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Economía y efecto desplazamiento

04/08/2019 21:39 Opinión
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Economía y efecto desplazamiento Economía y efecto desplazamiento

Existe en economía un fenómeno que se denomina efecto desplazamiento (crowding out es su terminología en inglés). Ocurre cuando una actividad realizada por el estado reemplaza a otra que puede ser realizada por los privados. Cuando el estado avanza más allá de un cierto límite razonable, debe financiar este avance con cantidades cada vez mayores de impuestos, deuda o emisión monetaria (o las tres juntas).

Desde la crisis de principios de siglo hasta aquí el estado casi duplicó su participación en la economía, pasando de gastar aproximadamente 25% del PBI a gastar cerca de 45% del PBI. Este descomunal incremento en el gasto se realizó usando alternativamente las tres fuentes antes descriptas.

Naturalmente cada una tuvo su efecto sobre la economía: más emisión, resultó en más inflación; más deuda, resultó en más tasa de interés y menos fondos prestables para las empresas; más impuestos resultó en menos consumo para los particulares y menos inversión de las empresas.

Como cada uno no se presenta “en estado puro”, la combinación de dosis diversas de estas medicinas, provocaron situaciones harto conocidas en Argentina. Alta inflación, presión fiscal confiscatoria, tasas de interés astronómicas; pero estos son los efectos visibles y que pueden ser perfectamente identificados en su relación causa y efecto.

Pero como bien dice Frédéric Bastiat, “toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever”.

Sobre finales del gobierno de Menem, la Argentina se encontraba sumida en uno de los tantos problemas de desequilibrios fiscales.

La economía sobre la segunda parte del año 1998 había entrado en un ciclo recesivo del cual se notaba una tibia recuperación hacia el final de 1999, con el advenimiento del gobierno de la Alianza.

Estaba claro que el nuevo gobierno, junto con las expectativas en torno a cuestiones vinculadas a la ética pública, tenía por delante el desafío de ordenar las cuentas públicas, corregir el desequilibrio fiscal, recuperar la competitividad de la economía vía una mejora en el gasto agregado, toda vez que no se podía recurrir a mejoras en el frente externo proveniente de una devaluación del peso, que se encontraba atado al dólar por vía de la convertibilidad.

La respuesta de política económica, lejos de producir el tan mentado ajuste del sector público, lo que hizo fue un incremento fenomenal de los impuestos. Quedó materializado esto en la famosa tablita de Machinea para la determinación y cálculo del impuesto a las ganancias de los empleados alcanzados en la cuarta categoría.

Dado que el consumo privado en una variable que depende del ingreso, presente y futuro, los particulares, que percibíamos que nuestros ingresos disponibles (lo que nos queda para gastar después de impuestos) serán menores en todos los periodos futuros, dejamos de consumir inmediatamente.

Esto ocurre cuando las variables son procíclicas con el ingreso, se mueven en la misma dirección del ingreso.

¿Qué otra variable tiene el mismo comportamiento en relación al ingreso? La inversión. La compra de capital reproductivo por parte de las empresas. Si un empresario anticipa que sus ingresos se verán menguados a futuro, producto de una mayor tasa impositiva y que a su vez esa conducta será permanente en el tiempo, su predisposición a invertir será menor. ¿Qué sentido tiene tomar riesgo, ampliar la producción, contratar empleados, si mis ganancias serán confiscadas por un Estado cada vez más voraz?

Lo que ocurrió en aquel lejano año 2000, es que la economía volvió a contraerse, el gasto agregado de la economía se achicó y desembocó en la tristemente célebre crisis de finales del 2001.

Es decir, operó el mencionado efecto crowdig out comentado en las primeras líneas. La mayor necesidad de financiamiento para sostener la expansión del gasto público, contrajo el gasto privado: tanto en consumo como en inversión. La economía cayó hasta el subsuelo; acumulado el periodo 1998 – 2002, la caída del Producto superó el 20%. Es razonable, debido a que entre ambos componentes explicaban casi el 85% del PBI en aquel momento.

La recuperación de la economía en los años subsiguientes, más que un fenómeno de crecimiento sostenido en el largo plazo, fue una recuperación producto del uso de la capacidad instalada de las firmas. No se verificó un crecimiento en el stock de capital, la inversión extranjera directa estuvo entre las más bajas de la región.

Conjuntamente traccionó un fenomenal incremento en el precio de nuestros productos exportables, materias primas como la soja, el trigo y el maíz.

Ello trajo internamente un crecimiento de los sectores metalmecánicos y de servicios vinculados al agro.

Muy al contrario de cierta creencia en algunos sectores de la sociedad, las tasas que se verificaron de recuperación de la economía, no fueron producto de políticas sostenibles en largo plazo y que significaran la incorporación de capital humano.

Lejos de ello, se usó el mecanismo de la expansión del gasto púbico, fundamentalmente el gasto corriente, para inflar la demanda agregada de la economía.

Para no abrumar con datos, el gasto consolidad del Estado Argentino (Nación, Provincia y Municipios) pasó de representar un 23% del producto a representar más de 45% del PBI. Y este incremento ocurrió fundamentalmente en gasto en remuneraciones, jubilaciones sin contrapartida en aportes, programas sociales, subsidios a empresas y personas.

Como contraparte la presión fiscal agregada de Nación, Provincia y Municipios llegó a niveles del 34,5% del PBI en 2015 y un punto menos la estimada para este año, volviendo prácticamente inviable la actividad privada.

Otra cara de este poliedro perverso de transferencias del sector privado al sector público, puede verse en el mercado de trabajo, en particular en el empleo.

Solo para tomar datos del último año, donde golpeó duramente la caída de da la actividad, el sector privado de la economía perdió casi 190.000 empleos registrados en tanto en el mismo período el sector público consolidado aumentó en casi 21.000 la cantidad de personas empleadas.

Durante los últimos 20 años, lejos de asumir una verdadera reforma del Estado, que implique ganar productividad sobre la base de bajar impuestos, premiar la inversión, en capital físico y humano, abrir la economía, fomentar las exportaciones, se optó por incrementar la presión fiscal, gravar más a los sectores más dinámicos de la economía.

Es incomprensible en mundo actual, que un país con enormes ventajas comparativas en el sector agropecuario, esté gravando desde hace casi dos décadas con impuestos a las exportaciones de esos productos.

La evidencia empírica muestra que el Estado, mucho menos el Estado Argentino, no han sido nunca generadores de riqueza. La creación de riqueza es el resultado de un proceso de descubrimiento, de encontrar oportunidades donde otros no pueden verlas, de invertir, de hundir capital, de arriesgar para ganar mercados, de contratar empleados y capacitarlos. De asumir riesgos.

Un mundo incierto, pero que ha sido el motor del crecimiento del mundo durante los últimos trescientos años.

Por lo tanto, es imprescindible corrernos de la coyuntura y mirar el largo plazo. Si dejamos de hipotecar el futuro en el altar populista del consumo, es necesario asumir que se supera estructuralmente la pobreza con inversión y que esta es el resultado de un sector privado pujante y de un Estado que ocupe su lugar en la provisión de algunas condiciones de infraestructura y de bienes públicos que posibiliten las mejores condiciones para el crecimiento y el desarrollo.

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