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Adiós, papa Francisco: un Papa como Dios manda, que murió en su ley

Por: Mons. José Luis Corral, SVD - Obispo de Añatuya. 

25/04/2025 23:04 Opinión
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Hoy, mientras despedimos al papa Francisco, quiero compartir este humilde adiós al Padre, al Pastor, al Hermano Mayor. No pretendo ser solemne ni hacer un homenaje de manual. Quiero hablar desde el corazón, con ese tono popular y familiero con el que él mismo supo ganarnos el alma.

Podemos decirlo bien en criollo: Francisco fue un Papa como Dios manda. Con todas las letras. Vivió su vocación a fondo, sin medias tintas ni improvisaciones. Hizo las cosas bien, sin agachadas ni firuletes raros; con generosidad, con firmeza y con responsabilidad. Fue un sincero discípulo del Maestro, que llevó su ministerio con ese magis tan jesuita: todo para la mayor gloria de Dios.

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Y murió en su ley, como quien no se vende ni se entrega. Fiel a sus principios, a sus intuiciones, a sus búsquedas, al Evangelio… incluso cuando el precio fue alto. Con esa santa tozudez que tienen los profetas, supo cuándo era momento de ceder y cuándo había que plantarse firme. Porque esto no se trata de caprichos ni antojos, sino de honestidad y de verdad. Como él mismo decía: "La verdad no se negocia. La fe se transmite, no se impone."

Francisco fue de esos que no se andan con rodeos. Era auténtico, de una sola pieza, sin dobleces. No cambió su esencia humilde de cristiano de a pie por títulos, ni por cargos, ni por tronos. Genio y figura hasta la sepultura. Hablaba sin pelos en la lengua: directo, claro, sin maquillaje. A calzón quitado, como se dice.

"Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por encerrarse", decía con libertad, y lo vivía con audacia.

Sabía hacerse entender por todos, aunque a algunos les incomodara. Lo criticaron, lo descalificaron, quisieron hacerlo callar. Pero su palabra removía y sacudía. Y más aún: nos predicaba con gestos, con hechos, con el corazón en la mano. Sin filtros ni caretas, sin buscar aplausos. "La fe se hace carne en la vida. No se vive en ideas, sino en gestos concretos."

No le gustaban las medias tintas ni la tibieza. Iba al grano, al hueso, sin vueltas. Con pasión, con fuego, con energía. Porque, como todo verdadero profeta, sabía que las cosas importantes requieren decisión y esfuerzo. No buscó atajos ni se quedó cómodo en el sofá: no "balconeó" la vida. Como dicen los paisanos: al que madruga, Dios lo ayuda, y él madrugó por el Reino, primereó, dio el paso cada día con valentía y se puso en camino con prontitud.

Doce años de pontificado: doce campanadas que resuenan en el corazón de una Iglesia que siempre se renueva y rejuvenece. Doce campanadas que marcan el alma del pueblo.

Doce columnas sostienen el templo vivo de la fe, y doce estrellas iluminan nuestro caminar, como en el manto de la Reina del Cielo. A los doce años—ni muy tarde ni muy pronto—, la hora justa: la del encuentro, la de la entrega, la de la misión cumplida.

Y porque pusiste el pecho, porque te arremangaste, porque no bajaste los brazos, porque lo diste todo… ¿quién te quita lo bailado? Bien valió la pena. Valió el gozo. Valió la esperanza.

Murió al pie del cañón, con las botas puestas y la mano en el arado, sin mirar atrás. No se rindió, no se dio por vencido. Fue valiente y libre hasta el final, siempre con los ojos abiertos para descubrir al Dios de las sorpresas y de la novedad en la historia. Y nunca se cansó de recordarnos que "el estilo de Dios es cercanía, ternura y compasión".

Dejó todo en la cancha. Jugó el partido hasta el final, sin guardarse nada. Transpiró la camiseta de la Iglesia. Se la jugó con todo, hasta la última gota. Puso el cuerpo, el alma, el corazón. De sol a sol: aguantó, resistió, sostuvo. "El pastor debe tener olor a oveja." Y Francisco olía a pueblo, a barro, a humanidad herida… pero también esparcía la fragancia del Evangelio, el perfume de la vida y de la alegría, el aroma de Cristo.

Murió en el surco, con las manos llenas de semillas que ahora dan fruto. Lo que sembró, florece. Y lo que entregó con amor no se pierde: se gana para siempre.

Hoy, con un corazón lleno de rostros y de nombres, le dice al Señor: "Aquí estoy. Intenté. ser tu servidor. Hice lo que pude, con lo que tuve y supe. En tus manos entrego mi espíritu. Y te presento a la Iglesia, mi Madre, Maestra y Esposa, por quien viví y por quien morí."

Adiós, Papa Francisco…

Hasta cada Eucaristía.

Hasta cada abrazo que nos recuerde tu ternura.

Hasta cada gesto de misericordia que te haga presente.

Hasta cada palabra tuya que siga ardiendo en nuestro corazón.

Hasta la eternidad, donde ya descansás en el abrazo del Padre… y desde donde, seguro, seguirás empujándonos con tu espíritu corajudo y amoroso hacia todas las periferias, para anunciar la Palabra Viva y servir a todos, sobre todo a los más descartados.

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