Galilea, lugar de encuentro y misión - Mateo 28,16-20 Galilea, lugar de encuentro y misión - Mateo 28,16-20
Jesús se aparece y sus discípulos le rinden homenaje, lo adoran. Pero, no por eso dejan de dudar, la fe incluye la duda, es a la vez, confianza y desaliento.
El Resucitado anuncia a los discípulos que ha recibido todo poder sobre la creación, ha sido exaltado y constituido soberano del universo. El poder de Jesús se manifestará a través de la predicación de los discípulos, es un poder que no domina, sino que libera a los que se hacen discípulos.
El mandato de hacer discípulos a todos los pueblos significa, en primer lugar, el mandato bautismal. El bautizado pertenece a la Iglesia de Jesús. Ahora bien, el bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que expresa la fe constitutiva de la nueva identidad de los bautizados y evoca, el acto mismo del bautismo según la tradición de la Iglesia naciente.
Los discípulos deberán enseñar a guardar “todo lo que yo les he mandado”, es decir, lo que enseñó Jesús. Se trata de una iniciación en la praxis, de hacer la voluntad del Padre. Deben enseñar a “vivir” la fe, introducir a los nuevos discípulos en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Al final de la proclamación de Jesús está la promesa de su presencia en la comunidad: “y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús es el “Emmanuel” (Dios con nosotros), que está presente en la Iglesia, en su palabra, en sus preceptos y en la experiencia de Dios entre aquellos que oyen y ponen en práctica esa palabra.
Conclusión
La Ascensión de Jesús involucra a la comunidad creyente en la tarea misionera: hacer discípulos, bautizar y enseñar a practicar sus enseñanzas. Esta tarea es posible porque el Señor asegura su presencia en medio de la comunidad: “todos los días hasta el fin del mundo”.
El papa Francisco en la Evangelii Gaudium hablando de la Iglesia misionera, nos dice: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”. Es decir, una Iglesia que sale al encuentro de los excluidos para comunicarles el amor de Dios, que se involucra con la vida cotidiana de las personas, que no tiene miedo a ponerse al servicio, de humillarse, de acompañarlos en sus sufrimientos y gozos, de recoger los frutos que la Palabra produce en la sociedad, celebrando con alegría la presencia de Dios, que anima la vida y entrelaza los corazones. l







