Dolar Oficial: - Dolar Blue:- Dolar CCL:- Dolar Bolsa: - Dolar Mayorista: -

EL LIBERAL . Viceversa

Crónicas para arreglar un corazón con hojas de diario

Por Belén Cianferoni.

01/11/2025 02:35 Viceversa
Escuchar:

Crónicas para arreglar un corazón con hojas de diario Crónicas para arreglar un corazón con hojas de diario

HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE EL LIBERAL Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO

Hace más de un año que vengo escribiendo estas crónicas en el diario, y hoy celebramos los 127 años de El Liberal. Me puse a investigar y, más atrás en el tiempo, recordé que mis primeras crónicas —las de aquella Belén de 19 años— también habían aparecido en EL LIBERAL.

Aquellas primeras incursiones se llamaban Crónicas matemáticas, Crónicas bursátiles, y eran, en verdad, un juego: microrrelatos más que crónicas con estructura formal. Eran casi una broma, sí, como quien empieza… pero me enamoré.

También te puede interesar:

Hoy, escribir crónicas sigue siendo un juego. Porque, si bien son narraciones en primera persona, a veces las palabras me patean en los dientes. Es un lugar de descubrimiento de mí misma, un espacio donde me enfrento a quien soy y a la sociedad que me rodea. Cuestiono mi ciudad con la misma dureza con la que me cuestiono.

Recurro a los sentidos para hablar de lo que conozco: los sabores y las texturas de la maravillosa comida santiagueña, y de los recuerdos que me salvan. Porque siempre te salva recordar quién sos y de dónde venís.

Este diario, que hoy cumple años, es un amigo. Me acompañó en mi idea de formarme como escritora, incluso cuando ni yo creía en mí.

Hace casi dos años, exactamente el 9 de diciembre de 2023, mi papá partió a pescar estrellas. Durante esos primeros meses pude entender a un filósofo que repetían todos los poetas más sesudos de la ciudad. Theodor Adorno dijo: "Escribir poesía después de Auschwitz es barbarie."

Para mí, al principio, no significaba mucho más que una frase pomposa. Ay… barbarie. Hasta que la realidad me susurró: "Esperá y verás. Crecé y entenderás." Y realmente sucedió: lo entendí.

Escribir poesía después de la muerte de mi padre era, para mí, un acto de salvajismo. Era imposible cualquier intento de belleza. Pasaron los meses y me seguía costando escribir. Abría un Word… y nada. Intentaba escribir a mano… y nada. Todo era imposible.

Mi fuente de poesía se secó cuando mi papá se fue. Pasaban los días. Me cansaba de no hacer nada. Me quedaba mirando el archivo en blanco como si fuera un tormento, y no podía seguir.

Pasó el tiempo, y el calendario también. Las convocatorias empezaron a quedarme chicas… porque yo había crecido. El límite es siempre 25 o 35. Ya no era aquella poeta fresca, casi adolescente, que podía concursar. Era una adulta que debía defenderse por sí misma, que pagaba impuestos y que era demasiado mayor para la edad límite de los concursos de poesía. Tenía lo peor que, dicen, le puede pasar a una poeta mujer: había crecido.

Mi escritura creció conmigo. Mis dedos comenzaron a cuestionar la poesía, y los poemas dejaron de salir. Todavía conservo el último que escribí en las notas de mi celular.

De pronto, después de meses y meses de renegar conmigo misma y con mis dedos, de odiarme por no poder detener el tiempo… se me ocurrió no volver a ser aquella nena, sino a jugar con las palabras como en ese entonces. Escribía sin saber del todo qué hacía. Intentaba mantener el equilibrio en el texto como quien juega a sostener una pelota en el aire sin que caiga. Así aparecieron las crónicas.

Y con ellas, esta necesidad imperiosa de compartir. Entonces volvió este diario amigo para ayudarme a generar una nueva obligación: enfrentarme a mí misma todos los domingos a la mañana.

Escribir, porque escribir no solo es una responsabilidad —alguien espera mis palabras—, sino también una necesidad. Necesito escribir para respirar, para procesar el dolor. El Liberal fue eso: un nuevo inicio frente a un panorama aterrador.

Saber que siempre hay una crónica por escribir, me recuerda que mi vida no terminó. Todavía hay un lomito por probar, un lugar nuevo por conocer, un nuevo juego en el cual saltar.

Porque, al fin y al cabo, eso hago cada domingo: escribo para reparar un corazón roto con hojas de diario. Y mientras escribo, algo se acomoda —no del todo, pero lo suficiente— como si cada palabra pegara un pedacito de mí que había quedado suelto.

Escribo para no olvidar, para seguir latiendo, para seguir buscando belleza, incluso donde duele.

Lo que debes saber
Lo más leído hoy