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EL LIBERAL . Santiago

Crónica de lo que el viento se llevó

 Por Belén Cianferoni.

23/11/2025 06:00 Santiago
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Estaba durmiendo cuando, de repente, sentí que alguien iba a arrancar la puerta a patadas. Nos despertamos y prendimos la luz lo más rápido posible. En cuestión de segundos, una especie de tornado, o ráfagas muy fuertes de viento, estaban atacando mi casa, eso que yo conocía como lo propio.

 Sentía cómo la naturaleza arremetía una vez más contra nosotros, y solo teníamos la fe y la paciencia para esperar a que todo pasara. Esperamos en la oscuridad y en silencio, como los gatos. Usualmente, cuando hay una emergencia, mis cuerdas vocales se achican y no puedo hablar ni decir nada. Solo actuar. ¿Por qué será?

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 Mi padre era el inteligente emocional en esas situaciones y se ponía de D.T. del partido contra las tempestades. "Entras vos, metete adentro", nos decía, y nos hacía cubrir el auto con colchas por si caía piedra antes de la tormenta. Y si dejaste algo afuera durante la tormenta… sorry, beibi, dejalo ir, porque lo más preciado es la vida, y no vale la pena arriesgarse por una toalla, unos calzones o incluso un auto.

 Ponete a pensar: ¿darías tu vida, todo lo que amas, tus recuerdos, todo… por unos hierros? Sé lo que significa. Entiendo todo lo que nos pasa por la cabeza mientras corremos a rescatar el auto en medio de un tornado. Comprar un auto es dificilísimo hoy en día: un auto equivale a días sin dormir y trabajando para poder cumplir ese sueño. La expectativa de poder salir y moverte… entiendo la fantasía, reitero: créanme que lo entiendo.

 Pero ¿cuánto vale despertar al otro día? ¿Abrazar a tu familia? ¿Olvidarte del cansancio con un beso de tus hijos? Es difícil tener que elegir, y lo ideal sería no tener nunca que hacerlo. Pero la vida nos va a poner en ese lugar, en ese momento en el que tendrás que decidir… y vivir con la opción que tomes.

 Cuando por fin aflojó el viento, salimos como quien abre la puerta después de una pelea: con respeto, con miedo, casi pidiendo permiso. El olor a tierra mojada se mezclaba con ramas rotas, cables colgando y ese silencio raro que queda después del caos. Todo parecía más chico, más frágil. Uno cree que la casa es una fortaleza, hasta que la naturaleza te recuerda que no somos más que invitados en su territorio.

Mientras juntábamos lo que había volado, pensé en la cantidad de veces que damos por sentado lo cotidiano. La mesa del patio, la maceta heredada, hasta los calzones que una deja colgados como si el viento tuviera la obligación de respetarlos. Es increíble cómo, después de una tormenta, incluso lo roto se mira con cariño. Porque sobrevivió. Porque sobrevivimos. Y ahí entiendes que, aunque el viento arrase con todo, siempre queda algo para empezar de nuevo.

 Quizás por eso, cada tormenta me deja un aprendizaje distinto. Esta vez, fue la certeza de que la vida no se mide en cosas, sino en los segundos que siguen después del miedo. En quién te abraza cuando vuelve la luz. En quién te pregunta si dormiste algo. En la risa nerviosa que aparece cuando te das cuenta de que, aunque todo tembló, vos seguís aquí. Y mientras eso pase, siempre va a haber una historia nueva para contar. 

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