¿Dónde está la oposición?

Desarticulada. Sin liderazgos. Carente de discurso. En silencio. Incrédula. Con el prestigio diezmado. Sin conexión con la sociedad. Opaca. Sin nombre que la referencie. Reactiva. Débil. Sin autocrítica. Sin nitidez conceptual. Pero necesaria.

El oficialismo parece ser solo el Presidente y algunos dirigentes más. Pero el sello ganador, el que tracciona votos y genera expectativas sociales es Javier Milei. Es el líder emergente de un proceso que se inició pos pandemia o quizá más atrás, en el tiempo más largo a partir de la crisis del 2001. El punto de inflexión, los elementos que lo hicieron posible, serán materia de análisis y debate, como cualquier temática de las Ciencias Sociales. Pero ya no parece ser motivo de discusión la evidencia palpable del liderazgo del Presidente.

Su talón de Aquiles no es, al menos por ahora, su conexión con la sociedad. Su debilidad es la imposibilidad de generar liderazgos locales que sumen votos cuando no estén en juego cuestiones nacionales y el sello Milei no sea gravitante por sí mismo. El tiempo que queda de su mandato debería estar destinado, en parte, encontrar e impulsar dirigentes, afines a sus ideas, de mayor calidad y consistencia ideológica que los que hasta ahora han aparecido. No alcanza con las fugas de otros espacios políticos, que pueden migrar nuevamente si el oficialismo entra en turbulencias o ven la posibilidad de acceder a espacios de poder por otras vías. La Libertad Avanza requiere para su supervivencia, formar una dirigencia propia. Máxime, si el objetivo es la reelección presidencial.

Pero necesaria, dijimos de la oposición. Si bien nuestro sistema es fuertemente presidencialista, las transformaciones del gobierno no deberían descansar solo en la posibilidad de un Decreto de Necesidad y Urgencia o en el veto presidencial, si la votación de una ley, no es del agrado del Poder Ejecutivo. Por otra parte, una oposición razonable puede enriquecer las propuestas de la alianza gobernante y equilibrar su excesos o pretensiones de unanimidad. En un sistema como el nuestro, es imprescindible contar con ello.

Por el momento, existen diputados y senadores con cierta afinidad de ideas con el gobierno. También los hay de coincidencias oportunistas, a raíz intereses propios de las jurisdicciones que representan, que hacen posible que acompañen las iniciativas del gobierno. Pero a lo que nos referimos es a una oposición que con el tiempo pueda convertirse en alternativa de gobierno. Y esto último brilla por su ausencia.

No aparece con nitidez el camino que debería seguir la oposición para, paulatinamente, ir convirtiéndose en una opción de poder. Lo que sí parece necesario es su obligación de mirar con atención la sociedad en la que viven, no para cambiar su visión política del mundo, tampoco para copiar los estilos exitosos del gobierno. Menos, para enjuiciar a la sociedad porque sus preferencias ya no los tienen en su horizonte.

Quizá la receta comience con el sencillo ingrediente de la modestia y con la utilización, al momento de la interpretación y la reflexión, de los criterios sugeridos por el Papa Francisco: el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea y el todo es superior a la parte.