Por Eduardo Lazzari. Historiador.
Los grandes jueces de la Corte Suprema Los grandes jueces de la Corte Suprema
La Corte Suprema de Justicia de la Nación es el tercer poder del Estado, según lo determina la Constitución Federal de 1853, que mantuvo el articulado al respecto durante las reformas de 1860, 1866, 1898 y 1994. Es notable que en sólo 12 artículos quede organizado el poder que también aparece en la letra del Preámbulo como uno de los seis propósitos fundamentales de la Carta Magna: " con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad ".
En los orígenes de nuestra vida constitucional llama la atención que, durante el grave conflicto entre la Confederación Argentina con el Estado de Buenos Aires entre 1852 y 1861, Justo José de Urquiza, el primer presidente constitucional, pudo poner en marcha el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, pero no logró organizar la Corte Suprema, lo que recién lograría Bartolomé Mitre al inicio de su mandato como primer presidente constitucional de la República unificada. Vamos hoy a recorrer las biografías de algunos de los grandes jueces del siglo XIX y de los albores del XX.
También te puede interesar:
La Primera Corte Suprema
Luego de la batalla de Pavón el 17 de septiembre de 1861, Mitre logra el predominio político que le permite llegar a la presidencia estableciendo en Buenos Aires los tres poderes del Estado. La reforma de 1860 había dejado en manos del Congreso la cantidad de magistrados que la ley 27 del 13 de octubre de 1862, al día siguiente de la asunción de Mitre, estableció en cinco miembros, número que prevaleció a lo largo de la historia, cambiando la composición por cortos períodos. Con amplitud política, el porteño propone al Congreso el nombramiento como jueces del alto tribunal de los abogados Francisco de las Carreras, José Antonio Barros Pazos, Francisco Delgado, Salvador María del Carril y Valentín Alsina, quienes recibieron el acuerdo del Senado el 18 de octubre de 1862. Eran todos hombres intachables de una larga trayectoria pública.
El juramento de estos primeros cuatro jueces fue el 15 de enero de 1863, aunque el quinto, Alsina, se negó a incorporarse al cuerpo judicial. Tenía don Valentín la esperanza de volver al ruedo político y entendió que su nominación para la Corte era una forma elegante del presidente para sacarlo del medio. El 11 de octubre de 1863 comenzó a funcionar normalmente la Corte Suprema con cuatro miembros. La primera sentencia del alto tribunal fue firmada el 15 de octubre de 1863. El tribunal se completó cuando José Benjamín Gorostiaga fue incorporado el 10 de junio de 1865.
En los 85 años que van desde 1862 hasta 1947 la Corte Suprema funcionó sin solución de continuidad y sus miembros sólo se retiraron por muerte o renuncia. Fueron jueces 41 ciudadanos y presidieron la Corte 12 magistrados, hasta que los juicios políticos iniciados por el gobierno del presidente Perón en 1947 alteraron la tradición, provocando un violento cambio en la historia judicial argentina. Es de destacar que incluso los jefes de los golpes de estado de 1930 y 1943 no se atrevieron a tocar la cabeza del Poder Judicial. Todo esto será contado más adelante, ya que merece ser conocido. Como dato curioso entre 1862 y 1947 sólo dos presidentes argentinos no nombraron miembros en la Corte: José Evaristo Uriburu y Ramón S. Castillo.
Los primogénitos jueces
El porteño De las Carreras era abogado de la Universidad de Buenos Aires, recibido en la década de 1820 y fue diputado, senador, ministro, convirtiéndose en 1863 en el primer presidente de la Corte Suprema de Justicia hasta su muerte en 1870. En su funeral Mitre dijo que "era la piedra angular de la justicia" y Sarmiento que era "el hombre que más se había aproximado al modelo de juez ideal".
El catamarqueño Barros Pazos, luego de un fugaz paso por la Universidad de Córdoba, se doctora en Derecho en Buenos Aires y es inscripto en el libro de matrícula porteño. Trabajó como diplomático, vivió exiliado en los tiempos de Rosas y se dedicó a la doctrina jurídica. En 1853 fue nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires, participando activamente de los procesos constituyentes de varias provincias durante la década de 1850. Fue el tercer presidente de la Corte un par de meses hasta su muerte en 1877.
El sanjuanino Del Carril era el juez supremo de mayor trayectoria política: gobernador de San Juan, secretario del presidente Bernardino Rivadavia, constituyente en 1853 y 1860 y vicepresidente de la Confederación. Fue el segundo presidente de la Corte y fue el primer juez que firmó un fallo en disidencia en 1871, lo mismo que el primero en renunciar en 1877.
El mendocino Delgado fue el más anciano en llegar a la primera corte. Tenía 67 años y fue descripto como "moderado en la lucha, paciente y abnegado en la adversidad, generoso en la victoria". Fue abogado por la Universidad de Córdoba y ejerció varios juzgados en su vida. Como juez de la Corte sostuvo la imposibilidad de los indultos presidenciales a procesados. Ejerció la magistratura hasta su muerte en 1875.
Pero en estos tiempos fundacionales hay que destacar al santiagueño Gorostiaga, probablemente la mente jurídica más preclara de entonces. Constituyente en Santa Fe con sólo 29 años, fue el redactor más importante del texto magno, sobre todo por el Preámbulo surgido de su pluma. Una extraordinaria definición de su personalidad es la siguiente: "Contribuyó a engendrar la Constitución..., la ayudó a crecer a través de su reglamentación siendo legislador, al aplicarla como ministro del gobierno nacional y, por último, al interpretarla como presidente de la Corte". Renunció para asumir como ministro de Sarmiento en 1868 y retornó a la Corte, siendo el primero en hacerlo en 1871 hasta 1887 cuando se retiró definitivamente. Fue el cuarto presidente de la Corte siendo el más duradero (diez años) hasta entonces.
El juez de la era dorada de la Corte: Antonio Bermejo
Sin duda, en los tiempos posteriores y normales de la Corte pasaron por ella notables juristas argentinos: Benjamín Victorica, el "general doctor"; José Figueroa Alcorta, el único argentino hasta hoy en presidir los tres poderes del estado; Antonio Sagarna: Roberto Repetto y otros muchos más. Pero quien marcó la historia de la Corte Suprema fue Antonio Bermejo, presidente durante un cuarto de siglo entre 1905 y 1929, y su tiempo es considerado como la Edad de Oro judicial de la Argentina. Llama poderosamente la atención que una figura de este talante no se recordada y está olvidada como pocas figuras de tal trascendencia.
Bermejo es un fruto perfecto de la Argentina progresista de la segunda mitad del siglo XIX. Nacido en Chivilcoy al tiempo de la sanción de la Constitución en 1853, es hijo de inmigrantes, educado en la escuela pública, alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires y doctor en jurisprudencia de la Universidad de Buenos Aires. Adhirió al partido de Mitre desde su juventud, pero lo suyo no era la política partidaria a pesar de lo cual participó de la revolución de 1880 en el bando porteño opuesto a la federalización de Buenos Aires. Fue periodista jurídico y ejerció la docencia como profesor de matemáticas y filosofía, además de incursionar en el derecho internacional.
Fue diputado provincial y nacional, senador nacional, ministro de Justicia e Instrucción Pública, siendo un activo promotor de nuevas instituciones como colegios industriales, escuelas para mujeres, la Facultad de Filosofía y el Museo Nacional de Bellas Artes. Miembro fundador de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales, su perfil iba desdibujándose en la política por su poca afección a los discursos y era visto como un jurista amable. El presidente Julio Argentino Roca lo nombró delegado diplomático ante la Conferencia Panamericana de México en 1901.
Fue nombrado en la Corte Suprema de Justicia el 19 de junio de 1903 y llega a su presidencia el 10 de mayo de 1905. Antes de asumir renunció a todas las instituciones de las que participaba y envió una carta a sus amigos anunciando su retiro de todos los eventos sociales, ya "que la historia me pone en un lugar en el que quizá me toque juzgar a algún viejo amigo; y esa historia no me juzgaría bien si yo siguiera compartiendo aquella amistad. Desde ahora mi vida será ir de casa al trabajo, y del trabajo a casa". Esta última frase sería usada muchos años después por el general Perón. No hay fotos de Bermejo juez, salvo en los acuerdos de la Corte y en algún acto protocolar cuya presencia era requerida en forma imprescindible.
Firmó todas las sentencias de la Corte Suprema durante 25 años salvo una, en la que se excusó de participar en el debate ya que una de las partes era un club en el que había estado asociado. Nunca brindó un reportaje periodístico siendo juez. Todos los días llegaba al Palacio de Tribunales en tranvía, usó durante décadas el mismo traje gris y solía recorrer cada día el edificio para apagar las luces encendidas innecesariamente. Pidió permiso a sus pares para adquirir hielo para refrescar el agua en un verano incandescente de Buenos Aires, pagándolo de su bolsillo. Cuidaba personalmente el jardín de su casa en la Recoleta, recordando su origen campero en Chivilcoy.
Falleció el 19 de octubre de 1929, y el mismo día de su muerte, a pesar de haber sufrido en la víspera un ataque al corazón, ordenó que le fuera traído el despacho diario para su firma, para evitar atrasos en el servicio de justicia. Fueron siete los presidentes argentinos que lo tuvieron en la Corte. El gran historiador y biógrafo Vicente Cutolo lo definió magistralmente: "(Bermejo) fue un espíritu admirablemente equilibrado, y reconocido por sus contemporáneos como el prototipo del hombre en quien se armonizaban las dotes superiores definitorias de las personalidades consulares".









