Por Neri Casazola.
El poder que tienen las palabras: cómo lo que decimos puede fortalecer o romper nuestros vínculos El poder que tienen las palabras: cómo lo que decimos puede fortalecer o romper nuestros vínculos
En un tiempo en que la vida parece correr más rápido que la comprensión, hablar se volvió un ejercicio complejo. Decimos, creemos que el mensaje viaja limpio, pero del otro lado llega algo distinto. A veces apenas parecido. Otras veces diametralmente opuesto. Entre pantallas, vínculos frágiles, conversaciones interrumpidas y la urgencia como idioma universal, la palabra perdió terreno, pero no importancia. Por el contrario: su peso emocional, social y ético nunca fue tan grande como ahora.
En esta nota, una psicóloga, una experta en oratoria y una coach ontológica desgranan para El Liberal las claves para entender por qué elegir las palabras correctas no es una cortesía, sino una responsabilidad humana. Porque, como coinciden las tres, las palabras son acción: abren puertas o las cierran, construyen vínculos o los dinamitan, sostienen la autoestima o la quiebran. Lo que decimos tiene efectos, incluso cuando no los vemos.
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La psicología lo advierte: "Lo que decimos no es lo que el otro oye"
Para comprender qué ocurre cuando hablamos, la psicóloga santiagueña Ana Sol Orellano (MP 820) propone volver a un principio fundamental del psicoanálisis. Uno que tiene la fuerza de una verdad simple: "Cuando uno habla puede estar seguro de lo que dice, pero del otro lado nunca se sabe qué escucha el otro". Inspirada en Lacan, Orellano explica que cada persona interpreta las palabras según su propia historia: "Escuchamos desde nuestras vivencias, desde lo que atravesamos, desde el modo en que entendemos la vida. Por eso, cuando interpretamos antes de tiempo, cuando anticipamos lo que el otro piensa o siente, cerramos el diálogo. La pregunta abre posibilidades; la interpretación las clausura".
En un clima social donde el ritmo diario agota la capacidad de escucha, la psicóloga advierte un fenómeno creciente: la tendencia a silenciar al otro. Entre ocupaciones, notificaciones, estímulos instantáneos y vínculos cada vez más fugaces, "pareciera que la voz del otro molesta; que es más cómodo resolver todo solo". Ese encierro, dice, empuja a muchas personas a refugiarse en herramientas que no demandan tolerancia ni reciprocidad.
"No es casual que hoy haya gente que consulta a la inteligencia artificial hasta para cuestiones orgánicas o afectivas. Se produce la ilusión de un interlocutor disponible, sin conflicto, sin espera, sin límites. Pero en un vínculo humano real, uno siempre se encuentra con una pared: el cuerpo, la postura, la mirada, la respuesta inesperada. Eso es lo que hace al diálogo, aunque incomode", indica.
Por otra parte, abordar la reponsabilidad de nuestras palabras también ronda lo ético, que es una parte central del concepto de impactar con lo que decimos, según lo explica la Especialista: "Lo que hacemos y decimos genera consecuencias en el otro. La ética es un cuidado, y en ese aspecto retomo un concepto de Silvia Bleichmar que me gusta mucho, donde hace hincapié en el cuidado de uno mismo y del otro, desde lo ético y lo profesional".
En ese marco, según sostiene Orellano, los vínculos actuales se vuelven más líquidos, más intercambiables, más efímeros. No porque las personas no quieran relacionarse, sino porque las coordenadas de la época lo empuja: "Cuando algo genera esfuerzo, físico o psíquico, muchas veces se elige irse. 'Si no me gusta, me voy'. La convivencia dejó de tener valor. Pero construir un vínculo, cualquiera sea, exige tiempo, presencia y palabra. En la pregunta, en el escuchar, en el dialogar, ahí se edifica lo humano".
- ¿Cómo podemos cuidar nuestras palabras, en esta nueva "era" de la que refieres sobre los vínculos, para tener mejores relaciones, o crear relaciones más sanas, más positivas?
- Hoy, que se habla mucho de vínculos sanos o tóxicos, creo que pasa más por preguntarnos cómo construir vínculos. Hay una dificultad previa de cómo se construye esta sociedad de convivencia colectiva; y hay una dificultad para construirlos por todas estas cuestiones que venimos mencionando.
- ¿Y la tecnología cómo influye en esa construcción?
- En esto de comunicarnos, obvio que no podemos desconocer los avances tecnológicos, y todo lo que eso ha generado y los efectos que ha tenido en las formas de vincularnos. Todas esas cuestiones que introdujo la tecnología llevó la comunicación a otro mundo, a otro espacio, que es el virtual y que es diferente a la comunicación cara a cara. Tiene probablemente otros fines; tiene sus cosas buenas -porque la tecnología no es ni buena ni mala- es algo que está y depende del uso que hacemos de eso. Genera efectos y eso puede generar cambios y modalidades en los vínculos y la comunicación. Tendemos a describir distinto al mundo digital del mundo material. Quizá hay personas que hacen algo, consumen, ven, dicen en el mundo digital que no harían en el mundo material ni pondrían en el mundo material. Y en eso es que los vínculos han comenzado a regirse por una lógica distinta.
La oratoria lo confirma: "Hablar no es improvisar: es pensar dos veces antes de decir"
La licenciada en Comunicación Social y especialista en oratoria Gabriela Ugozzoli lo plantea sin rodeos: hablar "como sale" es una costumbre peligrosa. "Todo lo que tenemos para decir, si lo pensáramos dos veces, tendría otro efecto. No sólo en nosotros, sino en la persona que escucha".
La oratoria, explica Ugozzoli, es una herramienta cotidiana, una técnica que ordena el pensamiento y permite transmitir un mensaje con intención, claridad y propósito.
"Primero hay que preguntarse: ¿para qué voy a hablar? ¿Qué efecto quiero generar? ¿Quiero informar, convencer, reparar, acompañar, motivar?", subraya, a la vez agrega: "Cada mensaje puede ser ayuda o destrucción. Puede sostener o hundir. Puede entusiasmar o paralizar. Esto también toca la autoestima. Hablar bien implica creer que lo que tenemos para decir importa, pero también que el otro merece respeto. No hay que subestimar al que escucha ni subestimarnos a nosotros mismos".
Para la experta, el lenguaje ordenado, claro y correcto no sólo comunica mejor: "También se vuelve una guía emocional, especialmente en contextos de liderazgo. Un líder que no acompaña, que no orienta, que no motiva, no es líder: es jefe. El liderazgo se sostiene con comunicación asertiva, limpia, positiva. Las palabras pueden activar a todo un equipo".
Ugozzoli también observa un riesgo generacional: "Los jóvenes se acostumbraron a leer menos y a comunicarse más por dispositivos que por diálogo real". Esto empobrece la expresión, el vocabulario, el pensamiento crítico y hasta la empatía., según lo dejó entrever Uggozzili. "La comunicación cara a cara necesita presencia, mirada, pausa, escucha. Lo que yo llamo higiene verbal: el hábito de hablar con respeto y propósito, entendiendo que no todo pasa por la pantalla", puntualiza.
La coach ontológica advierte: "Las palabras son energía: pueden sanar o herir"
La especialista en innovación y coach ontológica Tere Fischer introduce una mirada tan simple como contundente: cuando juzgamos al otro sin conocer su historia, "lo reducimos a una etiqueta". Y una etiqueta, afirma, nunca abarca la vida real de nadie. "Los juicios no sólo dañan al otro: también nos limitan a nosotros. Cuando dejamos de juzgar, empezamos a ver", explica.
Fischer remarca el poder emocional y energético del lenguaje: "Las palabras pueden fortalecer la autoestima o debilitarla. Pueden abrir confianza o romperla. Pueden cambiar el clima emocional de una familia, de una pareja, de un equipo. Hablar con amor no es romanticismo: es responsabilidad".
Uno de los puntos más sensibles de su análisis es el impacto de las redes sociales. Ante esto señala que "como no vemos el rostro del otro, muchos sienten menos responsabilidad emocional. Escriben impulsivamente, juzgan más rápido, empatizan menos. Y todo se viraliza. Las palabras destruyen vínculos o los construyen".
Ante esto, propone un gesto sencillo pero revolucionario: preguntarse antes de hablar. "¿Esto suma? ¿Esto cuida? ¿Para qué digo esto? Escuchar no es esperar tu turno para hablar. Es habilitar un espacio seguro donde el otro pueda expresarse sin sentirse juzgado. En momentos difíciles, la presencia amorosa es más transformadora que cualquier consejo".
Una misma advertencia
Aunque provienen de campos distintos, las tres especialistas coinciden en una idea central: hablar bien es un acto ético, conlleva responsbilidad. No ético en sentido moralista, sino en el sentido más humano del término: cuidar al otro, cuidarnos a nosotros mismos, comprender que la palabra genera efectos, aunque no los veamos.
"Ciertas certidumbres que había en otras épocas, de las posibilidades de qué hacer, cómo ser, cómo construir un proyecto a futuro; han caído un poco. Lo que hacemos y decimos tiene efectos, y es necesario saber que existen. Es parte de crecer, madurar y ser adultos; porque hablar implica cuidar", puntualiza la Lic. Ana Sol Orellano.










