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EL LIBERAL . Viceversa

SERES PROTECTORES DEL RÍO

05/02/2023 01:01 Viceversa
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SERES PROTECTORES DEL RÍO SERES PROTECTORES DEL RÍO

E n la provincia de Santiago del Estero las bajadas al río refieren a algunos caminos por donde se puede entrar al río a pescar. Existen aquí dos ríos importantes, el Dulce (Mishqui Mayu) y el Salado (Cachi Mayu). Cuando se dice bajada, generalmente se entiende que permiten la entrada de un vehículo. Cuando son caminos más angostos, por donde pasaría una persona en bicicleta o a pie, se las conoce mayormente como picadas. Las bajadas constituyen puntos importantes para los pescadores foráneos y locales. Conversando con los pescadores en la localidad de Maco apareció constantemente el relato que en la bajada de El Alambrado espantan. Me cuenta Diego, chayuero (pescador) de Maco:

(…) Montón de vueltas ahí por El Alambrado me han espantado, como que sientes que te caminan por atrás, pero cuando te das vuelta no hay nadie, otras veces se escucha como si alguien estuviese cerquita, trabajando en el monte, pero uno sabe que no hay nadie ahí, porque es de noche y porque yo sé cuándo es persona o no, yo no sé qué debe ser. De más chico yo lo oía al finado papá que decía que ahí hay una salamanca, que van a aprender cosas, yo no sé. Lo único que sé es que no tienes que desesperarte ni enloquecerte, porque eso es lo que él quiere (el que espanta), si te pones como loco has cagao, ya te ha atrapao. Una vez me ha ido molestando desde el camino (camino de la costa) hasta el río, todo el trayecto del alambrado y cuando he llegao al río ya me había cansado, chango. Ahí agarré y me di vuelta y le grité ¡ya está, no me jodas, yo no te estoy haciendo nada! Y no ha jodido más. Pero esa vuelta mucho miedo tuve, yo pensaba que me iba a llevar (…)

Aquel ser relatado por Diego, aquella entidad que espanta, que no se deja ver, que molesta al pescador y/o transeúnte que pasa por allí, ha aparecido una y otra vez en los relatos sobre El Alambrado. Lalo me cuenta que no le gusta caminar con linterna por allí; porque la linterna te deja más ciego y cuando aparecen los espantos es más peligroso, porque no los ves. Por ello es preferible caminar en el oscuro y aprender a ver así, que la mirada se acostumbre.

El Espanto del Alambrado ha sido nombrado también como Diablo, Zupay o un espíritu que te anda buscando, molestando, para que uno interactúe con él. Si uno no lo hace, llega un momento en que se va.

Dos relatos provenientes de personas mayores de 80 años también de la zona de Maco indican que donde está la bajada de El Alambrado “era” un cementerio indio, en el que se enterraron a sus abuelos y que mucha gente continuó usando este espacio como cementerio, hasta hace unos 70 años aproximadamente, enterrando a sus parientes cuando todo eso era monte, dándome a entender que luego, al quedar dentro de una propiedad privada y dejar de usarse como cementerio, espantan, porque a los muertos les gusta que los visiten y los festejen y cuando uno no lo hace, salen a espantar.

Entre otras referencias a espantos en Santiago, muchos pescadores me han referido directa o indirectamente a una mujer que se posa sobre el río. En la mayor parte de los relatos la describen vestida de blanco, hermosa. El color de su cabello varía, en gran parte de los relatos es rubia, pero ha aparecido el color negro y el colorado también para su pelo. Lo que sí coinciden los relatos en relación a su pelo es que es largo, de la cabeza hasta el suelo y le tapa la cara. Esta mujer suele posarse sobre el río o en la orilla, invitando a quien la observa, a través de movimientos gestuales con sus manos, movimientos que asemejan al agua o a través del canto, que hipnotiza al pescador o transeúnte que ande por allí. En la mitología de la región y en gran parte de la América andina esta mujer se conoce como Mayumaman (Madre del Río), del quichua mayu, río y Maman, madre. La Mayumaman o Mayupmaman es representada en la mitología popular como una hermosa mujer rubia que se peina con un peine de oro, con un gajo de úlua (Cereus spegazzinii) o una ñajcha (costilla-peine) de pescado. Colombres (1985) la describe así:

“Como su mitad inferior tiene casi siempre la forma de un pez, se puede decir que es una sirena fluvial. Se la ve por lo general cabalgando la primera ola de la creciente del río Dulce o hundiéndose y saliendo de sus turbias aguas, pero a menudo también colgándose de los árboles ribereños, en las noches de luna o siestas apacibles. Se cuenta que en sus grandes tinajas guarda la lluvia, y que anuncia a los hombres buenos la llegada de las crecientes y la formación de bañados. Para otros autores, se ocupa también de cazar a las nubes y derribar sobre los campos la bendición de la lluvia. En este último caso se representa bajo la forma de una serpiente gigantesca. Pero no todo es bondad en ella. Se dice que a veces arrastra a los hombres al fondo de las aguas, ahogándolos (…) Sus múltiples representaciones y elementos parecen indicar que hay varios mitos subsumidos en la leyenda de esta sirena del río, desde los cautivantes híbridos del Mediterráneo hasta demonios indígenas de los que hoy poco se sabe”.

Marcial, poblador de Maco, me cuenta que la vio una noche mientras pescaba. La mujer lo llamaba y él no fue. Sabía que ella no podría ser de verdad, pero a su vez temió que sea la Mayumaman de la que alguna vez le había hablado su padre. Rápidamente abandonó el río y por varios meses no volvió a pescar. En otra oportunidad, cuando nos encontrábamos conversando sobre la abundancia de peces que había ese día en el río, Marcial me conectó la conversación con el relato de la mujer, recordando que el día que ésta le apareció, estaba sacando mucho pescado: “Me estaba enviciando”.

Marcial interpreta que esta mujer le apareció dándole dos opciones: que ingrese al río y enredado en sus manos se ahogue con ella o que se vaya y por un tiempo no vuelva a pescar, puesto que ya había sacado más de lo que necesitaba. Esta mujer aparece así invitando o tentando al pescador, a la vez que advirtiéndole del vicio o el abuso con la pesca, figurando como una entidad reguladora. En otros relatos aparece invitando o provocando al pescador a tener una relación sexual, tentándolo de que entre al agua. Aun así, aquellas personas que me han contado sus experiencias en las que se les ha aparecido ésta, no han cedido ante la tentación de entrar al agua.

Me cuenta Sergio, pescador de Maco, que una noche, mientras estaba pescando solo, estuvo largo rato tirando desde un lugar de la costa a un bajo del río y no sacó nada. Le resultó extraño, pues es un lugar donde suele sacarse fácil, puesto que había poca agua y en esos días los peces se acumulaban allí. Cansado de no sacar pescados, se cambió de lugar, un poco más adelante. Cuando estaba allí pescando, aun sin sacar nada, vio a un hombre, viejo, muy flaco y casi desnudo. Era una noche de invierno, fría, por lo que le pareció extraño el aspecto del hombre. El Viejo, como le llamó Sergio, se dirigió al sitio donde él había estado pescando antes. El Viejo comenzó a sacar pescados, uno tras otro. Sergio, que suele ir a pescar solo, le gritó como para preguntarle quién era, si es que era alguien conocido o para ir a pescar con él y no recibió respuesta. Luego de gritarle y silbarle un par de veces, se percató de que se trataba de un ser especial, diferente, y que debería estar atento. Le dio miedo, pero continuó pescando. Luego, cuando ya había dejado de mirarlo por un tiempo y volvió la mirada hacia allí, vio que el hombre ya no estaba y sintió que éste le pasaba caminando por detrás, dejando un rastro de agua en el suelo. Sergio optó por no ejercer ningún movimiento. Un tiempo después, se dirigió al lugar donde él había pescado primero, y luego el Viejo, y comenzó a sacar peces, muchos, uno tras otro. Cuando la alegría y el vicio lo estaban llevando a pasar toda la noche pescando allí, se dio cuenta que si continuaba, podría sacar cientos y hacer una muy buena venta y repartija con los amigos, pero recordó allí a su padre, que le había hablado cuando él era niño sobre la Salamanca que había en ese lugar del río.

Su padre le decía que el Diablo no es malo ni bueno, sino que él aparece cuando uno lo necesita, ofreciéndote cosas y enfrentándote a un trato, dependiendo de uno que ese trato sea para algo bueno o malo. La manera del diablo de generar la relación es la tentación, en este caso el viejo (o diablo) tentaba con los peces, pero existen otros casos en que la invitación/ tentación se da a través de la música, las mujeres, el alcohol, la fiesta y/o el dinero. Sergio reflexionó y entendió que si se enviciaba en ese lugar sacando peces, seguramente tendría algún problema en el futuro, ya sea personal o en relación a los peces, que se le pudran, le caigan mal a él o a quien le venda o convide, que el río no le dé más pescado o que el río lo trague. Allí decidió dejar lo que había pescado y volvió a su hogar. Varios años después, volvió al río a pescar.

Aparece nuevamente aquí una entidad que regula la relación con el río y la pesca. De alguna manera los seres protectores de la naturaleza o “que espantan” en estos espacios, buscan relacionarse con las personas que los habitan, tentándolas, ofreciéndoles y quitándoles también, a veces pescados, a veces la vida. Estos espíritus protectores se manifiestan también como formas del río o expresiones en su superficie. Aparecen así los tembladerales, esas arenas movedizas que se generan en el suelo del río y forman remolinos que succionan hacia adentro, los cuales se vinculan generalmente a advertencias para no pescar, para no caminar el río, como también lo advierte la Mayumaman que, junto al viejo advierten también sobre la abundancia y el riesgo de enviciarse con la pesca.

Las Salamancas están enmarcadas inicialmente en prácticas y epistemes precoloniales cuyo campo semántico es compartido en un universo simbólico mayor, vigente en la actualidad, y que ha agregado en su entramado prácticas y símbolos provenientes de Europa y áfrica, configurando una espacio/ rito que ha resistido las hogueras, torturas y procesos judiciales en la colonia y los prejuicios y estigmas del presente. En general las Salamancas están en un espacio específico, una cueva, un alero rocoso, una laguna, ojo de agua, bosque, árbol, un sitio arqueológico o cualquier lugar del espacio donde su permeabilidad con el mundo de abajo y de adentro permita establecer relaciones de intercambio con entidades subterráneas, sean ancestros o espíritus dueños de la naturaleza, generalmente con el fin de aprender algún arte, o solicitar alguna intervención de las entidades del inframundo con fines más específicos.

En este sentido, la Salamanca puede ser cualquier práctica espiritual nativa que fue proscrita por la religión hegemónica y más abarcativamente, puede significar una puerta conceptual que permite ingresar a las teorías nativas de la relacionalidad, como una forma contrahegemónica que, anclada en el espacio/tiempo otro, “combate” dañando a quienes desconocen o violan los protocolos de reciprocidad requeridos y a la vez “favorece” a quienes saben dialogar e intercambiar con sus entidades poderosas. Un espacio vivo que resiste de manera activa su cosificación y su desacralización. Es fuente de vitalidad, sabiduría y poder, conocida en gran parte del NOA como la escuela de los indios o la escuela del monte (Gardenal& Barría 2015).

Una noche que dormía en Maco se escucharon ruidos de tambores toda la noche hasta el amanecer. Estos provenían del río, me intrigaban, pero no me animé a ir hacia allí. Al otro día fui a consultar a algunos vecinos si habían sentido algo. Antes de que les pregunte, sacaron el tema y sabían perfectamente de donde provenían los ruidos. Nos dirigimos hacia allí con cautela y machete en mano. Roque y Marcos, vecinos con los que fui, ya habían ido por la mañana y encontraron rápidamente el lugar, puesto que es un espacio asociado a rituales salamanqueros, donde hacen macumbas, como me han referido. Este espacio, a la orilla del río, el que a fuerza de crecidas ha elevado su suelo, compuesto mayormente por arena, generando una barranca, donde los árboles que han crecido sobre el lomo de ésta forman un techo y junto a otros forman paredes, creando un espacio cerrado, entre la barranca de arena, las ramas y árboles del techo y los costados. Cuando el caudal del río baja, queda el montículo de arena formado, coincidiendo con la época en que se utiliza como espacio para diversos rituales.

Según me comentaron los habitantes de la zona, no era la primera vez que esto sucedía en este espacio. Algunos relatan que allí siempre se hacen brujerías, magia negra, macumbas y que no es recomendable acercarse de noche. Otros me dijeron que allí se venera a San La Muerte y es muy peligroso. Otros me refieren a este lugar como una Salamanca a la que van a pedir por la salud o muerte de alguien. Cuando nos acercamos con dos vecinos al lugar encontramos muchas velas enterradas de colores rojo y violeta, puntas de metal clavadas en el suelo dibujando un circulo en cuyo centro se había enterrado un pantalón de Central Córdoba (equipo de futbol local que días antes de este suceso ascendió a la Primera B Nacional), papeles con nombres de personas y platos con comida que no pudimos identificar.

Por fuera del círculo había más velas dispersas en un radio de 30 metros, entre platos con comida enterrada, cajas de vino, vidrios y copas rotas. Según la disposición de los elementos y la temática del ritual creemos que fue un ritual de agradecimiento. Consultando e indagando en la zona, vecinos me advierten que tiempo atrás había sucedido un evento de similares características. Pensamos, como hipótesis, que se había pedido allí por el ascenso del equipo de fútbol y, una vez concretado, se realizó el ritual de agradecimiento. Lo que me gustaría destacar aquí, más allá de las innumerables aristas que este evento invita a explorar, es la reutilización de un espacio, asociado en las memorias y prácticas de pescadores y pobladores ribereños a un espacio de petición, macumbas y salamancas, para la realización de peticiones provenientes de grupos de la ciudad, ajenos al contexto local. Los espantos, salamancas, tembladerales y mujeres del río aparecen como espacios, eventos y/o seres que, según el contexto de aparición, son reflexionados e interpretados de diferentes maneras por los habitantes cotidianos del entorno río que los relatan. Muchos de estos relatos se tejen en relación a la práctica de la pesca, a los entornos río y monte, a la abundancia o escasez que se está viviendo, tanto de peces como de agua, trabajo, comida en general, amor, etc.


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