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Lo que no se compra con dinero, se administra con el corazón

Por Guillermo Dellamary.

17/10/2025 13:27 Opinión
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El dinero es una herramienta, no un Dios. Y como toda herramienta, puede construir o destruir, según las manos que lo usen. En nuestros días, el dinero suele ocupar el centro de las preocupaciones, como si su acumulación garantizara la felicidad. 

Saber administrar el dinero comienza con una verdad sencilla: no todo se compra. Y cuando uno lo comprende, el dinero deja de dominar la vida y empieza a servirla.

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El arte de usar sin ser usado

Hay quienes poseen grandes sumas, pero viven endeudados del alma; y otros que con poco viven en abundancia, porque aprendieron a distinguir entre valor y precio. El buen uso del dinero exige una actitud interior: saber que el dinero es medio, no fin.

Gastar con sentido, ahorrar con propósito y compartir con alegría son tres pilares de una economía personal sana y cristiana. No es cuestión de austeridad por miedo, sino de libertad por sabiduría.

Como decía san Juan Crisóstomo —Doctor de la Iglesia—: "No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho; porque solo es dueño de su riqueza quien sabe usarla bien".

Dar es también administrar

El gran error contemporáneo es creer que solo se gana guardando o ganando más.

Pero toda buena siembra requiere desprenderse. En la administración del dinero también opera la ley espiritual de la siembra: lo que das, recibes; lo que siembras, cosechas.

Quien comparte no se empobrece, se enriquece interiormente. Quien usa su dinero para aliviar, ayudar, educar o construir algo bueno, multiplica un bien que regresa de formas que ningún cálculo puede prever. Dar no es perder. Dar es invertir en el único banco que nunca quiebra: el corazón de Dios.

Equilibrio entre prudencia y generosidad

Administrar bien no significa aferrarse al dinero ni despilfarrarlo.

Significa actuar con prudencia y confianza. Ahorrar lo necesario, prever con sensatez, y al mismo tiempo tener el corazón abierto a compartir lo que somos y tenemos. Quien vive midiendo cada moneda sin pensar en los demás, se encadena al miedo.

Quien gasta sin medida, se pierde en la ilusión de control. El equilibrio está en usar los recursos como un medio de servicio: que cada gasto tenga sentido, que cada compra sea una elección consciente, que cada ahorro sea una promesa de futuro y no una huida del presente.

San Agustín lo decía con claridad luminosa: "El dinero no es malo, si sirve a la caridad; pero se convierte en tirano cuando ocupa el lugar de Dios"

El dinero bien administrado da libertad

No porque nos permita comprar más, sino porque nos enseña a vivir con confianza y sin miedo. Pues el dinero que se tiene, y más bien fomenta el miedo, sobre todo de quedarse sin el y temer llegar a ser pobre. Eso sí que genera agobio.

La clave no está en acumular, sino en confiar. Confiar en que, si hacemos lo correcto, si trabajamos honestamente, si ayudamos con lo que podemos, la vida —o Dios mismo— se encargará de que no nos falte lo necesario.

Esa es la economía practica del amor: una administración que equilibra razón y fe.

Que ahorra sin avaricia, que gasta sin culpa, que comparte sin cálculo. Cuando logramos esa madurez interior, el dinero pierde su poder de angustiar.

Ya no se convierte en fin, sino en un instrumento de vida

Y entendemos que la verdadera riqueza es poder dar, servir, ayudar, crear y vivir en paz. Sobre todo dar sin esperar nada a cambio.

Porque lo que realmente sostiene la existencia —la salud, la amistad, la fe, el amor, la paz interior— no se compra con dinero, pero sí puede florecer gracias a un corazón que sabe administrar con sabiduría, confianza y generosidad lo que posee.

Y al final, cuando uno aprende a manejar el dinero sin miedo ni codicia, descubre algo profundo: que el verdadero equilibrio financiero comienza cuando dejamos de vivir para el dinero y empezamos a vivir para el Amor.

Fuente: Aleteia.

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