Por la Lic. Delfina Tulli, directora de La Licenciatura en Diseño y Gestión de Estéticas para la Moda e investigadora de UADE.
Lo bello debe morir: sobre la estética de lo inmóvil Lo bello debe morir: sobre la estética de lo inmóvil
Vivimos en una época obsesionada con la eternidad. Una era donde los cuerpos no deben morir, donde las historias no deben terminar, donde la piel debe mantenerse tersa como el mármol. Series que nunca cierran (Stranger Things, The Walking Dead, Grey's Anatomy), personajes que vuelven una y otra vez desde los años ochenta (Ghostbusters, Star Wars, Indiana Jones), flores que no se marchitan, rostros que no cambian. En este clima cultural, el diseño se ha convertido en un terreno fértil para la nostalgia eterna, esa forma de estetizar el pasado no como recuerdo, sino como negación del tiempo.
"No se trata ni de recuperar la antigüedad, ni de habilitar el vintage. Esa etapa ya ha sido superada y estamos en la dinámica de la perpetuidad que hace desvanecer paradigmas tales como joven/ mayor, nuevo/usado, vivo/muerto", afirma Turquesa Topper, directora de la Maestría en Curaduría en Moda, Diseño e Innovación.
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El escritor Grafton Tanner llama a este fenómeno porsiemprismo: una tendencia cultural a mantener el pasado eternamente presente, impidiendo que las cosas mueran, terminen o simplemente cambien. En su ensayo Cuando nada termina nunca, Tanner explica cómo esta obsesión por la continuidadanula los finales y, con ellos, nuestra capacidad de imaginar futuros distintos. La consecuencia: una cultura detenida en una repetición infinita de sí misma, saturada de pasados reciclados y futuros que no se atreven a ser pensados.
Lo que está en juego aquí no es la nostalgia por lo conocido, sino una política del tiempo: una voluntad de inmovilidad. En lugar de aceptar que la belleza cambia, se transforma y eventualmente muere, se impone una estética de lo inmortal. Esto es evidente en múltiples lenguajes del diseño contemporáneo, donde el ideal ya no es lo vital, sinolo impecable, lo liso, lo inalterable.
Katy Kelleher, en su libro La terrible historia de las cosas bellas, ofrece una imagen potente para pensar esta lógica: la de las flores sintéticas. En su capítulo sobre rosas industriales, describe cómo estas flores "eternas" se ven perfectas, pero carecen de alma. No se marchitan, pero tampoco tienen fragancia, ni historia. Son objetos estéticamente puros, pero simbólicamente vacíos. Así, lo bello se vuelve inquietante cuando no cambia. Lo que no muere, no tiene relato.
Esta lógica cultural del "porsiempre" también resuena con lo que Byung-Chul Han llama la crisis de la narración. En su lectura, la narración exige transformación, espera, final. Pero en la cultura contemporánea, dominada por la inmediatez, la repetición y el consumo, los relatos son sustituidos por acumulaciones de acontecimientos sin sentido. Las historias no progresan: se fragmentan o se eternizan sin evolución real. En este contexto, lo bello tampoco puede morir, porque no hay tiempo narrativo, solo superficies fijas que se reproducen. La pérdida del final ya sea en una serie, en una moda, en un cuerpo implica también la pérdida de relato. Sin muerte, no hay historia.
Lo mismo ocurre con los cuerpos. La estética de la juventud eterna alimentada por intervenciones cosméticas, filtros, ropa modeladora y tecnologías de captura digital produce superficies impecables que ya no cuentan una vida. Esta fijación con la permanencia no solo estetiza lo inmutable, sino que también clausura la posibilidad del devenir. Como comenta Topper, "el cuerpo ha dejado de ser el soporte del vestir para ser considerado el ser delvestir, un vestir irreversible".
Un ejemplo reciente de este fenómeno es el Face Wrap de Skims, la marca de ropa interior y shapewear fundada por Kim Kardashian. Este producto una suerte de venda facial posoperatoria rediseñada como accesorio estético encapsula la lógica del porsiemprismo. No se presenta como una herramienta médica, sino como un producto de lifestyle que promueve la contención, el moldeado y la inmovilidad del rostro. La piel, en este contexto, no debe cambiar ni moverse, sino mantenerse sujeta, controlada, congelada en un ideal de belleza eterna.
Esta lógica de lo inmutable también se manifiesta en la cultura pop. Más allá de los reboots y secuelas sin fin, el auge de los deepfakes y las réplicas digitales de celebridades muertas (Tupac en Coachella como una proyección de dos dimensiones, ABBA en formato avatar) revela una cultura que se resiste a dejar ir. Del mismo modo, los live-actions de Disney, los remakes y las franquicias revividas sin urgencia artística insisten en reciclar lo que ya funcionó. No hay invención, solo reproducción.

Ahora bien, es importante hacer una distinción: esta crítica no implica que debamos abandonar la referencia a los clásicos, lo que es parte de nuestra cultura visual, lo cercano, lo conocido. Al contrario, en lo cultural siempre ha existido la relectura, el homenaje, la cita. Lo que está en cuestión no es la permanencia del pasado, sino su licuefacción: cuando se convierte en una forma de repetir msin transformar, de alargar indefinidamente lo que alguna vez tuvo sentido solo porque fue exitoso. Los clásicos perduran, sí, pero su potencia reside encómo los resignificamos, no en cómo los calcamos.
Lo que se pierde, en este paisaje estético de lo inmutable, es la posibilidad misma de la belleza como transformación. La belleza real como la vida implica cambio, caducidad, pérdida. Las flores verdaderas son bellas porque se abren y se caen. Los cuerpos que mueren son vida. Las modas que pasan dejan lugar a otras.
La paradoja, entonces, es que en la búsqueda de una belleza eterna, terminamos por vaciarla de sentido. Como dice Kelleher, este anhelo de perfección constante se transforma en una violencia: ética, estética, ecológica. Al negar el final, negamos la vida. Al inmovilizar el cuerpo, inmovilizamos también la cultura.
En una época que glorifica lo que no muere, quizás el gesto más radical sea dejar que algo termine. Dejar que las flores se marchiten, que las pieles cuenten sus años, que los diseños cambien. Porque solo lo que muere puede ser verdaderamente bello.
En este contexto, la práctica de observar y reflexionar sobre los fenómenos y comportamientos de la contemporaneidad y la Moda permite detectar nuevas configuraciones de sentido, fundamentales para concebir futuros escenarios de consumo. Se trata de mirar más allá, de identificar rupturas y transformaciones que abren la posibilidad de imaginar otras formas de futuro. Porque detenerse a pensar en lo bello y lo deseable hoy es, al mismo tiempo, un modo de pronosticar lo posible de mañana.








