Por Neri Casazola.
El mail al editor de El Liberal que se filtró: entre pantallas y libros El mail al editor de El Liberal que se filtró: entre pantallas y libros
Querido Oscar: no pude llegar con el tema que me habías pedido para esta semana. Pasó ya el tiempo estipulado de entrega, pero no logré cerrar la idea a tiempo. Este mail es para contarte lo que me pasó, y deseo de corazón que me sepas entender.
En estas tres semanas estuve centrado en proyectos que me desenfocaron de lo que más disfruto: leer, correr, escribir en mi Moleskine cada mañana y cada noche, cocinar después de una jornada intensa, ordenar mi hogar, visitar el mercado Armonía, comprar especias, almorzar con mis padres y jugar con mi sobrino Salvador. Desde hace un mes estoy grabando para la televisión abierta un documental sobre el interior santiagueño. Aunque digan que nadie mira televisión, me entusiasma porque siento que, desde mi lugar, le devuelvo algo a esa gente que se esfuerza cada día, como lo hicieron mis abuelos y mis padres.
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Hoy debería estar armando un guion para alivianarle el trabajo a mi editor Mati Leshman un genio, aunque pocos lo sepan, pero me salen pocas palabras. Siento que caigo en la autoreferencia y que mi vida es demasiado ordinaria. Incluso para escribirte este mail tuve que ordenar ideas, buscar recortes, apoyarme en algún libro. Creo que estoy sobrecargado: tantos reels, stories y posteos que me hacen querer hacer quince mil cosas a la vez. Me pierdo.
Y, sin embargo, algo me sostiene: los libros. Me entusiasmé con Archipiélago de Mariana Enríquez (aunque todavía no lo terminé). En la Feria del Libro encontré una edición de las poesías completas de Washington Cucurto y me tenté con joyitas de Jeanmaire, Casas y Mairal. ¿Para qué acumular, si paso más tiempo en el celular que en las páginas? Pero debo confesarte que verla a Liliana Hecker tan espléndida y escuchar a Martín Kohan me llenó de ilusión. Fueron momentos que obligan a parar, a pensar qué estamos haciendo con nuestro tiempo.
Después de todo, sigo leyendo poco. Sin leer, escribir se me vuelve imposible. Apenas pude terminar Las uvas de la ira, de Steinbeck, un relato de solidaridad y supervivencia tan actual que duele. Y, de pronto, me volvieron esas ganas de oler libros viejos, de seguir a Guerriero, Schweblin, Mairal o Enríquez. Los libros nos centran en una historia, a diferencia de Instagram, que nos arrastra a mil historias en un segundo.
No quiero decepcionar a nadie. Quizás me estanqué después de hablar con Adriana, la mamá de uno de mis mejores amigos. Ella suele leer mis columnas y por respeto a su mirada exigente no quise mandarme con un tema sin haberlo trabajado con disciplina. Después de mi última nota, Enrico, mi amigo, me llamó para saludarme y me pasó con Diani: a ella le había gustado cómo contaba aquella anécdota en la que, de chico, mi padre y yo nos espantamos camino al casco de la estancia donde íbamos a trabajar. No quería decepcionarla. Durante años esa familia fue mi refugio en la ciudad, mi segunda casa cuando no podía viajar al pueblo.
Imagino que todo esto fue cierto, ¿no? -me preguntaron.
Sí, claro. Todo lo que cuento lo viví así.
Y ese énfasis, esa reafirmación, fue lo que me hizo click: volver a confiar en lo vivido para poder volver a escribir.
Porque al final entendí que los libros siempre me esperan. Cuando la pantalla me dispersa, ellos me devuelven al centro; cuando la rutina me agota, ellos me recuerdan quién soy. Quizás, en definitiva, escribir sea volver a creer en lo propio para poder compartirlo. Puede que no haya escrito la columna que me pediste, Oscar, pero me reencontré con lo único que me salva: leer para volver a escribir.









