Un niño de 10 años presencia la llegada del tren y la inauguración del pueblo de Fernández Un niño de 10 años presencia la llegada del tren y la inauguración del pueblo de Fernández
El Rosario, el 4 de diciembre
de 1880. él es parte
del Departamento Robles en
la provincia de Santiago del
Estero. Mis padres, D. Doroteo
Pereyra y doña Rosario
Ramos fueron los propietarios
de aquel lugar.
Me hicieron cristiano
en la capilla de Tackoyuraj.
Apadrináronme Doña Buenaventura
López de Coronel
– dueña de la capilla y el padre
Jerónimo Lavagna, del
curato de Lojlo, siendo el reverendo
padre por aquel entonces
corresponsal del Museo
de Historia Natural de
Córdoba cuya dirección ejercía
D. Florentino Ameghino.
La fundación El Rosario
era una selva virgen. Casas y
aguadas habíanse construido
en pequeña área del suelo
lampiño, limitado por la ceja
del monte.
Allí pasé los años iniciales.
Cuando los primeros
lampos de luz penetraron en
el campo de mi conciencia,
advertí el desnivel entre una
intuición afinada y el cerebro
baldío.
La selva que absorbe el rigor
de los soles ardientes, la
inclemencia de las largas sequías,
el polvo aventado en
los suelos sequizos; - y también
el reverso - la selva que
perfuma y adorna cuando
florece el ucle y el quimili,
cuando florecen la brea y el
garabato … la selva del Rosario
se me incrustó bien adentro,
para siempre.
Y la selva de El Rosario
donde nací, ha decorado mis
interiores.
Yo era un bilingüe, como
todos los chicos de la Mesopotamia
santiagueña, un
fraile de esos que de tanto
en tanto recorría la zona, dijo
a mi padre: “este niño es
el mejor quichuista que he
encontrado entre los de su
edad”.
A poco se creaba una escuela
rural en El Rosario. Ingresé.
Comenzó la lucha para
desterrar la lengua aborigen
del ambiente escolar.
Parecía ser que mi defectuosa
pronunciación del español
radicaba no tan solo en
una ventajosa facilidad para
el quichua, sino en la mala
posición de la lengua por lo
que solía decirme mi padre:
kallun palta (lengua ancha).
Y cada vez que me llamaban
kallun palta, avergonzado,
cohibido, casi con rabia
veía la enorme lengua del
buey: ancha, larga, gruesa,
pesada.
Un domingo de mañana
se organiza una excursión escolar
a caballo. íbamos a visitar
la línea del F.C.C.A (Hoy
F.C.N.G.M) que venía tendiendo
sus rieles. No sé cómo
me tocó en suerte llevar
en ancas a mi maestra.
De la huella estrecha,
sombreada por el monte, repentinamente
salimos a una
picada de reverberos vidriosos:
Daba la impresión de
haber llegado a la orilla de un
gran río de luz. En el centro
de esa faja inmóvil, una locomotora
evolucionaba sin detenerse.
Iba y venía. Cortaba
el aire con silbatos nunca
oídos por nosotros. Echaba
humo, echaba chispas, echaba
agua caliente, se envolvía
es un denso vapor acuoso. Y
por ese ojo de basilisco que
relumbraba en su frente negra,
despedía un fuego rojizo,
impresionante. Nuestras cabalgaduras
se arremolinaron
temblando ante lo desconocido.
Nosotros, los escolares,
tiritábamos como esos conejitos
del bosque atraídos por
la mirada magnética del ampalagua.
Debí de transmitir bien
esas impresiones en el seno
de mi hogar, pues recuerdo
que mi padre me llevó unos
meses más tarde a presenciar
cómo se desbrozaba la
región que debía servir de
asiento a la población de Fernández.
Aquello era un desmonte
despiadado. Oí la música de
las hachas. Vi los hachadores
crueles. Vi los montones
de ramas y árboles para ser
quemados. Contemplé azorado
las llamas y el humo de
las quemazones. Vi moverse
atareado, de un lado a otro, a
un personaje importante que
deslindaba lotes, que plantaba
estacas y que se llamaba
D. Jesús Fernández. Vi y escuché
que mi padre hablaba
con él y era informado de
aquel movimiento civilizador.
Después, como premio
a esa admiración casi religiosa
que había embargado mi
espíritu infantil, me trajeron
a la inauguración oficial de
Fernández.
Y todo fue un mundo
nuevo para mí y para todos
los lugareños de mi edad.
Vi bailar una zamba, al mismo
D. Jesús Fernández como
número inicial de los festejos.
Vi, fuera de la estación,
cerca de un gran mistol, el
almacén de los ingleses con
paredes de palo a pique; todo
construido con pimpollos
de quebracho blanco. Y para
completar aquella lejana estampa,
calcada en mis retinas,
diré que vi parado en la
puerta de aquel almacén a
un hombre joven, rubio, alto,
descarnado, bocón, de cara
huesosa, que debió ser extranjero:
Federico Mikkelsen
lo nombraban.
Nunca más lo volví a ver.
Hice los grados de la escuela
rural de El Rosario. De
ahí pasé a la escuela Normal
de maestros de la ciudad capital.
Examinado para el ingreso,
prolijamente en primer
superior y en segundo,
senté plaza en tercer grado.
Al segundo mes, ocupaba un
banco en la fila de oro. Cursé
todos los grados de la escuela
de Aplicación. Luego el
curso normal. Me gradué de
maestro. Presté servicios un
año en la provincia cuando
era presidente del Consejo
General de Educación Don
Maximio S. Victoria.
Con cierta inquietud espiritual
y un secreto impulso
de aventura, me dirigí a
la provincia de Buenos Aires
en busca de otros horizontes,
haciendo a un lado la provincia
de Córdoba, que en aquel
año era un gran centro de
atracción para el magisterio
santiagueño.
Ejercí el magisterio en la
primera escuela fundada en
la campaña en Buenos Aires:
la N°1 DE Exaltación de
la Cruz. De ahí pasé a ocupar
la dirección de una escuela
Nacional de Neuquén, entre
la precordillera y el macizo
central.
Al año siguiente regresé
a Buenos Ares, vencido
por el aislamiento y la soledad,
más que por lo agreste
de aquellos parajes. Como
sentía una marcada inclinación
por el Derecho, ingresé
al Colegio de Escribanos
de la ciudad de La Plata. Ahí
estudié el primer año con felicitaciones
en todas las materias.
Abandoné, sin embargo,
la carrera y regresé
al magisterio después de un
lapso de cinco años. En este
periodo, el más aleccionador
de los años mozos, adquirí
el título de holgazán y
despreocupado. Me lo discernía
el juicio absolutista y
arbitrario de la mentalidad
pueblerina, no obstante gastar
mis horas en largas y meditadas
lecturas.
En este punto fui llamado
a reincorporarme en carácter
de docente a la escuela N°1
Llegué con el andar de los
años a ocupar la dirección de
la vieja escuela. De este cargo
pasé a desempañar la Dirección
de la escuela N°2 DE
Salto. Mediante una breve
disponibilidad por azares de
la política se me confiaba la
dirección de la Escuela Complementaria
de Campana.
Aquí me sorprendió el ascenso
a inspector técnico de Escuelas
de la Provincia, cargo
que ejercí hasta el año 1925.
En mis años accidentados,
llenos de altos y bajos
en la docencia, contraje enlace
en Exaltación de la Cruz.
A partir de entonces se serenó
mis anisas ambulatorias;
mi esposa escribía y me leía
sus versos, mientras acunaba
el sueño de nuestros hijos.
Encontré el cielo que buscaba
en la tierra, donde las piedras
del camino tantas veces
habían herido y sangrado
mis pies.
Jubilado como Inspector
de Escuelas, empecé a luchar
como ciudadano. Fundé el
Comité de Educación Política
Dr. Hipólito Yrigoyen, en
el pueblo donde nacieron mi
esposa y mis hijos, con la amplia
colaboración de ellos.
De todo mi ideal, de todo
mi espíritu de lucha, están
saturadas las columnas
del periódico El Municipalista,
órgano oficial de aquel
Comité.
Alejado de estas actividades
a causa de una súbita y
grave dolencia, convaleciente
aún publiqué: En los pagos
de Cañada de la Cruz, libro
premiado en el concurso
literario de la provincia de
1938 (Ley 4471).
Vuelto más tarde a la arena
de la política, fundé otro
periódico: La Comuna.
Fuera de estas dos hojas,
escribí en la Revista de Educación,
órgano oficial del gobierno
escolar de la provincia
de Buenos Aires. He escrito
en la Revista Instrucción Primaria
y en distintos periódicos
locales de la provincia.
También he colaborado
en Picada, revista del magisterio
santiagueño. Algo hge
publicado en los diarios El
Argentino, el Día, de La Plata
y El Liberal, de Santiago
del Estero.
Escribí: Ciclo histórico
del periodismo en la Campaña
de Buenos Aires, obra ésta
que tiene en prensa el Archivo
Histórico de la provincia
de Buenos Aires. Hombres y
principios políticos a través
de una localidad – sociología
política que abarca de 18874
a diciembre de 1948 – (inédito).
Actualmente recopilo datos
para escribir la historia
de Exaltación de la Cruz, en
colaboración con mi esposa.
Asimismo, acumulo material
para Hermanos Míos, con
temática extraída de la tierra
de Silverio Leguizamón. l
¿Quién es Jesús María Pereyra?
Nació en Departamento Robles, Santiago del Estero, el 4 de
diciembre de 1880. Ingresó al magisterio el 8 de abril de 1900.
Fue maestro de grado y hasta director en la Escuela N° 1
de Exaltación de la Cruz. Más tarde pasó a la Dirección de la Escuela
N° 2 de Salto (Bs. As.) y también Director de la Escuela
Complementaria de Campana, función en la que es ascendido a
Inspector Técnico, cargo del que se jubiló el 8 de abril de 1925.
En Capilla del Señor fundó los semanarios: “El Municipalista”
y “La Comuna”, de los que existen antecedentes en la biblioteca
de la Universidad de la Plata y en el Círculo de Periodistas
de la Provincia de Buenos Aires. En 1927 fundó el comité de
Educación política “Dr. Hipólito Irigoyen”.
Publicó los siguientes libros: “En los pagos de la Cañada de
la Cruz”, “El gaucho Polonio Aumada”, “Hermanos míos”. El Instituto
Nacional de Antropología publicó su libro “Historia y Folklore
de la Provincia de Buenos Aires”.
Inéditos: “Los de allá”, “Biografía de un periódico de la
Campaña de Buenos Aires” y también “Compendio de historia
y folklore de Exaltación de la Cruz, Provincia de Buenos Aires”
realizado junto a Emilia Altomare, su esposa. Falleció en La Plata
el 13 de octubre de 1970. l
Vocabulario
Huakeikuna, kutis – Huakeikuna
hermanos míos; kutis, nuevamente,
hermanos míos, nuevamente.
Tackoyúraj: tacko: algarrobo,
yúraj; blanco.