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Estilos y afinidades

Por Diego M. Jiménez

22/10/2025 15:09 Opinión
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Forma parte de la historia de nuestro país la inclinación hacia el viejo continente de nuestras clases dirigentes. Afrancesados, anglófilos, eurocentristas fueron muchos de los adjetivos que se referían a ese vínculo siempre presente, imitativo de las costumbres y estilos europeos. El uso de algunas palabras, la manera vestir, ciertas lecturas, el deseo de viajar y cruzar el Atlántico para hacer el "Grand Tour" a través de la cuna de la civilización occidental, reflejan esa relación e influencia. Modelos educativos, gustos arquitectónicos y tradiciones de pensamiento, también lo revelan.

Estados Unidos, con su espíritu práctico, su desenfado, su gran mercado consumista, la inmensidad de su territorio y la simpleza de su habitante medio no estaban a la altura de la sofisticación deseada por las dirigencias locales. Además, era un competidor agropecuario, una influencia diplomática siempre amenazante y titiritero de golpes de Estado y otras acciones desestabilizadoras en la región. Siempre primo esta visión de la sociedad norteamericana, que esconde prejuiciosamente su riqueza cultural, heterogeneidad, dinamismo democrático y la profundidad creativa de su gente.

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Hay en gran parte de la clase política vernácula un recelo antinorteamericano, temeroso de sus ínfulas imperialistas y refractario a sus modos rústicos y directos. Especialmente, los encontramos en la tradición radical y peronista, el trazo grueso de la cosmovisión política de nuestro país. Lo cierto, es que Estados Unidos es la primera superpotencia militar sin discusión y aproximadamente un cuarto de la economía global es producto de sus afanes. Dos datos que obligan a prestar atención a sus acciones y a construir una relación positiva con ella. Madura, eficaz, sutil, equilibrada, flexible, que busque ampliar márgenes de acción para perseguir intereses propios y combinados, cuando fuese necesario.

El último encuentro entre Trump y el presidente argentino puede también verse en clave de esas creencias muy arraigadas en la cultura política argentina. El estilo del mandatario norteamericano es fácilmente asociable al prejuicio que mencionamos, alejado de la diplomacia europea, más sobria, más tradicional, pero no por ello más benevolente con nuestros intereses. 

Es cierto que las afinidades personales son positivas, acortan caminos, crean ambientes. Son un activo nada despreciable. Pero requieren habilidades y sutilezas para usarlas en provecho propio. Especialmente, cuando quienes interactúan representan poderes asimétricos. A pesar de la realidad de esto último, el más débil, el argentino, preside un Estado soberano y eso supone erradicar actitudes propias de fans o grupies. No se representa a sí mismo, algo que el mandatario argentino parece no tener muy en claro.

Nuestro presidente es ajeno a lo que dijimos al comienzo de esta nota: europeísmo versus norteamericanismo. Pero no por espíritu práctico, tampoco como parte de una estrategia razonada. Su manera de desenvolverse frente al mandatario estadounidense es admirativa, algo que reafirman sus colaboradores y es visible al público que lee o escucha declaraciones suyas o lo observa en imágenes televisivas.

Su accionar y personalidad, sin querer, enfatizan la desesperación del gobierno por anclar corridas o cimbronazos pre y, a esta altura, pos electorales. Acrecientan también la volatilidad económico - financiera, el exceso de aclaraciones, como si los funcionarios argentinos fuesen exégetas de los del gobierno americano. O sus voceros sin contrato. Hemos comentado en notas anteriores la necesidad de recurrir a funcionarios profesionales del Servicio Exterior de la Nación para manejar con la pericia necesaria esta situación crítica de la economía argentina. Y las relaciones internacionales argentinas en general.

La visita oficial a Estados Unidos ha sido muy desprolija, máxime cuando el presidente Trump es un excéntrico dado a contradecirse, mezclar temas y hablar con desconocimiento sin ponerse colorado. Una alerta más que suficiente para tratar con cuidado la relación necesaria con su país y con él, en particular, sin exponer a la Argentina innecesariamente, afectando su dignidad e intereses soberanos.

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