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EL LIBERAL . Opinión

Caricias

S i besar es la efímera eternidad del encuentro que debemos buscar, las caricias son, sin dudas, una de las formas de evolucionar. El beso es una síntesis del encuentro, la caricia es la forma de estar. Si besar es una bendición, la caricia es una ofrenda. Besar es encuentro y la caricia es la búsqueda. Efectivamente, el besar es –o debería ser- certeza, mientras que la caricia es la inquieta búsqueda de los caminos ciertos. Aunque, valga decirlo, en ambos casos es ofrecerle una distracción al tiempo, para ser en otro tiempo.

La caricia es agua, es manto, es terciopelo, es respiración, es perfume, es presencia, es ofrenda, es magia, es deseo, es precisión, es abstracción, es mensaje, es jubileo, es epifanía, es historia, es arte, es utopía, es realidad, es quimera, es certeza, es pregunta. Sin embargo, es, principalmente, un acto concreto. La Junta de Andalucía, institución muy prolífica en la producción de material sobre temas de educación sexual y, particularmente sobre educación sentimental de las personas, define a la caricia como todo “estímulo intencional dirigido de persona a persona, que puede ser gestual, escrito, verbal, físico y simbólico y que tiene posibilidad de ser respondido por parte de quien lo recibe”, agregaría, como siempre lo resalto, que es aceptado por la otra persona. El consentimiento, subrayo por enésima vez, es condición sine qua non para que cualquier gesto que uno tenga a carácter sexual sea válido, posible y deseable. La línea que separa lo buscado de un crimen. Con consentimiento válido todo, sin él, nada en este plano.

Margaret Atwood, ganadora del premio Nobel de literatura, señala que “el tacto viene antes que la vista, antes que el habla. Es el primer idioma y el último, y siempre dice la verdad “. Aceptemos esto como una verdad, es decir que la caricia es la suma de las cosas que se escriben en ese vocabulario único, como un código irrepetible, entre dos personas. Es una forma de Braille, de lenguaje de signos, de mensajes en el aire. Aun podemos decir también que serían como hilos de ternura tejidos con ancestral paciencia. Un gesto de comunicación que se deposita sobre la piel del otro transformando, tal que alquimia, lo simple en algo profundo e íntimo.

Pero más allá de lo poético que puede ser lo dicho, es bueno recordar dos cosas concretas: lo primero es que acariciar no es innato, se debe aprender. Básicamente es algo artesanal o sea no solo se aprende, se perfecciona. Para hacerlo no alcanza con efectuarlo y estar atento, sino es central poder escuchar. La otra persona debe ser partícipe. Debemos ocupar tiempo para educarnos y esto implica, siempre, hacer, escuchar, decir, conversar, intentar y mejorar. Debemos olvidarnos de esa idea simple de pensar que los afectos no deben perfeccionarse. Hay que ponerle ganas y esfuerzos, siempre, mas, sobre todo, disposición. Lo segundo que somos seres únicos –por ADN biológico y, sobre todo, por biografía personal, “somos la suma de los caminos recorridos”- eso quiere decir que la caricia que es buena para mí es la que me toca del modo que quiero, deseo, ansío y espero. Si es de carácter sexual debe seguir por los caminos que mi propio mapa erótico tiene. Es a mí el de conocerlo y descubrirlo y, sobre todo a mí el de compartirlo y ayudar al otro a descubrirlo. De nuevo se vuelve inexorablemente con la consigna básica necesaria para una vida sexual optimizada: la comunicación asertiva.

Las caricias pueden decirse que son una orfebrería, por ello, insisto, definitivamente, son una forma de evolucionar como humanidad. Animarse a ofrecerlas, nunca a rogarlas, pero siempre disponerse a recibirlas. Tal vez, así, cumplan su función, porque como alguna vez escribió el poeta: “las caricias son la forma sublime de curar el universo”.


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