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“Gran Hermano” a la caza de valores perdidos

24/03/2023 23:45 Opinión
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“Gran Hermano” a la caza de valores perdidos “Gran Hermano” a la caza de valores perdidos

El espectáculo de Gran hermano ha visto la luz muchas veces en estas primeras décadas del siglo XXI. No es fácil olvidar algunas de esas ediciones que hicieron records de rating en la televisión. Pero justo es decir que no se trata de un espectáculo más, aun cuando la finalidad sea de lucro y el propósito principal, el de subir el costo del segundo para los anunciantes.

Es que, como su inspiración, “1984”, la novela de George Orwell, el programa tiene un claro interés en sondear la psicología social. Diríase que sirven sus proyecciones a los estudios sociológicos que indagan los cambios culturales y la sensibilidad de una comunidad.

En efecto, en las sucesivas ediciones, las tendencias del sentir y el pensar de nuestra sociedad fueron manifestándose y dejaron registro innegable de las metamorfosis.

Un poco de historia

En 1948, el escritor británico George Orwell escribió su novela “1984”. Habían pasado apenas tres años del nuevo orden político de Europa, luego de que los aliados vencieran la Segunda Guerra Mundial. Era un mundo en el que los grandes ganadores se habían repartido la supremacía. Y el autor imaginó una distopía de las más escalofriantes: una nación dominada por un sistema totalitario que regulaba cada movimiento de sus ciudadanos a fuerza de “vaporizar” detractores y borrar prolijamente los registros que revelaran que “han sido” alguna vez. Una máquina monstruosa de la manipulación y la mentira. Una vida en que el hombre no puede elegir ningún detalle, porque el gran héroe de la Patria lo controla permanentemente por medio de cámaras. Tener aspiraciones individuales es ya un acto de sedición que lleva a la muerte.

De aquella obra literaria surgió la idea original de este formato llamado Gran Hermano. En rigor, la primera temporada debutó un diez de marzo de 2001. A partir de allí cumplió diez ediciones regulares y una con famosos, en la pantalla de Telefé. En 2015 y 2016 se hizo por América TV, para regresar a su primer amor (Telefé) en 2022.  A mediados de octubre ingresaron los participantes y será el 27 de marzo del ’23 cuando se cierre la casa.

Las veces en que se han espaciado temporalmente las ediciones del espectáculo televisivo, al regresar, las transformaciones sociales, los cambios de paradigmas, se hicieron especialmente visibles. éste es el caso de Gran Hermano 2022-23.

Empatía, romanticismo y astucia

La constante

Quien haya mirado gran parte de las temporadas sabe identificar a ciencia cierta una particularidad honda del ADN argentino. El argentino es, sin excepciones, empático. Justiciero, noble defensor de los que sufren. Y esa es casi una marca de identidad que nos nuclea, que nos explica y anima. En los programas anteriores ninguna información sociológica resaltó más que ésta. Cada nueva edición reeditó algo que nuestro arte y nuestra retórica también manifiestan.

Eso, afortunadamente no cambió: la empatía con quienes sufren nos caracteriza. Ese romanticismo que nos hace incumplir normas, impuestas por algo grande llamado “Sistema” o “Justicia”. Toda imposición grandilocuente, a gran escala, pierde potencia frente a la más pequeña injusticia cometida contra un sufriente. Ese sentir “romántico”,  se explica porque fue en ese lapso histórico cuando se forjó la conciencia de sí de Argentina. Así, la solidaridad no es una alternativa posible. Es un sello de pertenencia. Un rasgo de argentinidad.

Eso, afortunadamente, no ha cambiado. Aunque muchos astutos hayan sabido servirse de la debilidad argentina por los rechazados, eso no ha cambiado.

Virar

Pero si algo ha virado en los últimos veinte años es la percepción que el ciudadano común tiene sobre la viveza criolla.

En Gran Hermano, la astucia,  la capacidad de evadir los límites irregularmente, las avivadas que permiten sacar tajada eran admiradas entonces. Resultaban divertidas, movían a la risa, eran consideradas frutos de la inteligencia y la velocidad mental: un reflejo de la sociedad del momento.

A ninguno de nosotros sorprende que, después del “robo del siglo”, ocurrido en el Banco Río de Acassuso, se oyeran comentarios como “¡Qué bien la hicieron!”.  Y así, cuando un delincuente de guante blanco no lastimaba, no humillaba personalmente a nadie, tenía el beneplácito social. Si había delinquido en detrimento de un poderoso, cien años de perdón.

Hoy, otro panorama parece despuntar: entre los finalistas del reality actual pocos son los puntos comunes, pero sin dudas los tres encarnan de un modo u otro, la sensibilidad, la empatía y una honestidad intelectual llamativa.

Quizá este discurso suene ingenuo ante las tretas que hace la producción en el marco de las reglas del juego. Es cierto. Pero el hecho de que el público sea conducido engañosamente supone un conocimiento previo de qué desea ese público. Para manipular a los espectadores, es preciso saber antes qué esperan.

Y lo que anheló el público argentino frente a esta edición es un retorno a ciertos valores perdidos. Regreso a objetivos limpios, sin trampas, a motivaciones honestas, que, de ningún modo, sean inconfesables. ¿Es un juego? Claro que lo es. Pero hay jugadores honestos y jugadores deshonestos. Esta vez la sociedad dejó ver su preferencia por los primeros. Con ello quizá no hizo sino manifestar que se avecina un cambio cultural importante.

Quizá no sea simple casualidad que los resultados del Mundial pusieran lo mismo sobre el tapete.

Quien haya visto el campo de juego de Qatar luego de la gran final contra Francia, no habrá podido soslayar el carácter de los festejos: ya no eran jugadores de fútbol corriendo desaforados, sino una especie de picnic multitudinario signado por la maravillosa palpitación de la Familia. Niños jugando con una botellita de agua vacía que hacía de balón corrían mientras sus padres acariciaban el premio más añorado. La imagen de perseverancia, templanza y espíritu de equipo, la ponderación de la Familia que dieron los héroes al terminar la proeza no fue resultado de una estrategia comunicacional. No se ordenó a inclinar la balanza en favor de un candidato a ocupar un cargo. No fue fruto de la estrategia propagandística o de las astucias de la publicidad. Fue la más espontánea expresión de goce. Y ésta es otra de las señales auspiciosas de que el paradigma promete cambiar, a pesar de todo…

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