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Las Enseñanzas de Jesús: El Reino de Dios

14/10/2020 11:58 Opinión
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Las Enseñanzas de Jesús: El Reino de Dios Las Enseñanzas de Jesús: El Reino de Dios

Después del Bautismo en el río Jordán, Jesús tomando conciencia de su relación de filiación con el Padre Dios y  de su misión, se dirige a Galilea, a la región donde se había criado, llevando en su corazón una buena noticia para  comunicar a los demás: Dios viene a liberar a su pueblo de tantos sufrimientos, su Reino tantos siglos esperado  se acerca, está irrumpiendo ahora.

Se dirige a Cafarnaún, a casa de Simón y Andrés: “Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y dejando Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaún, junto al mar” (Mt 4, 12-13). Desde  esta aldea fronteriza, más grande que Nazaret, pero pequeña comparada con Séforis y Tiberíades,  cuyos pobladores son principalmente pescadores, se moverá por toda la región, visitando sus ciudades e invitando a la gente a “entrar en el Reino de Dios” que ya está penetrando en sus vidas. Como signo de la llegada del Reino cura enfermos, libera a las personas de las ataduras de los demonios y comparte la mesa, es especial  con los excluidos de la sociedad.  Son éstos los destinatarios privilegiados del anuncio de Jesús.

El Reino de Dios ocupa toda su vida, es su pasión, la razón de vivir  y el motivo de su muerte. Todas sus enseñanzas y sus acciones están al servicio del Reino.  Sólo en los Evangelios sinópticos (Marcos, Lucas y Mateo) el Reino es mencionado 120 veces.  En Lucas 8, 11 encontramos esta afirmación: “Y sucedió que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios”. 

Jesús no vino para enseñar una doctrina, ni crear una nueva religión, ni traer una nueva moral, vino para hacer presente el  Reino de Dios, que es el  acontecimiento  por el cual Dios empieza a Reinar en la historia, en medio de la vida cotidiana de los hombres.  No explica lo que el Reino significa, sino lo hace presente con su Palabra y Signos.


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El Reino: largamente esperado

Si bien, la expresión Reino de Dios no era central en la tradición del Antiguo Testamento, sólo se dice que Dios es Rey o que  Dios reina, recoge las aspiraciones más profundas  de liberación del pueblo de Israel.

En tiempos de la Monarquía,  cuando Israel tuvo un rey gobernante, se hizo necesario señalar  que Dios es el único Rey y que los reyes terrenales gobernaban en su nombre y obedeciendo su voluntad.  Sin embargo, a pesar de que algunos cumplieron con su misión, la mayoría no estuvo a la altura de las circunstancias y llevaron al pueblo a la guerra, pobreza y esclavitud. Por eso, los profetas, muchas veces alzaron su voz contra estos reyes infieles a la voluntad  de Dios. Aún, en estas circunstancias, los profetas seguirán anunciando que Dios no abandona a su pueblo y que lo liberará de todos sus sufrimientos. El Déutero  Isaías, dirá: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: ya reina tu Dios”.  (Isaías 52, 7) y en la literatura apocalíptica,  el libro de Daniel, refiere que los reinos opresores  (tiempo de Antíoco IV Epifanes 168-164 a. C) serán destruidos  por un  “hijo de hombre”, “yo seguía contemplando en las visiones de la noche: y he aquí que en las nubes del cielo venía como un hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él le dio el imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas les sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás”. (Daniel 7, 13-14).

Ante el fracaso de la Monarquía y la corrupción de los líderes políticos que llevaron al pueblo a la pobreza y el exilio, Israel comenzó a esperar una intervención directa de Dios en la historia que los liberase de tanto dolor.

El Reino ha llegado  y es una buena noticia

Jesús anuncia que el Reino ha llegado: “el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la buena nueva” (Mc 1, 15).  La intervención liberadora de Dios que Israel había esperado durante siglos, ahora, se estaba cumpliendo. Ante la pregunta de los fariseos sobre cuándo llegaría el Reino de Dios, Jesús dirá: “El Reino de Dios viene sin dejarse sentir, y no dirán, vedlo aquí o allá, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes”. (Lc 17, 20-21).  El Reino es como el fermento en la masa, o como la semilla de grano de mostaza, puede que al principio no se note o sea pequeña, pero finalmente crece y se manifiesta allí donde la vida de los hombres urge, es decir, donde necesita ser sanada, liberada de  las ataduras del mal.  Los discípulos  son privilegiados por ser parte de este acontecimiento liberador, “dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron”  (Lc 10, 23-24).

La llegada del Reino de Dios es una buena noticia, viene a fortalecer la esperanza de un pueblo sufriente. Dios interviene y derrota a Satanás, para liberar a las personas del poder del mal. Cuando los discípulos regresan de la misión que Jesús les había encomendado, dirá: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”.  (Lc 10, 18).  Dios está actuando en la historia, a través del profeta de Nazaret cuando los enfermos son curados, los endemoniados liberados y los pobres recuperan su dignidad.  Dios es un Padre de Misericordia, su intervención en la historia no tiene otra causa que la compasión por los que sufren, no viene a reivindicar sus derechos de Dios, ni a castigar a los pecadores, viene a liberar a todos los hombres de las ataduras del  mal.

No cabe dudas que lo que motiva el comportamiento de Jesús es la compasión  ante los que sufren: “Se acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodilla, le dice, si quieres puedes limpiarme. Compadeciéndose de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: quiero, queda limpio”. (Mc 1, 40-41). En Mateo, al ver a la muchedumbre sintió compasión por ella: “Y al ver a la muchedumbre sintió compasión por ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 36).  Jesús busca sanar la vida, tanto individual como social. Su experiencia de Dios, que es Padre misericordioso, lo lleva a sentir compasión por la gente, en especial por los que sufren y ofrecerles la curación que sana y da la paz. Cuando cura, muchas veces dice a las personas: “Vete en paz” (Mc 5, 34).


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El Reino exige un cambio de la realidad

La intervención directa de Dios en la historia, a través de su Hijo Jesús, exige un cambio profundo de la realidad, es decir, de las causas que producen exclusión y sufrimiento.

La propuesta de Jesús no se ajusta a ningún anhelo político, restaurar el pueblo de Israel desde una mentalidad nacionalista, ni tampoco a una actitud evasiva de la realidad como algunas sectas de su época, ni promoviendo el cumplimiento de normas de pureza exteriores que no cambian el corazón del ser humano. Jesús no tuvo una estrategia política ni religiosa para construir el Reino. Se trata de conocer el verdadero rostro de Dios y dejarse introducir en la dinámica de su reinado. Este comportamiento tiene profundas consecuencias sociales y políticas. Porque al descubrir el rostro misericordioso de Dios, que ama a todos sus hijos,  el comportamiento de las personas cambia, entienden que todo poder político es relativo: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 17) y que nada puede ocupar su lugar “no pueden servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). 

Jesús no solo critica lo que se opone al Reino sino que promueve un nuevo estilo de vida: “Busquen el Reino de Dios y su justicia y lo de más se dará por añadidura (Mt 6, 33). Se trata de parecerse a Dios, de imitarlo, de ser cómo él: “sean compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6, 36). Desde ese comportamiento es posible el perdón y la reconciliación: “Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Lc 11, 4).  Si los hombres reciben con gozo el Reino y entran en él es posible una nueva humanidad, un mundo nuevo.

Muchos de los que lo escuchaban se entusiasmaban con su anuncio pero tenían sus dudas: si el Reino está ya presente porque todavía existe el mal, porque no pueden ver el esplendor de su presencia. Jesús mismo, a veces dice que el Reino de Dios está presente y otras que está por llegar. Lo que sucede es que el Reino, es decir, el reinado de Dios en el mundo, germina lentamente, pero, a pesar de las dificultades,  nada lo detendrá.

 Por eso, Jesús, enseña a los discípulos a rezar diciendo en la llamada oración del Padrenuestro: “que venga tu Reino” (Mt 6, 10) y en la cena de despedida, sabiendo que el pueblo ha rechazado su mensaje y los dirigentes lo llevarán a la muerte, aún en la confianza de que el Padre es fiel y nunca abandona a sus hijos, sigue esperando la venida del Reino: “en verdad les digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta ese día que lo beba de nuevo en el Reino de Dios” (Mc 14, 25). El Reino está ya presente, pero aún debe llegar a su plenitud. Es el tiempo en el que los discípulos deben ser sus testigos, siendo sal de la tierra y luz del mundo. (Mt 5, 13-16). 


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