Ni una menos Ni una menos
El 3 de junio pasado se conmemoró
un nuevo aniversario
del inicio del movimiento “ni
una menos”. Una decisión colectiva
de decir basta como sociedad
a uno de los delitos que
nos sacude: el feminicidio, consecuencia
de la violencia contra
la mujer.
La pandemia que vivimos
y que aun estamos sufriendo
día a día obligó en cierto
momento al aislamiento
obligatorio,
es decir que nos pedía
que salgamos
menos, que guardemos
distancia,
que nos quedemos
en casa, donde
deberíamos estar
más seguro.
Algo lógico que se
convirtió, también en una
trampa para muchas mujeres.
Efectivamente, la pandemia por
Covid-19 también puso en evidencia
otras pandemias, desde
la de la salud mental, como
también la de la violencia contra
la mujer.
Así, los datos alarmantes
de las muertes de mujeres
por culpa de la violencia,
en todas sus dimensiones, nos
preocupan, nos inquietan, nos
afectan y, por suerte, motivan a
hacer algo a muchas personas.
Sin embargo, estamos abocados
a lo que sería prevención secundaria
o terciaria, la que es imprescindible
en muchas situaciones.
Pero, la pregunta
que hoy quisiera
hacer es ¿qué estamos
haciendo y,
también, ¿qué no
estamos haciendo
para que en el
futuro haya menos
violencia? A ver,
hoy se hacen cosa para
prevenir: sensibilizar,
señalizar, sancionar a las violencias
como algo que no queremos.
Esto ya es un paso importante.
Tanto como reducir
los riesgos de que sucedan, como
también que, cuando pase,
los daños sean los menores posibles.
Todo es de una actualidad
ineludible.
Es más, lo sabemos,
existen muchas personas
comprometidas y que se dedican
a esto. Sin embargo, a pesar
que hay mujeres y hombres
convencidos y comprometidas
con el trabajo a hacer, falta mucho:
mayor presupuesto, mayor
cantidad de recursos humanos,
entre otras cuestiones que son
necesarias y urgentes.
Pero quiero insistir con algo
que ya mencioné en otras cartas.
Está faltando lo que puede salvar
nuestro futuro. Existe una
ley nacional en vigencia que aún
se resiste: la ley del programa de
educación sexual integral.
Esta ley señaliza el camino
de la prevención, entre otras cosas,
de la violencia. Es una ley
que ofrece pistas de acción fundamentales:
habla de dotar de
competencias para la vida a los
estudiantes, esto incluye aumentar
y/o fortalecer la autoestima,
ofrecer y optimizar las
formas de resolver los conflictos
sin violencia; de crear o perfeccionar
los mecanismos personales
para no exponerse a situaciones
de violencia o para salir
de ellas, el fomentar el desarrollo
de habilidades para el diálogo,
para el reconocimiento personal,
para la protección y para
el desarrollo integral; también
estimula la igualdad de trato
para varones y mujeres.
Esto
y mucho más.
Por ello, sigo sin entender
por qué padres y madres, que
aman a sus hijos y desean lo
mejor para su educación, no reclamamos
su implementación
total como algo urgente, imprescindible,
ineludible. Esto
no debe ser hecho porque la ley
exista, sino porque está en juego
el futuro de nuestras hijas,
de nuestros hijos y de nuestra
sociedad. La violencia contra la
mujer, es una urgencia, la resolvamos
día a día, al mismo tiempo
que hagamos que la educación
sea lo que siempre dijimos
que es: la garantía de un futuro
mejor.