Regular nuestras emociones para los acontecimientos de fin de año Regular nuestras emociones para los acontecimientos de fin de año
una sensación extraña
nos invade a muchos de
nosotros: llegan las fiestas
y con ellas esa vieja
costumbre de reunir a toda la familia,
de agrupar personas que no suelen
verse a lo largo del año y de comer
comidas que vaya a saber por
qué solo están reservadas para las
fiestas como el vitel thoné, el pavo
y/o el pollo, el lechón y el pan dulce.
Muchos de nosotros comenzamos
a sentirnos más desanimados, como
si las festividades fueran un obstáculo
entre el cierre de un año y el comienzo
de otro. La tradicional reunión para
festejar es tomada, por muchos, como
una obligación; por otros, como un espacio
de desavenencias familiares (tu
familia, mi familia, solos...), y para algunos
como un espacio de regocijo.
De acuerdo a cómo veamos y sintamos
las fiestas nos veremos abordados
por emociones diversas: bronca, enojo,
alegría, aburrimiento, tedio, satisfacción,
temor, angustia, etc. Sin duda,
las fiestas obligan, ante todo, a regular
las emociones que provocan con el fin
de pasarlas lo mejor posible y salir enteros
del trance para empezar un nuevo
año y estar doce meses alejados de
ellas.
Muchas personas sienten que las
fiestas, en lugar de ser espacios de reunión
y unión familiar, son momentos
que muchas veces generan conflictos y
malestares: los regalos, la comida, tu
familia, etc. Otras veces, las fiestas son
también momentos de angustia por
aquellos que no están, que ya no pueden
compartir con nosotros una mesa
navideña y cuya falta se siente particularmente
en esos días...
Por otra parte, desde mediados de
noviembre, los medios de comunicación
y el marketing de las fiestas invaden
nuestra cabeza con mensajes y
obligaciones navideñas. Qué comprar,
dónde conseguirlo, para quién, cuánto
gastar y cómo equilibrar ese gran gasto
que suponen las fiestas con los consumos
asociados a las vacaciones... En
ese marco, lejos de ser un espacio de
alegría, festividad religiosa y reunión
familiar, las fiestas han pasado a ser
un evento social que, para muchos,
terminan siendo una tarea a cumplir y
un posible conflicto.
Cualquier situación de conflicto o
amenaza genera ansiedad y frustración.
La ansiedad comienza a vivirse
como el presagio de momentos difíciles
a atravesar y las emociones negativas
comienzan a embargarnos en una
etapa que, para algunos, supone cansancio
y estrés laboral extra.