Por Sergio Sinay.
Un sentimiento venenoso Un sentimiento venenoso
El odio es una bebida amarga. "Es el veneno que uno toma esperando que otro muera", según lo definió el gran William Shakespeare. A su vez Charles Baudelaire (1821 1867) uno de los llamados "poetas malditos", autor de "Las flores del mal" y fundador de la poesía moderna, describía al odio como un borracho que, sentado en el oscuro fondo de una taberna, bebe una copa tras otra sin saciar su sed.
Hoy y aquí el odio parece una mancha viscosa y corrosiva que se extiende sobre el suelo que pisamos, emanada como "la venganza de un cobarde intimidado", de acuerdo con la lúcida expresión de Albert Camus (héroe moral, autor de "El extranjero", "La peste", "Calígula" y "El mito de Sísifo" entre otras obras maestras).
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Odio y cobardía marchan de la mano. Odia el que no puede debatir, el que no puede mirar a los ojos a quien piensa diferente, el que no puede extender una mano, el que siente que no está a la altura de aquel a quien odia. Es la expresión de un rencor nacido de un sentimiento de inferioridad. El que odia necesita cómplices para que su Sombra no quede al desnudo. Su Sombra, ese rincón sombrío del inconsciente en el que esconde y reprime todo lo que no acepta, lo que niega y rechaza de sí mismo. Necesita evacuarlo sobre otro, pero no alcanza. Ya decía Carl Jung, hablando de la Sombra, que todo lo que negamos en nosotros y arrojamos sobre otro volverá como destino. Lo que más se odia en otro suele ser lo que más nos pertenece. Se odia en espejo. Difícil que lo comprendan los odiadores profesionales, los odiadores militantes, los odiadores que incitan a odiar. Hasta que regrese a ellos como destino. Es decir, tarde.








