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EL LIBERAL . Santiago

Crónica del humor como altar: entre Halloween y los días de los muertos

Por Belén Cianferoni.

(Foto ilustrativa Google)

(Foto ilustrativa Google).

02/11/2025 06:00 Santiago
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Cada 31 de octubre las redes se llenan de calabazas, brujas y filtros de terror importado. En cambio, el 1 y el 2 de noviembre, en Santiago del Estero, lo que se llena es la mesa con recuerdos: de pan casero de la abuela, de rosquetes que nos traían de regalo, de caña con ruda atrasada para espantar lo que nos quedó del primero de agosto, y sobre todo, de historias. Mientras en el norte del mapa le temen a los fantasmas, acá los esperamos. Les ponemos un platito, una vela, y les contamos un chiste.

Pensaba en eso después de hablar con Mariano Noriega, ese guionista bandeño que anda por la vida entre el terror y el milagro, riéndose de lo inevitable. Su manera de ver el mundo —de escribirlo, de filmarlo— tiene algo de altar doméstico: humor y duelo conviviendo sin escándalo. En La Bibliodera, por ejemplo, el miedo aparece apenas como excusa para revelar la ternura escondida en lo cotidiano. En su universo, los muertos no asustan: escuchan, opinan, y si se los deja, se ríen también.

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"La Bibliodera" es un concurso literario y una antología de cuentos organizada por la Dirección de la Juventud de la Municipalidad de la Capital, en Santiago del Estero, que busca promover la escritura en niños y jóvenes. El proyecto recupera leyendas locales a través de relatos de terror y fantasía, promoviendo la cultura santiagueña y visibilizando nuevas voces a través de publicaciones impresas y digitales. Este año incursionó en asustarnos a través de cortos… Y lo lograron.

Mariano dice que "una verdad contada con humor duele menos". Y pienso que esa frase podría estar escrita en cualquier tumba de los cementerios santiagueños, esos donde las flores plásticas resisten al sol con más fe que las verdaderas. Porque acá, la muerte no se calla: se conversa. Se la invita a la sobremesa, se le hace lugar entre la tortilla y el mate. En eso, el humor se vuelve una forma de sobrevivir, o de acompañar. De decir "te extraño" sin llorar tanto.

Halloween es el show del miedo: luces,  máscaras, sustos a medida. El Día de los Muertos, en cambio, es la práctica de la memoria. Allá el terror se compra; acá se lo domestica. Y si algo demuestra la obra de Noriega es que el humor santiagueño no es un adorno, sino una teología: una forma de creer que la risa también salva. Que incluso frente al espanto —real, político, económico, cotidiano—todavía se puede reír.

Mientras los yanquis corren de los fantasmas, nosotros les abrimos la puerta.

Mientras allá inventan monstruos, nosotros recordamos a los nuestros con ternura y sarcasmo.

Y entre una cosa y la otra, Mariano escribe, filma, y se ríe. Porque en esta tierra, entre el calor y la paciencia, sabemos que el humor también es una ofrenda.

Quizás eso somos los santiagueños: los que siguen haciendo chistes en los velorios, los que encuentran una broma en medio de la pena, los que todavía pueden reírse "como tontos", diría la abuela, aunque el mundo se esté cayendo a pedazos. 

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