Por Belén Cianferoni.
Crónica de los mapas del deseo Crónica de los mapas del deseo
Hay días en que mi bastón brilla más que yo. La gente no sabe si correrme el asiento o mirarme con ternura. Me cansé de agradecer gestos que no pedí. A veces pienso que, si mi cuerpo tuviera subtítulos, diría: "Mi fragilidad no es debilidad." Creo fervientemente que mi debilidad es mi mayor regalo, mi mejor aprendizaje.
Hay otros días en los que me escondo entre mis plantas, con mis mates, y me quedo contemplando la vida y todo lo que se me ofrece. Lo acepto, me zambullo en un festín visual y sonoro y degluto todo lo que veo. Esto es lo que estuve viendo estos últimos días.
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Tuve la posibilidad de hablar con mi amiga Catalina por videollamada. Siempre nos mensajeamos, charlamos de la vida y nos reímos. En un mundo que diseña los cuerpos como si fueran muebles de catálogo, quise hablar con alguien que también vive fuera de norma.
Ella, mujer trans y trabajadora del placer. Yo, mujer con bastón y cansancio. Nos une una pregunta: ¿qué pasa con los cuerpos que no fueron hechos para complacer al manual de buenas costumbres?
Últimamente parece más fácil mirarse al espejo y decir: "Si tuviera la nariz un poco más levantada y menos ancha, sería mucho más feliz."
¿Qué ves en el espejo cuando te ves? ¿Sos tu peor enemigo?
Yo miro mi nariz y pienso: ¿de quién vendrá esta forma?
¿De qué abuela heredé esta peca? ¿Estas ojeras de qué barco habrán bajado escapando de la guerra?
Hay días que me temo y ni aparezco. No soy lo suficientemente fuerte como para pararme y decirme, a lo Galileo Galilei: "Y sin embargo, se mueve."
Tengo más dudas que certezas. ¿Me tengo que conformar solo con el placer de poder moverme? ¿Debo seguir y sentir el movimiento mientras dure? ¿La mirada del otro me detiene o me empuja?
Por eso hablé con Mara Catalina. Somos dos filósofas del deseo y de la mirada. Aprendí mucho. Gracias Diosa por todo lo que reflexioné con vos.
Vivimos en una época donde los cuerpos parecen estar bajo vigilancia constante. No solo por los algoritmos que deciden qué mostrarnos, sino por esa mirada social que sigue juzgando, midiendo y clasificando. Cuerpos que se mueven distinto, que sienten distinto, que no encajan en la lógica de lo vendible. Y sin embargo, existen. Persisten. Desean.
Hay algo profundamente político en habitar un cuerpo que no responde al ideal. Un cuerpo que se nota. Que molesta. Que interrumpe la comodidad ajena. La sociedad entera se ha entrenado para hacer invisible todo lo que desafía su estética de "normalidad". Pero los cuerpos diferentes tienen una potencia que ninguna perfección puede imitar: la de mostrarnos que la vida es más amplia que el molde.
En los cuerpos con discapacidad, trans, con un peso distinto al que la sociedad establece como "normal", el deseo suele ser lo primero que se les arrebata... simbólicamente. No te lo dicen de entrada. No hay un cartel en la Facebook o en Instagram que diga "Prohibido desear a esta mujer con Esclerosis Múltiple" o alguien que te lo diga en la cara, pero la idea aparece en tu celular como indirecta, como broma, como chiste fácil.
El placer también puede ser una forma de resistencia. Reír, gozar, tocar, mirar y ser mirade, todo eso puede ser político cuando el mundo insiste en negarte el derecho a hacerlo. Hay días en que mi cuerpo se siente como un campo de batalla: entre la mirada médica y la mía, entre la expectativa y la realidad. Pero también es un territorio de aprendizaje. A través del dolor o la lentitud, entendí que la belleza no está en la corrección, sino en la experiencia. En los gestos que se sostienen a pesar del temblor.
Los cuerpos distintos no piden permiso para existir; simplemente lo hacen. Y en esa existencia desafían un sistema que todavía confunde valor con productividad, belleza con delgadez, salud con pureza. El paso más revolucionario es aceptar que no hay que "arreglar" nada, sino abrazar el caos hermoso de ser cuerpo.
Ser cuerpo es exponerse a ser leído, malinterpretado, deseado, juzgarlo o ignorado. Pero también es tener la posibilidad de narrarse. Y cuando un cuerpo distinto se narra, cuando dice "yo también", algo se mueve en la estructura del mundo. Porque ese "yo también" contiene siglos de silencios rotos y nuevos lenguajes por inventar.
La sociedad todavía no sabe qué hacer con los cuerpos que incomodan. A veces los romantiza, otras los usa para campañas de inclusión vacías. Pero en la vida real, esos cuerpos siguen esperando rampas, accesibilidad, derechos y deseo. Lo revolucionario, quizás, no sea pedir permiso para entrar, sino crear la propia fiesta y bailar igual. Se me invita a leer a una librería, pero si tiene escaleras y no rampas, como puedo disfrutar de su utópica inclusión. Soy una bruja que no puede subir a su escoba para sentir el calor del aquelarre.
El derecho a sentir placer, a sentir deseo y no lástima, es tan humano como respirar. No es un lujo, es una afirmación vital. Y cuando una persona diferente dice "yo también quiero gozar", no está pidiendo compasión: está exigiendo espacio para la alegría. Demanda ser reconocido ante la sociedad, demanda ser entendido como ser humano.
Porque al final, la felicidad también puede ser un acto político. Un grito suave, pero firme, que dice: "mi cuerpo no necesita ser curado para ser amado."








