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Un argentino en las Islas Malvinas: experiencia inigualable

Por Eduardo Lazzari, Historiador.

Un argentino en las Islas Malvinas experiencia inigualable

Un argentino en las Islas Malvinas experiencia inigualable.

18/05/2025 06:00 El Liberal
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Los eventos que se concatenaron luego de la muerte del papa Francisco, ocurrida el lunes siguiente al Domingo de Gloria, alteraron la secuencia de los artículos que habíamos dedicado durante abril al viaje que tuve el honor y el placer de realizar en diciembre de 2008 a las islas nos impidieron seguir el plan para completar el relato. Vamos a culminar hoy con las peripecias de ese viaje que me permito recomendar: ir a las Malvinas es reparador, es pragmático, es aleccionador y sobre todo, ayuda a poner todas las cosas en su lugar. Aquí la conmemoración de los últimos días en la "perdida perla austral.

El regreso a la capital

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Luego de nuestra visita al cementerio de Darwin con los cinco veteranos de guerra y con mi amigo Jonatan, emprendimos el camino hacia la salida del cementerio y nos dirigimos, a menos de un kilómetro, rumbo a una posada en Darwin, un pequeño pueblito de no más de veinte casas, donde habíamos reservado turno para almorzar. No nos atendieron debido a nuestra condición de argentinos y porque nos habían visto en el cementerio. Fue un muy feo momento. 

   El regreso hacia nuestros alojamientos no fue fácil: silencioso, porque las meditaciones de cada uno cavilaban por caminos diferentes. Llegamos después de un par de horas, ya al atardecer a la capital de las islas. Para mí, ese día se había convertido en un antes y un después: la visita a Darwin había convertido en realidad lo que durante 28 años había sido un relato que me había acompañado. Sólo nos quedaba esperar los últimos momentos en las islas Malvinas, que dedicamos a tratar de hacer aquello que considerábamos pendiente.

   

La visita al Museo Histórico

   La mañana del viernes 12 de diciembre de 2008 amaneció soleada, lo que atemperaba el clima naturalmente ventoso, pero obligaba a tomar precauciones ya que eran los tiempos en que el agujero de ozono en la atmósfera en todo el hemisferio sur causaba con facilidad quemaduras en la piel, sobre todo en el cuero cabelludo, lastimaduras que además de molestas podían convertirse en un problema médico. Con mi amigo Jonathan decidimos visitar el Museo Histórico de la capital isleña.

   El edificio en el que se encuentra ese museo es la antigua construcción donde se encontraban las oficinas de LADE, Líneas Aéreas del Estado, empresa argentina que hasta el conflicto de 1982 realizaba vuelos periódicos que unían el aeródromo de Puerto Stanley (tal como llamábamos a la capital isleña en los '70) con el continente, sobre todo utilizando el aeropuerto de Comodoro Rivadavia, Era uno de los rastros de la buena política que había mejorado notablemente la relación de los isleños, llamados kelpers en las décadas de 1960 y1970, haciendo alusión a las algas procesadas en escala minúscula por algunas empresas. 

   No debe olvidarse también la presencia de maestras argentinas que iban a la capital de las islas a enseñar castellano y algunos rudimentos de historia y geografía del país. Y, sobre todo, la mejora en la condición de vida en las islas que provocó la llegada de combustible de YPF para calefacción doméstica, hasta entonces obtenida de la quema de turba secada al sol.

   Una vez que llegamos al museo comenzamos a recorrerlo, y claramente nos remitía a esos cientos de museos regionales que en cada ciudad y en cada pueblo de la Argentina intentan testimoniar el paso de la historia con una visión localista, muchos de ellos de una gran calidad y sobre todo siempre es la expresión de un gran cariño por lo propio. Llamaban la atención un par de retratos de importante tamaño y gran calidad artística del rey Jorge V de Gran Bretaña y de su esposa María, dedicados por la corona a la guarnición naval de las Malvinas como homenaje por la victoria en la batalla librada contra la flota alemana en diciembre de 1914, a sólo trescientas millas marinas de la costa argentina y que nuestro relato histórico nacional suele obviar.

   Pero el momento más impactante fue cuando fuimos hacia la Sala de la Guerra, donde las autoridades isleñas relatan los eventos de 1982. Allí encontré dos errores históricos que, en una charla más amable de lo esperado, informé a la museóloga a cargo de la institución comprometiéndome a enviarle la información documental, cosa que hice apenas llegué a Buenos Aires. El primer error era negar la fundación de la Comandancia Civil y Militar de las Islas Malvinas, diciendo que Luis Vernet era sólo un concesionario privado que actuaba por su cuenta; y el segundo, que mostraba cierto espíritu chauvinista para destacar la victoria británica de 1982, era la cantidad de los argentinos que dieron la vida por la Patria en ese conflicto, número que era elevado a 1000, con la aclaración "muchos de ellos NN". Sabemos que fueron exactamente 649 y que conocemos el nombre y apellido de cada uno de esos héroes. En una próxima visita a ese museo espero al menos descubrir que lo equivocado haya sido corregido.

   Sin embargo, me conmocionó como pocas circunstancias en mi vida descubrir colgando de una pared una de las banderas argentinas rendidas, que figuraba como la que estaba izada en el mástil de la gobernación el 14 de junio de 1982, al momento de la rendición argentina. Por primera vez en mi vida, tuve una sensación de ahogo y agitación tal que me obligó a salir al aire libre, sentarme en el cordón de la vereda durante diez minutos, y luego de restablecido el ritmo cardíaco, continuar la visita. Sería poco leal a la verdad si no admitiera que me causó cierta envidia la prolijidad del museo, el orden de su archivo y la correcta propuesta museográfica en una institución cultural de un pueblo de sólo 1500 habitantes.

El encuentro con un isleño argentino

   Mi amigo Jonatan, quien posee un espíritu de gran curiosidad, logró contactar a David Klerk, un isleño que habitaba por entonces en la capital de las islas y en Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz, alternativamente. Nos encontramos con él en una de las pocas cafeterías ubicada muy cerca del cementerio civil de la capital, llamada Shorty's Diner. Nos saludamos más afectuosamente que lo esperado por mí y comenzó una charla muy larga e interesante. David era en ese tiempo un marino que se dedicaba a la pesca y eso le permitía visitar algunos puertos chilenos y argentinos para embarcarse en distintos buques para ejercer su oficio.

   Eso lo llevó a enamorarse de Puerto San Julián, un lugar que definió como "el paraíso en la tierra", sobre todo luego de hacer un elogio a la belleza de la mujer argentina. En ese momento me vino a la mente la frase que Pepe Soriano le dice a Luis Brandoni en la película "La Patagonia Rebelde": "El paraíso en la tierra está allí, en Lago Argentino". La magia de la Patagonia es universal. El contacto habitual de David con el continente lo llevó a tomar una decisión: solicitar el DNI argentino en uno de sus viajes. Eso lo convirtió en uno de los primeros isleños de nacionalidad británica en tener ciudadanía argentina. Nos mostró orgullosamente su documento y lo único que lamento fue no haber tomado el número para completar adecuadamente el recuerdo. 

   Tomamos varias cervezas y voy a repetir una dura frase que, en mi entendimiento, expresa brutalmente una verdad y que nos dijera Klerk: "Nunca entendí como Argentina y Gran Bretaña han podido luchar por estas islas mierdosas. Dos países que deben ser amigos como lo fueron antaño". Nos despedimos con la promesa de volver a encontrarnos en la Argentina, donde nos habíamos conocido, allá en Malvinas.

David Klerk y el autor en Malvinas.

El regreso

   Ya el sábado a la mañana pocas cosas nos quedaban por hacer. Fuimos a un negocio ubicado en la costanera donde se vendían souvenirs, especialmente a los pasajeros de los varios cruceros que en cada verano llegan a Malvinas rumbo a los mares antárticos. Allí nos quedó el sabor amargo de ver un cuadrito que exaltaba la amistad de los isleños con Chile, donde desaparecía, como en aquel memorable programa de Tato Bores caracterizado como un explorador, el territorio argentino. 

Souvenir en venta en Malvinas.

   Caminando a buscar nuestras pertenencias en lo de Susan, nuestra amable anfitriona en el bed & breakfast donde nos habíamos alojado, pasamos delante del llamado por los británicos Monumento a la Liberación, en el que tomamos conciencia de dos detalles: el primero es que en las placas de homenaje figura entre las tropas británicas embarcadas que llegaron al sur en mayo de 1982 el Regimiento 71 de Highlanders de Escocia, el mismo que fuera derrotado en Buenos Aires en 1806 y cuyas banderas están en el convento porteño de Santo Domingo y su bastón mayor de música en el Museo de Luján, lo que hace que aún hoy, a más de doscientos años, desfilen sin banda musical; y el segundo detalle es que la bandera que flamea en todos los mástiles de las islas es la bandera isleña, no la británica.

   Al atardecer tomamos el avión en el mismo aeropuerto militar al que habíamos arribado exactamente una semana antes, y allí quedó el recuerdo de la silueta de las islas que iba borrándose cuando comenzamos a percibir la costa continental argentina. Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Dolorosa a ratos, interesantísima siempre, pero sobre todo muy sentida, viaje que el tiempo ha ido ubicando como un homenaje permanente a los hombres que dieron su vida por la Argentina y a quienes pelearon por ella. Recuerdo el saludo que nos dimos con Jonathan al despedirnos: "Hasta más vernos…".

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