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EL LIBERAL . Viceversa

Un niño de 10 años presencia la llegada del tren y la inauguración del pueblo de Fernández

23/07/2016 20:02 Viceversa
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Un niño de 10 años presencia la llegada del tren y la inauguración del pueblo de Fernández Un niño de 10 años presencia la llegada del tren y la inauguración del pueblo de Fernández

Nací en un lugar denominado

El Rosario, el 4 de diciembre

de 1880. él es parte

del Departamento Robles en

la provincia de Santiago del

Estero. Mis padres, D. Doroteo

Pereyra y doña Rosario

Ramos fueron los propietarios

de aquel lugar.

Me hicieron cristiano

en la capilla de Tackoyuraj.

Apadrináronme Doña Buenaventura

López de Coronel

– dueña de la capilla y el padre

Jerónimo Lavagna, del

curato de Lojlo, siendo el reverendo

padre por aquel entonces

corresponsal del Museo

de Historia Natural de

Córdoba cuya dirección ejercía

D. Florentino Ameghino.

La fundación El Rosario

era una selva virgen. Casas y

aguadas habíanse construido

en pequeña área del suelo

lampiño, limitado por la ceja

del monte.

Allí pasé los años iniciales.

Cuando los primeros

lampos de luz penetraron en

el campo de mi conciencia,

advertí el desnivel entre una

intuición afinada y el cerebro

baldío.

La selva que absorbe el rigor

de los soles ardientes, la

inclemencia de las largas sequías,

el polvo aventado en

los suelos sequizos; - y también

el reverso - la selva que

perfuma y adorna cuando

florece el ucle y el quimili,

cuando florecen la brea y el

garabato … la selva del Rosario

se me incrustó bien adentro,

para siempre.

Y la selva de El Rosario

donde nací, ha decorado mis

interiores.

Yo era un bilingüe, como

todos los chicos de la Mesopotamia

santiagueña, un

fraile de esos que de tanto

en tanto recorría la zona, dijo

a mi padre: “este niño es

el mejor quichuista que he

encontrado entre los de su

edad”.

A poco se creaba una escuela

rural en El Rosario. Ingresé.

Comenzó la lucha para

desterrar la lengua aborigen

del ambiente escolar.

Parecía ser que mi defectuosa

pronunciación del español

radicaba no tan solo en

una ventajosa facilidad para

el quichua, sino en la mala

posición de la lengua por lo

que solía decirme mi padre:

kallun palta (lengua ancha).

Y cada vez que me llamaban

kallun palta, avergonzado,

cohibido, casi con rabia

veía la enorme lengua del

buey: ancha, larga, gruesa,

pesada.

Un domingo de mañana

se organiza una excursión escolar

a caballo. íbamos a visitar

la línea del F.C.C.A (Hoy

F.C.N.G.M) que venía tendiendo

sus rieles. No sé cómo

me tocó en suerte llevar

en ancas a mi maestra.

De la huella estrecha,

sombreada por el monte, repentinamente

salimos a una

picada de reverberos vidriosos:

Daba la impresión de

haber llegado a la orilla de un

gran río de luz. En el centro

de esa faja inmóvil, una locomotora

evolucionaba sin detenerse.

Iba y venía. Cortaba

el aire con silbatos nunca

oídos por nosotros. Echaba

humo, echaba chispas, echaba

agua caliente, se envolvía

es un denso vapor acuoso. Y

por ese ojo de basilisco que

relumbraba en su frente negra,

despedía un fuego rojizo,

impresionante. Nuestras cabalgaduras

se arremolinaron

temblando ante lo desconocido.

Nosotros, los escolares,

tiritábamos como esos conejitos

del bosque atraídos por

la mirada magnética del ampalagua.

Debí de transmitir bien

esas impresiones en el seno

de mi hogar, pues recuerdo

que mi padre me llevó unos

meses más tarde a presenciar

cómo se desbrozaba la

región que debía servir de

asiento a la población de Fernández.

Aquello era un desmonte

despiadado. Oí la música de

las hachas. Vi los hachadores

crueles. Vi los montones

de ramas y árboles para ser

quemados. Contemplé azorado

las llamas y el humo de

las quemazones. Vi moverse

atareado, de un lado a otro, a

un personaje importante que

deslindaba lotes, que plantaba

estacas y que se llamaba

D. Jesús Fernández. Vi y escuché

que mi padre hablaba

con él y era informado de

aquel movimiento civilizador.

Después, como premio

a esa admiración casi religiosa

que había embargado mi

espíritu infantil, me trajeron

a la inauguración oficial de

Fernández.

Y todo fue un mundo

nuevo para mí y para todos

los lugareños de mi edad.

Vi bailar una zamba, al mismo

D. Jesús Fernández como

número inicial de los festejos.

Vi, fuera de la estación,

cerca de un gran mistol, el

almacén de los ingleses con

paredes de palo a pique; todo

construido con pimpollos

de quebracho blanco. Y para

completar aquella lejana estampa,

calcada en mis retinas,

diré que vi parado en la

puerta de aquel almacén a

un hombre joven, rubio, alto,

descarnado, bocón, de cara

huesosa, que debió ser extranjero:

Federico Mikkelsen

lo nombraban.

Nunca más lo volví a ver.

Hice los grados de la escuela

rural de El Rosario. De

ahí pasé a la escuela Normal

de maestros de la ciudad capital.

Examinado para el ingreso,

prolijamente en primer

superior y en segundo,

senté plaza en tercer grado.

Al segundo mes, ocupaba un

banco en la fila de oro. Cursé

todos los grados de la escuela

de Aplicación. Luego el

curso normal. Me gradué de

maestro. Presté servicios un

año en la provincia cuando

era presidente del Consejo

General de Educación Don

Maximio S. Victoria.

Con cierta inquietud espiritual

y un secreto impulso

de aventura, me dirigí a

la provincia de Buenos Aires

en busca de otros horizontes,

haciendo a un lado la provincia

de Córdoba, que en aquel

año era un gran centro de

atracción para el magisterio

santiagueño.

Ejercí el magisterio en la

primera escuela fundada en

la campaña en Buenos Aires:

la N°1 DE Exaltación de

la Cruz. De ahí pasé a ocupar

la dirección de una escuela

Nacional de Neuquén, entre

la precordillera y el macizo

central.

Al año siguiente regresé

a Buenos Ares, vencido

por el aislamiento y la soledad,

más que por lo agreste

de aquellos parajes. Como

sentía una marcada inclinación

por el Derecho, ingresé

al Colegio de Escribanos

de la ciudad de La Plata. Ahí

estudié el primer año con felicitaciones

en todas las materias.

Abandoné, sin embargo,

la carrera y regresé

al magisterio después de un

lapso de cinco años. En este

periodo, el más aleccionador

de los años mozos, adquirí

el título de holgazán y

despreocupado. Me lo discernía

el juicio absolutista y

arbitrario de la mentalidad

pueblerina, no obstante gastar

mis horas en largas y meditadas

lecturas.

En este punto fui llamado

a reincorporarme en carácter

de docente a la escuela N°1

Llegué con el andar de los

años a ocupar la dirección de

la vieja escuela. De este cargo

pasé a desempañar la Dirección

de la escuela N°2 DE

Salto. Mediante una breve

disponibilidad por azares de

la política se me confiaba la

dirección de la Escuela Complementaria

de Campana.

Aquí me sorprendió el ascenso

a inspector técnico de Escuelas

de la Provincia, cargo

que ejercí hasta el año 1925.

En mis años accidentados,

llenos de altos y bajos

en la docencia, contraje enlace

en Exaltación de la Cruz.

A partir de entonces se serenó

mis anisas ambulatorias;

mi esposa escribía y me leía

sus versos, mientras acunaba

el sueño de nuestros hijos.

Encontré el cielo que buscaba

en la tierra, donde las piedras

del camino tantas veces

habían herido y sangrado

mis pies.

Jubilado como Inspector

de Escuelas, empecé a luchar

como ciudadano. Fundé el

Comité de Educación Política

Dr. Hipólito Yrigoyen, en

el pueblo donde nacieron mi

esposa y mis hijos, con la amplia

colaboración de ellos.

De todo mi ideal, de todo

mi espíritu de lucha, están

saturadas las columnas

del periódico El Municipalista,

órgano oficial de aquel

Comité.

Alejado de estas actividades

a causa de una súbita y

grave dolencia, convaleciente

aún publiqué: En los pagos

de Cañada de la Cruz, libro

premiado en el concurso

literario de la provincia de

1938 (Ley 4471).

Vuelto más tarde a la arena

de la política, fundé otro

periódico: La Comuna.

Fuera de estas dos hojas,

escribí en la Revista de Educación,

órgano oficial del gobierno

escolar de la provincia

de Buenos Aires. He escrito

en la Revista Instrucción Primaria

y en distintos periódicos

locales de la provincia.

También he colaborado

en Picada, revista del magisterio

santiagueño. Algo hge

publicado en los diarios El

Argentino, el Día, de La Plata

y El Liberal, de Santiago

del Estero.

Escribí: Ciclo histórico

del periodismo en la Campaña

de Buenos Aires, obra ésta

que tiene en prensa el Archivo

Histórico de la provincia

de Buenos Aires. Hombres y

principios políticos a través

de una localidad – sociología

política que abarca de 18874

a diciembre de 1948 – (inédito).

Actualmente recopilo datos

para escribir la historia

de Exaltación de la Cruz, en

colaboración con mi esposa.

Asimismo, acumulo material

para Hermanos Míos, con

temática extraída de la tierra

de Silverio Leguizamón. l 

¿Quién es Jesús María Pereyra?

Nació en Departamento Robles, Santiago del Estero, el 4 de

diciembre de 1880. Ingresó al magisterio el 8 de abril de 1900.

Fue maestro de grado y hasta director en la Escuela N° 1

de Exaltación de la Cruz. Más tarde pasó a la Dirección de la Escuela

N° 2 de Salto (Bs. As.) y también Director de la Escuela

Complementaria de Campana, función en la que es ascendido a

Inspector Técnico, cargo del que se jubiló el 8 de abril de 1925.

En Capilla del Señor fundó los semanarios: “El Municipalista”

y “La Comuna”, de los que existen antecedentes en la biblioteca

de la Universidad de la Plata y en el Círculo de Periodistas

de la Provincia de Buenos Aires. En 1927 fundó el comité de

Educación política “Dr. Hipólito Irigoyen”.

Publicó los siguientes libros: “En los pagos de la Cañada de

la Cruz”, “El gaucho Polonio Aumada”, “Hermanos míos”. El Instituto

Nacional de Antropología publicó su libro “Historia y Folklore

de la Provincia de Buenos Aires”.

Inéditos: “Los de allá”, “Biografía de un periódico de la

Campaña de Buenos Aires” y también “Compendio de historia

y folklore de Exaltación de la Cruz, Provincia de Buenos Aires”

realizado junto a Emilia Altomare, su esposa. Falleció en La Plata

el 13 de octubre de 1970. l

Vocabulario

Huakeikuna, kutis – Huakeikuna

hermanos míos; kutis, nuevamente,

hermanos míos, nuevamente.

Tackoyúraj: tacko: algarrobo,

yúraj; blanco.

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