El fatal destino de los prelados en los tiempos de la Revolución - 2ª parte- El fatal destino de los prelados en los tiempos de la Revolución - 2ª parte-
Las desventuras de los hombres que encabezaron las diócesis que tenían jurisdicción sobre el actual territorio argentino en los tiempos de la Independencia merecen, sin duda, una crónica detallada, puesto que conforman una serie de episodios que son dignos de una novela o una serie de televisión. La historia argentina suele relatarse con el eje puesto en los aspectos políticos y militares de esos años fundacionales.
La vida social y económica de aquellos tiempos argentinos ha quedado relegada en el relato histórico general, como tambiénlo vinculado a laIglesia, institución que asumió un carácter contrario a la revolución en la mayoría de sus jerarcas.Sin embargo, un planteo serio de aquel contexto obliga a indagar en la vida y la obra de quienes conducían a miles de hombres y mujeres que se encontraban bajo su autoridad, por su pertenencia al clero y a las órdenes religiosas, no pudiendo ignorarse la influencia de los obispos en una sociedad de profundas convicciones cristianas. De estos hechos y de algunos hombres hablaremos hoy.
El obispo de Buenos Aires
Benito Lué y Riega nace el 12 de marzo de 1757 en Lastres, un pequeño puerto asturiano sobre el mar Cantábrico, y es bautizado por sus padres Cosme y María Josefa en la iglesia de Santa María de Sabada al día siguiente de nacer. Vale destacar que en el excelente archivo del Arzobispado de Oviedo se conservan todos los documentos de diez siglos de la iglesia asturiana, y hemos podido contemplar la partida de bautismo de Lué en perfecto estado de conservación.
Adolescente, Benito se incorpora al ejército español, donde adquiere un carácter de austeridad y firmeza que conservará toda su vida. En su juventud, decide seguir la vida religiosa y se doctora en Teología en Lugo, Galicia, donde llega a ser deán en los últimos años del siglo XVIII. En 1801 el rey de España Carlos IV lo propone para el obispado de Buenos Aires y Pío VII lo preconiza (sinónimo de nombramiento) el 9 de agosto de 1802.
Viaja hacia Buenos Aires y desde allí a Córdoba para ser ordenado obispo el 29 de mayo de 1803 por el arequipeño ángel Moscoso, titular de la antigua diócesis que tuvo a Santiago del Estero por sede hasta 1700. De regreso, comenzó a recorrer su obispado, que abarcaba las actuales provincias del Litoral y la Banda Oriental. A pesar de habérselo propuesto no llegó a recorrer las tierras más allá de la frontera con los países indios, al sur del río Salado bonaerense.
Mostró un espíritu incansable, pero su carácter no lo hizo simpático para el clero. Sus visitas pastorales lo hicieron conocido pero su severidad de costumbres hizo que la fama de su dureza lo precediera y le impidió acercarse a los fieles. Muy rígido en los temas de conducta moral, sus choques con algunos sacerdotes amancebados fueron memorables. Su austeridad era tal que dedicó el palacio episcopal para seminario y reservó apenas una celda para vivir allí desde 1806.
Al producirse la primera invasión inglesa y la asunción de William Beresford como gobernador de Buenos Aires, el obispo Lué se niega a jurar fidelidad al rey británico Jorge III, y desafiante le da la extremaunción a un soldado germano que desertó de las filas invasoras, momentos antes de ser fusilado. Dedicó esos días a la protección del clero poniendo a buen recaudo los fondos eclesiásticos, que no cayeron en manos británicas como sí lo hicieron los caudales reales.
Se opuso al virrey Santiago de Liniers por sus posturas liberales y en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 fue defensor del “statu quo” apoyando la autoridad de Baltazar Hidalgo de Cisneros. Se negó a presenciar el juramento de la Junta Gubernativa el 25 de mayo, pero celebró un Tedeum en la catedral porteña el 30 de mayo, aunque declinó predicar. Al finalizar la ceremonia los miembros de la Junta fueron desairados, ya que ningún religioso los despidió del templo. Era la declaración de guerra entre los revolucionarios y el prelado.
El 23 de julio el gobierno acusa a Lué de conspirar contra la revolución y le prohíbe asistir a la Catedral y celebrar misas con fieles.También se requisó el edificio del obispado para un acantonamiento militar, cerrando el seminario y obligando a Lué a recluirse en una casona de San Fernando, unos 20 km. al norte de la capital. El obispo bajó su perfil, conteniendo las tensiones entre los curas revolucionarios y los conservadores. En 1811 encabezó el tribunal que exoneró a su par Orellana por su actuación en 1810.
El 21 de marzo de 1812 participó de una opípara cena a la que había sido invitado y al día siguiente amaneció muerto en su lecho. El gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, acusó de envenenador al canónigo Andrés Ramírez, aunque fray Francisco Castañeda atribuye el supuesto crimen a Manuel de Sarratea. Hay que decir que no hay pruebas ni documentales ni científicas de estas versiones. El cuerpo de Benito Lué y Riega fue embalsamado por el cirujano José Capdevila y luego de la c elebración de fastuosos funerales el obispo fue sepultado en la cripta de su catedral, donde permanece hasta hoy. Durante más de dos décadas no habría obispo en Buenos Aires.
El obispo de Córdoba del Tucumán
Rodrigo Antonio de Orellana nace en el pueblo de Medellín, Extremadura, el 29 de octubre de 1755 y es bautizado el 13 de marzo de 1756. Muy joven ingresa a los premostratenses, orden religiosa agustiniana y luego estudia en la universidad de Valladolid donde se gradúa como bachiller en Artes en 1783 y llega a doctorarse en Teología. En 1785 es nombrado profesor de Física Experimental y de Instituciones Teológicas. Durante dos décadas alcanza un gran prestigio como maestro y llega a ser canciller de la universidad por el voto de los claustros.
Carlos IV lo propone para la diócesis de Córdoba del Tucumán en 1804 y el papa Pío VII lo nombra el 9 de septiembre de 1805. Orellana renuncia a su nombramiento y durante dos años van y vienen las comunicaciones entre Roma y Valladolid, hasta que el Papa le ordena asumir ese destino sudamericano. Llega a Buenos Aires en agosto de 1809 y es ordenado obispo por Benito Lué y Riega el 10 de septiembre, llegando al territorio de su diócesis el 8 de octubre, mostrando la premura que imprimió al viaje debido a las circunstancias históricas.
La Revolución de 1810, producida a menos de seis meses de su llegada a Córdoba, es rechazada en la “Docta” y Orellana apoya al brigadier Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, gobernador y líder contrarrevolucionario, con quien se pone en marcha rumbo a Buenos Aires para reprimir el levantamiento autonomista. En las cercanías de Cruz Alta, en la posta de cordobesa de Cabeza de Tigre, Concha, Orellana y otros realistas son capturados el 7 de agosto de 1810 y los revolucionarios Francisco Ortiz de Ocampo e Hipólito Vieytes reciben la orden de fusilamiento para todos.
El hecho queda a cargo de Antonio González Balcarce y Juan José Castelli, pero la condición episcopal de Orellana salva su vida ya que “contra la corona, vaya y pase, pero contra Dios es demasiado”.Fue llevado preso al cabildo de Luján, donde permanecióhasta octubre de 1811, cuando fue trasladado a la Casa de Ejercicios de Buenos Aires, fundada por la santiagueña Antonia Paz y Figueroa, Mamá Antula. Luego de pasar un tiempo allí, fue absuelto de las acusaciones en su contra por un tribunal presidido por Lué y Riega.
A inicios de 1813 volvió a Córdoba. Durante una visita pastoral a La Rioja cayó enfermo, y allí juró fidelidad a la Asamblea del año 13, que le concedió la ciudadanía de las Provincias Unidas. Su carácter combativo hizo que el Directorio ordenara su prisión en el convento de San Carlosa orillas del río Paraná, en enero de 1815, siendo privado entonces por el gobernador mediterráneo José Javier Díaz de su ciudadanía y de sus bienes. En San Lorenzo vivió recluido pero cómodo, y escribió su “Justa Defensa del Illmo. Obispo de Córdoba, Dr. D. Rodrigo de Orellana, contra la violencia de sus perseguidores”.
El Congreso de Tucumán le restituye un “tercio de sus rentas” con la condición de que jurara la independencia de las Provincias Unidas y reconociera la autoridad del Directorio y del Congreso. Orellana se niega rotundamente. Como al mismo tiempo su capellán fue apresado cuando intentaba huir de Buenos Aires sin pasaporte hacia Río de Janeiro, Orellana fue acusado de cómplice, llevado a Santa Fe y expulsado rumbo a Asunción del Paraguay,donde el dictador Gaspar de Francia lo rechazó, llegando entonces a Corrientes para ser también desterrado de allí por José Gervasio de Artigas.
En 1817 comienza un periplo aventurero, ya que Orellana atraviesa los esteros del Iberá para cruzar el río Uruguay y llegar al antiguo pueblo misional de San Borja, en tierras brasileñas. En un increíble viaje clandestino a través de la selva, arriba a San Pablo, donde las autoridades civiles portuguesas y las eclesiásticas lo reciben con todos los honores, y con custodia militar llega a la capital donde residía el rey Juan VI y su corte. Se embarcó hacia Lisboa, donde recibe el 21 de diciembre de 1818 la noticia de su traslado como obispo a la diócesis de ávila. Permanecerá en la ciudad amurallada cuna de Santa Teresa de Jesús hasta su muerte el 29 de julio de 1822. Redacta en esos años un informe sobre lo acontecido durante su estancia en el Río de la Plata a pedido de la Santa Sede. Fue sepultado en la cripta de la catedral de su sede. Por cinco décadas prácticamente no hubo obispo en Córdoba.
Quedan para el próximo domingo, si Dios quiere, las apasionantes historias de Nicolás Videla del Pino, obispo de Salta del Tucumán, y de Pedro Ignacio García de Panés, obispo de Asunción.








