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Se cumplen 200 años del combate de Pitambalá

27/12/2016 17:06 Viceversa
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Se cumplen 200 años del combate de Pitambalá Se cumplen 200 años del combate de Pitambalá

Por el Dr. Ismael R. Pozzi Albornoz

(Especial para EL LIBERAL)

En el Bicentenario de nuestra Independencia lo trascendente de un año clave como fue 1816 debe ser apreciado en un contexto abarcativo de otros episodios que, sin tener el carácter liminar de lo declarado el 9 de Julio en Tucumán, revisten sin embargo capital importancia en el proceso constitutivo de la hoy República Argentina. Tal el caso del movimiento autonómico encabezado en Santiago del Estero por el coronel Juan Francisco Borges, injustamente relegado en su relato por la historia oficial pero fundamental para la consolidación del Federalismo como legítimo sistema de organización nacional. Por entonces la realidad mostraba que las Provincias Unidas no lo eran tanto, en razón de un latente enfrentamiento entre los integrantes del partido directorial, encarnadura del centralismo porteño, y quien lideraba los justos reclamos del Interior, brigadier José Gervasio Artigas; asunto cuya data se remontaba al rechazo que de los diputados enviados por el oriental había hecho la Asamblea del año XIII, atendiendo a las Instrucciones que aquellos traían.

Desde entonces Artigas, enemigo de componendas y maquinaciones de logia, había asumido la firme defensa de los postulados federalistas y en torno al “Protector de los Pueblos Libres” se aglutinaron, en una Liga, las provincias mesopotámicas y del litoral más la de Córdoba, atraídas por un ideario que, interpretando sus verdaderos sentimientos y legítimos intereses, exaltaba las autonomías, potenciando el protagonismo de los gobernantes locales. Muy pronto esa tendencia se expandió de un modo incontenible, generando movimientos de corte revolucionario en diferentes puntos del territorio; uno de los cuales, que convulsionó a Santiago del Estero y tuvo por protagonista al coronel Juan Francisco Borges epilogará trágicamente. Porque a ejemplo de los caballeros de las antiguas Ordenes Militares – y por cierto él pertenecía a una de las de mayor prestigio – en pos de sus ideales lo arriesgó todo, bienestar, honra y fortuna, combatiendo siempre y de forma inclaudicable al punto que, sino fatal de tan singular existencia, envuelto en el torbellino de la lucha caerá fusilado al pie de un frondoso algarrobo, símbolo agreste de la indómita tierra a la que consagró su vida. 

Los hechos

Entender aquel dramático momento obliga a realizar una breve retrospectiva. La dinámica de los acontecimientos políticos generó que el 19 de septiembre de 1811 la llamada Junta Grande fuera reemplazada por un Triunvirato integrado por Juan José Paso, Feliciano Chiclana y Manuel de Sarratea, al tiempo que hizo su aparición en la escena pública un personaje cuyo ideario y proyecto personal acarrearán al país un sinnúmero de males, su nombre Bernardino Rivadavia y el objetivo motor de sus intrigas someter las Provincias a los dictados de Buenos Aires. Un cúmulo de circunstancias hicieron que rápidamente concentrara en sus manos todo el poder, porque habiendo asumido como secretario de Guerra progresivamente fue quedándose con las restantes carteras ejecutivas. Como era de esperarse, un clima conflicto comenzó a fermentar y cuando finalmente estalló el país se vio envuelto en un choque fratricida.

Siendo público y notorio que Rivadavia digitaba a los triunviros, pronto sus procederes arbitrarios lo enfrentaron con Borges en el marco de una tensa situación regional, porque en Santiago del Estero existía latente un conflicto. Desde inicio de los tiempos virreinales su territorio integraba la antigua Gobernación Intendencia de Salta, pero en lo político y administrativo dependía de Tucumán cuyos mandatarios siempre se habían mostrado dóciles a las instrucciones venidas de Buenos Aires. Por otra parte, siendo el Cabildo el órgano de representación genuina de los santiagueños, la elección de sus miembros generaba frecuentes tensiones entre quienes buscaban nominar a genuinos representantes del interés local y los que propiciaban la de sujetos subordinados a las autoridades de alzada.

Así, cuando el 2 de julio de 1810 los capitulares santiagueños proclamaron al bachiller Juan José Lami como diputado a la Junta Grande considerando irregular el escrutinio Borges, que por entonces se desempeñaba como Comandante de Armas, se dirigió a dicho órgano ejecutivo impugnando al designado y consiguiendo se ordenara realizar nueva votación, y aunque la misma se verificó el 15 de marzo del año siguiente, resultando electo el presbítero Pedro Francisco de Uriarte; a renglón seguido cuestionó la legitimidad de aquellos miembros del Cabildo que habían respaldado al primer candidato rechazado, propiciando su destitución. Esto le bastó a Rivadavia para calificarlo como ‘insurrecto’, ordenando su inmediata detención. La medida provocó indignación en la Provincia y temor por la suerte que pudiera correr Borges, al quedar en manos de un enemigo implacable. Por lo que sus paisanos buscaron no solo la manera de repudiar esa arbitraria decisión sino también un modo seguro de protegerlo, apelando entonces a una contundente y efectiva respuesta institucional, y así “Estando preso en Buenos Aires, Borges es elegido miembro del Cabildo de Santiago el 20 de Febrero de 1812, por ser federalista y estar contra el centralismo de Buenos Aires y la férula de Tucumán”. Esa inteligente jugada, que garantiza inmunidad a su representante, deja burlados a Rivadavia y a su grupo que en adelante, guardándole un odio inocultable, no ahorrarán medios para provocar su desgracia.

Pasan dos años, y el entonces Director Supremo Gervasio Antonio de Posadas dispone una serie de medidas que afectan las jurisdicciones locales y en el noroeste provocarán la rebelión de los santiagueños. En efecto, el 8 de octubre de 1814 la Gobernación Intendencia existente fue divida y mientras las ciudades de Jujuy, Orán, Tarija y Santa María continuaron subordinadas a Salta, una nueva jurisdicción coloca a San Miguel del Tucumán como cabecera de la misma y dependiendo de ella Santiago del Estero y Catamarca. Siendo inconsulta esa decisión, los afectados la juzgaron arbitraria y todo empeora al conocerse que el tucumano Bernabé Aráoz había sido designado como flamante gobernador pues, constatando sus prevenciones, a poco llegó secretamente a Santiago en carácter de juez pesquisidor Juan Bautista Paz y de su informe se siguió la destitución como teniente de gobernador de Pedro Domingo Isnardi, que confinado en el fortín de Abipones fue reemplazado por Tomás Juan Taboada. Porque, potenciando la política centralista del Directorio Supremo, al notario Posadas lo había sucedido en el cargo su sobrino el brigadier Carlos Marìa de Alvear cuyos antecedentes no presagiaban nada bueno para la causa federal.

Entretanto, en Santiago del Estero comenzó a operarse un cambio político pues “Por aquel entonces el artiguismo había hecho algunos simpatizantes, entre otros Juan Francisco Borges, si bien el problema local se reducía a terminar con el carácter de ciudad subalterna, dependiente de la principal, o sea San Miguel de Tucumán. Con Borges estaba lo más calificado de los vecinos y el clero, así como el propio Cabildo, mientras que el grupo que respondía al gobierno de Tucumán estaba encabezado por una familia pudiente y de arraigo, la de los Taboada... Producida la caída de Alvear, a cuya política respondían los Taboada, el sentimiento autonomista se sintió fortalecido”. Y en la madrugada del 4 de septiembre de 1815 estalló la revolución, cuando una pueblada colmó la plaza mayor y dirigiéndose al sitio de Las Carreras donde residía el recién designado Taboada lo destituyó ‘de facto’, trasladándose luego esa multitud hasta la casa del coronel Borges donde, en medio del repique de campanas, lo proclamó gobernador.

Sin dudarlo, el elegido aceptó el ofrecimiento y de inmediato despachó chasquis comunicando la novedad al brigadier Ignacio álvarez Thomas, nuevo Director Provisorio, al general José Rondeau jefe del Ejército del Norte y al mismo gobernador Aráoz, quien ya estaba en antecedentes porque apenas producido el episodio Miguel Achával, acompañado de Doroteo Olivera, había salido para Tucumán llevando una nota del depuesto Taboada donde le reclamaba un pronto auxilio. Borges era consciente que la situación creada podía tener un final violento y quizás presintiendo que su vida terminara abruptamente dejó escrito un testamento fechado en 3 de junio, por el que declara universal heredera a su esposa, Catalina de Medina y Montalvo. Ciertamente esta manifestación de voluntad póstuma no sería la última que redactase. Los hechos dieron razón a sus peores presunciones, porque apenas cuatro días después Aráoz despachó una fuerza militar a órdenes del capitán Tomás Lobo que en el punto de Chauchillas se reforzó con gente armada por Taboada quien había levantado campamento en Los Ardiles.

El día 7 Borges hace una descubierta hasta Jiménez y constatando la proximidad de sus adversarios regresa a Santiago para organizar la resistencia. Sus partidarios suman 200 hombres malamente armados con chuzas, cuchillos, palos y piedras, y como mejor defensa cavan una trinchera frente al portal de las casa capitular. A eso de las tres de la madrugada del 8 de septiembre los atacantes toman por asalto a la ciudad, combatiendo la dura resistencia que se le opone.

Se pelea poco más de una hora, desde las acequias hasta el centro, pero finalmente las repetidas cargas de la caballería tucumana terminan por aniquilar la última resistencia que oponen los milicianos de Borges, que cesan de combatir cuando ven caer a su jefe, sangrando por las seis heridas que ha recibido y que lo dejan moribundo. Ocultado en una casa próxima, es descubierto tres días después por la partida que manda Antonio M. Taboada y esa misma noche, amarrado, lo remiten en una volanta a Tucumán. Su fuerte contextura hizo que se restableciera rápidamente, pero pronto es alertado que Aráoz busca el medio de terminar con su vida sin provocar una nueva revuelta. Calibrando el riesgo que corre, una tarde de noviembre logra burlar a sus custodios y escapa rumbo al Norte, dirigiéndose al cuartel general del Ejército Auxiliar buscando entrevistarse con el general Rondeau. Allí toma conocimiento de un cuestionado Estatuto Provisional que el 15 de mayo había aprobado la Junta de Observación formada en Buenos Aires para fiscalizar la actuación del Directorio, indignándose frente a la cláusula que facultaba al gobierno central a designar autoridades provinciales en la figura de los tenientes de gobernador. Prevenido por esta nueva intentona de avasallar la autonomía de su tierra, pasa a Salta y de allí regresa a su lar santiagueño dispuesto a defenderlo a costa de lo que fuere.

Tenso transcurre ese año de 1816 y, una vez proclamada la Independencia, al anunciarse que las deliberaciones del Congreso se trasladarían a Buenos Aires, Borges intuye que tal decisión apunta a un fortalecimiento del centralismo porteño y todas sus dudas se despejan cuando en el mes de noviembre aquel órgano sanciona el Estatuto Provisional. La suerte quedó echada porque “... Santiago del Estero consideraba ofensiva la dependencia a que se la había atado a Tucumán, lo cual contribuía a nutrir la resistencia de su espíritu autonómico. En la noche del 10 de diciembre de 1816 estalla el segundo movimiento revolucionario dirigido por el teniente coronel Juan Francisco Borges, con la detención del teniente gobernador Gabino Ibáñez, quien fue entregado al capitán Florencio Avendaño, comandante de armas de Loreto, para su custodia...”. El derrocado funcionario era cabeza de la facción ‘tucumanista’ que respondía al gobernador Aráoz e íntimo de los Taboada a uno de los cuales, Tomás, había sucedido en el cargo. Por decisión popular el poder político queda nuevamente en manos de Borges, quien se asiste con el concurso de Lorenzo Gonzebat en carácter de secretario y del capitán Lorenzo Lugones como jefe de Milicias. Su primera medida es proclamar la autonomía de Santiago del Estero, y cuando esto se hace público “Aráoz informa a Belgrano...magnificando torcidamente aquel levantamiento contra el Congreso, que fue considerado un complot cuando solo perseguía la independencia de las provincias sojuzgadas por Tucumán...”.

Un represor implacable

En vano los diputados Pedro Francisco Uriarte y Pedro León Gallo tratan de aclarar al resto de los congresales las verdaderas razones que impulsan la rebeldía de sus paisanos, pues en la sesión del 13 de diciembre se vota la aplicación de la ley promulgada el 3 de agosto que, taxativamente, establecía fueran reputados enemigos del estado y perturbadores del orden y la tranquilidad pública los que promovieran la insurrección o atentaren contra la del Congreso y las demás autoridades constituidas en los pueblos, pudiendo ser castigados con todo el rigor de las penas, incluida la de muerte. En consecuencia, se encomendó al comandante en jefe del Ejército del Norte el estricto cumplimiento de lo dispuesto y al mismo tiempo se hizo saber que a partir de ese mismo momento el general Rondeau quedaba reemplazado en dicho comando por el brigadier Manuel Belgrano.

El flamante designado no era en muchos aspectos la misma persona que en 1814 entregara el mando del referido Ejército a José de San Martín, puesto que una notable mudanza se había operado en su personalidad e ideas al retorno de una misión en el extranjero; circunstancia tan notoria que no escapó al juicio de sus contemporáneos, así el mismo José María Paz sostiene que “Su viaje a Inglaterra había producido un tal cambio en sus gustos, en sus maneras y aún en sus vestidos, que hacía de los usos europeos quizás demasiada ostentación, hasta el punto de chocar las costumbres nacionales...Cuando volvió de Europa, en 1816, ...aunque vestía sin relumbres, de que no gustaba generalmente, era con un esmero no menor del que pone en su tocador el elegante más refinado, sin descuidar la perfumería. Con sus opiniones políticas habían variado sus gustos, porque de republicano acérrimo que era al principio, se volvió monarquista claro y decidido”. Visto lo cual es de imaginar el rechazo que la postura federalista de Borges le causaría a este Belgrano partidario de un poder centralizado.

No debe olvidarse que fue luego del proceso que se le siguiera en 1814 por su responsabilidad en los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, cuando el Directorio resolvió enviarlo en misión diplomática a Europa acompañado de Bernardino Rivadavia, y siendo manifiesto el temperamento insidioso y malévolo del antiguo miembro del Triunvirato - valga como ejemplo la opinión que le merecía a San Martín, quien en carta a Bernardo O’Higgins del 20 de octubre de 1827 afirmaba “Yo he despreciado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona” - no conviene descartar que durante el tiempo en que permanecieron juntos ambos hombres públicos hayan cambiado impresiones sobre sus respectivas actuaciones, recibiendo Belgrano una pésima referencia acerca de Borges, atendiendo al incidente que en 1812 enfrentara al santiagueño con Rivadavia y del que este último y sus secuaces salieran burlados. Por lo dicho, en el inminente choque que los enfrentaría el criterio inflexible de uno le costará la vida al otro.

Porque sus antecedentes en el ejercicio del mando mostraban que Belgrano, piadoso en tanto católico practicante, era estricto en punto al cumplimiento de la disciplina y de todo lo que le venía ordenado; resultando notorio que la aplicación de la última pena no lo perturbaba y un par de ejemplo lo acreditaban con holgura. En efecto, durante su expedición al Paraguay pudo constatar que las deserciones se hacían cada vez más reiteradas y consultando a la Junta Provisional obtuvo por respuesta que aplicase la Ordenanza vigente y entonces -él mismo lo cuenta en unos apuntes que dejó inconclusos- habiéndole informado el capitán Diego González Balcarce “Que había principiado la deserción principalmente en los de la caballería de la Patria y habiendo él mismo encontrado dos, los hice prender con mi escolta y conducirlos hasta el pueblo de Curuzú Cuatiá, donde los mandé fusilar con todas las formalidades de estilo y fue bastante para que ninguno desertase”. Otro tanto aconteció cuando después de su triunfo en Salta optó por liberar a los muchos prisioneros tomados, previo recibirle solemne juramento de no volver a empuñar las armas contra la causa criolla, por lo que más tarde cuando el capitán Gregorio Aráoz de la Madrid cumpliendo sus órdenes se adelantó hasta la aldea de Tinguipaya para capturar unos infidentes que habían auxiliado a las fuerzas españolas, al entregarlos en el cuartel general advirtió que, de los 5 detenidos, un cabo y un soldado eran de aquellos juramentados agregando que al día siguiente, como a las dos de la tarde, le llegó un refuerzo de hombres que había solicitado “…conduciendo las cabezas de los dos juramentados, fijadas en una tabla con esta inscripción – por perjuros – las cuales debía hacerlas fijar por dos indios patriotas, que las conducían, en lugar que podían ser vistas por los enemigos”; porque expeditivamente Belgrano mandó ejecutar sin miramientos a los que incumpliendo su palabra faltaron al honor. Tal el jefe que, en cumplimiento de lo que el Congreso le había mandado, se abocó de inmediato a planificar la represión del foco rebelde liderado por Borges.

En pocos días Belgrano organizó una pomposamente llamada ‘División Restauradora del Orden’; disponiendo, según lo detalla en oficio que con fecha 23 de diciembre remitió desde Tucumán al Director Juan Martín de Pueyrredón, “...la salida del coronel Don Juan Bautista Bustos con doscientos hombres de Infantería, dos piezas de Artillería con su respectiva dotación, y cincuenta Dragones más, a fin de que reunidos, con cerca de cien hombres más de Usares, que se hallaban en la jurisdicción de Santiago, al mando de su Comandante Don Gregorio Aráoz de la Madrid, causasen todo el respeto que convenía a evitar la efusión de sangre, y conseguir el restablecimiento del orden y obediencia a las Autoridades que aquel cabeza Borges había perturbado”. Del texto puede inferirse que inicialmente la intención fue desplegar un número considerable de fuerzas, buscando impresionar al adversario para que desistiera de su actitud. Pero el resultado no fue el esperado, antes bien el caudillo santiagueño, multiplicando sus esfuerzos, logró reunir una mayor cantidad de gente armada y muy dispuesta a dar pelea.

Datos del autor

Ismael R. Pozzi Albornoz, es docente e historiador, procurador y abogado, autor de varios libros de Historia. Es además miembro del Instituto de Historia Militar Argentina, de la Fundación "Nuestra Historia" y del Centro de Estudios Estratégicos "Patagonia Austral", dependiente del Comando de Brigada Mecanizada XI. Asesor en asuntos históricos de los Comandos del IIIer Cuerpo de Ejército "Ejército del Norte", de la 4ta Brigada Paracaidista y especialmente en el Regimiento de Infantería Paracaidista 2 "General Balcarce".


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