Por: Belen Cianferoni.
Crónica del milagro que es vivir en Santiago del Estero Crónica del milagro que es vivir en Santiago del Estero
Tantas cosas que hay que hacer a lo largo del día: mandados, clases, pagar un montón de cosas. Gastar, gastar, gastar. Acomodar, acomodar, acomodar. Renegar, renegar, renegar. Todo el día pensando en llegar a la semana siguiente con los trámites listos, los trabajos de la diplomatura presentados, las uñas impecables.
Y mientras iba caminando, con la vida acelerada por la avenida Roca, pensando en todo lo que tenía que organizar, sentía que el mundo se me venía encima, y el mareo dijo: "Alto ahí, nena". Me detuve, me apoyé donde pude y vi que estaba al lado de un lapacho.
También te puede interesar:
Una hormiga arrastraba un pedazo de pan de un lomito que quedó de anoche. Era la hormiga más bonita que había visto, simpática, decidida. Me quedé adorándola por un segundo. Por un segundo fui fanática de una hormiga; hubiera destruido a cualquier araña que osara tocarla.
De repente, escuché un ruido fuerte. Un choque. Vi cómo una camioneta perdía el control y se incrustaba en una pizzería. Las vitrinas estallaron, regalando pequeños pedazos de vidrio al aire. El vidrio bailaba y hacía piruetas. Escuché gritos, vi personas que corrían, gente estirándose, saltando, y todo se volvió una coreografía. Todo empezó a ir cada vez más lento.
Vi cómo el pelo de una mujer se ondulaba suavemente mientras abrazaba a su hijo para protegerlo. Todo muy despacio. Lento pero efectivo. Las personas parecían asustadas, y sus caras, poco a poco, se expandían contra la gravedad. Los ojos querían salir de la cara, y las bocas se abrían tanto que podía ver las muelas de los transeúntes.
El ruido se detuvo. No escuchaba nada, pero veía todo. De pronto, todo volvió a su cauce: los vidrios cayeron al piso, las personas volvieron a moverse con rapidez, llegó la policía y, poco a poco, la calle Roca volvió a ser la calle Roca.
Me fui a casa. Vi a mi madre sonreír porque su hermano venía con su hermosa esposa y un amigo de Carmen de Patagones. Vi cómo, poco a poco, la cotidianidad me tocaba la espalda. Me sonaba el celular, escuchaba el ruido de los mails entrantes. La vida volvió a ser lo que era pero no para mí.
Me senté frente a la computadora, puse música y sentí cómo mi alma se iba yendo muy despacito en una canción de Orellana Lucca. Descansé la vista y la espalda contra la silla. Era un milagro del tiempo.
Me detuve a ver una hormiga posando en un lapacho y, de pronto, la vida eligió desnudarse caóticamente ante mis ojos. La vida me señaló con el dedo y me dijo: "Entre trámites se te va la vida". ¿Será que perdí el rumbo? ¿Qué es lo importante? ¿Qué no estoy queriendo ver?
Por lo pronto, voy a dejar que mi cuerpo se acaricie con las ondas sonoras. Estamos en el cumpleaños de Santiago. Como ciudad, hemos decidido romper el tiempo y permitirnos abrazarnos ante el dolor. El gobernador canta una canción de los Redonditos de Ricota, caminamos por la calle con bombos al ritmo de nuestro corazón, nos reunimos con nuestra familia y nos ponemos a cantar.








