos

para acoger familias refugiadas

de la guerra de Ucrania.

Recuerdo la noche que llegó

el primer autobús, tras casi

cuatro días de viaje desde

la frontera de Polonia.

Una voluntaria me preguntaba

nerviosa: “¿Y cómo nos

vamos a entender si no hablan

nuestro idioma?”. “Seguro

que nos apañamos”, le

dije, también yo con mis temores.

No hicieron falta muchas

palabras, una sopa caliente,

la casa calentita y una

buena cama son un lenguaje

universal. Pero los días siguientes

hubo dos palabras,

que todos aprendimos respectivamente,

y resonaban

continuamente: hola y gracias,

indistintamente en español

o en ucraniano, acompañadas

casi siempre de una

sonrisa, esa que hace que lo

más humano de cada uno se

encuentre con el otro.

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