Dolar Oficial: - Dolar Blue:- Dolar CCL:- Dolar Bolsa: - Dolar Mayorista: -

EL LIBERAL . Opinión

La imperiosa necesidad de repensar las instituciones

18/02/2021 12:22 Opinión
Escuchar:

La imperiosa necesidad de repensar las instituciones La imperiosa necesidad de repensar las instituciones

ENRIQUE ZULETA PUCEIRO

El fallecimiento de Carlos Menem generó reacciones encontradas, pero además reveladoras sobre todo de la supervivencia soterrada de las ideas, sentimientos y pasiones que caracterizaron una etapa que parece muy lejos de haber quedado atrás. La mayor parte de los "relatos" políticos construidos en los últimos 25 años parecerían no haber bastado para enterrar la vigencia de una experiencia cultural y política todavía gravitante en la conciencia y el inconsciente colectivo

Es algo lógico y natural. Una gran mayoría de los principales actores políticos de la actualidad, fueron protagonistas activos de procesos y momentos cruciales de una larga década cuyo balance final está todavía muy lejos de poder cerrarse.

Basto observar en los diversos actos de la ceremonia de los adioses, la presencia de los principales referentes de todas las tribus que pueblan hoy el territorio heterogéneo y complejo del peronismo. La ausencia opositora no fue necesaria. Allí estuvieron las expresiones de políticos, empresarios, medios y organizaciones igualmente activos en el periodo.

Baste pensar que dos de los principales candidatos en las próximas elecciones presidenciales - el presidente Alberto Fernández y el Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta- fueron en esa etapa altos funcionarios a cargo de responsabilidades centrales de gobierno. Lo propio ocurre con casi todos los dirigentes mayores del peronismo y la centroderecha, hoy en los extremos de la competencia política.

Conviene rescatar, sin embargo, algunos rasgos del periodo de segura utilidad para pensar el presente y el futuro de la política argentina.

Ante todo, la cuestión de las instituciones. El gobierno de Menem inauguro uno de los peores rasgos en la cultura política argentina contemporánea. La idea de que las instituciones son apenas principios, formas y procedimientos generales y abstractos, que deben ser puestos entre paréntesis a la hora de las decisiones de emergencia.

"Quien debe librar una guerra debe contar con las armas para librarla" fue una frase que encabezó mensajes legislativos, discursos, actos administrativos y sentencias judiciales. Idea común por cierto al discurso político de la época. "Cada vez que me hablan de instituciones, hecho la mano al revolver", declaró varias veces Margaret Thatcher, quien compartió con los gobernantes de la época un impulso decisionista, que concibió a las instituciones como principios superiores más bien retóricos, meramente orientadores de los "procesos de transformación" pregonados por los gobiernos de casi todo el mundo.

Menem abrazó esta idea con fruición. Esta idea distorsionada de las instituciones no se limitó por cierto a su gobierno. También la asumieron, aunque con intención diferente, sus principales opositores y críticos. Sin entrar en la sustancia de lo que se decidía, la crítica de limitaba a las formas y procedimientos. Una perspectiva según la cual las instituciones tienen que ver más con el deber ser que con el ser y el funcionamiento real y concreto de la política, la economía y el desarrollo social.

La confusión arrastró a la oposición política de la época a un enfrentamiento frontal con procesos reales, imposibles de ignorar por cualquier país decidido a avanzar en objetivos tales como la incorporación a la economía global, la reforma del Estado, las regulaciones económicas, la modernización de los sistemas previsionales, los marcos laborales y de la protección social. Las instituciones quedaron así a una función externa, de mero control de los procesos económicos, sociales, culturales y políticos.

Es en este punto donde la experiencia de la época ofrece varias enseñanzas de interés actual.

La primera de ellas, la de que el dialogo, la reconciliación y el acuerdo entre las fuerzas políticas es, en democracias en gestación, casi un fin en sí mismo. Menem llevó esta convicción hasta extremos para muchos casi grotescos, hoy seguramente difíciles de asumir.

No dudó en abrazar adversarios, indultar enemigos, incorporar a casi todos los sectores ideológicos del país y, sobre imprimir una energía transversal a sus gobiernos. Como en todo, sobreactuó para convencer. Se rodeo de gente a la que consideraba claramente superior a él mismo. incluso sin conocer a muchos de quienes resultaron ser ministros y funcionarios decisivos. La lista es larga y elocuente, sobre todo de cara a los gobiernos que lo sucedieron.

Esta sobreactuación le permitió convencer a muchos de sus mayores adversarios. Incluso a Raúl Alfonsín, el mayor de los líderes de la época de insospechable independencia frente a la seducción ejercida por la nueva metamorfosis del peronismo. El fruto del acuerdo es la mas importante reforma institucional de la transición: la reforma constitucional de 1994.

El Pacto de Olivos es otro "hecho maldito" de la transición. Muy difícil de entender sin esa perspectiva histórica que aún nos falta. Lo importante del acuerdo, que fue articulado y votado por todos los partidos en Santa Fe, no fueron sólo las cláusulas pactadas por los negociadores del Núcleo de Coincidencias Básicas.

De hecho, la mayor parte de ellas fueron construcciones apresuradas, con un fuerte sesgo doctrinal y todavía incompletas en su formulación. Salvo la reelección presidencial -casi el único interés para Menem- los puntos del acuerdo fueron en su mayoría elaboraciones calcadas de la experiencia de europea, muy ajena a la matriz constitucional argentina. Es por ello que casi todas ellas han quedado en la formulación inicial, aguardando desde entonces reglamentaciones siempre inconclusas, postergadas para un futuro cada vez más improbable.

Pero el gran aporte fue el que tanto Menem como Alfonsín lograron imponer con éxito al interior de sus respectivas fuerzas políticas. Esta convicción partía de un sólido convencimiento mutuo en torno a la primacía de las instituciones. Separados ambos por una distancia inmensa en sus respectivas cosmovisiones éticas y políticas, fueron sin embargo capaces de entender las necesidades de progreso de la sociedad y la vocación de futuro de un país harto de enfrentamientos estériles.

La experiencia tuvo para ambos costos políticos inmensos. Alfonsín sólo logró recuperar la estima y el respeto de su partido mucho después, acaso después de su muerte. Menem en cambio padece aún el ostracismo en su propia fuerza política. Mas allá de la necrofilia típica del peronismo, no hay ningún sector interno dispuesto a recuperar algo de aquella experiencia

El fruto fue la reforma de la Constitución de 1994, rechazada en un principio por casi todos los constitucionalistas argentinos y hoy abrazada con fervor religioso digno de mejor causa. Lo que quedó de la Constitución fue sin embargo una nueva formula institucional, de emergencia y necesidad en 1994 y que hoy demanda urgentes desarrollos, complementos e incorporaciones del tipo de las que se vienen realizando en todo el mundo.

Al igual que en 1994 muchos conspiran contra esta necesidad urgente de repensar y modernizar las instituciones. Por un lado, algunos desprecian las instituciones. Las consideran simples instrumentos o herramientas superestructurales a utilizar las conveniencias propias de la lucha por el poder.

Enfrente están quienes piensan que las instituciones constituyen un legado sagrado e intocable que debe ser respetado o acatado de modo casi religioso, aún cuando casi cuarenta años de experiencia hayan desgastado y erosionado cualquier posibilidad de que esas instituciones operen de hecho como realidades vivientes, asistidos por la confianza pública y efectivamente incorporadas a las realidades y necesidades de una sociedad definitivamente distinta.


Lo que debes saber
Lo más leído hoy