Un padre de 73 años con sus dos piernas amputadas y su hijo sordomudo de 25, inventaron una vida plena de servicio y esperanza.
Un papá todo terreno: Cuando la discapacidad supera las barreras Un papá todo terreno: Cuando la discapacidad supera las barreras
Por Héctor Bustos
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Tomás Alberto Herrera, 73 años, llegó a Forres procedente de Brea Pozo cuando tenía 7 años, junto a sus padres Juan Nicasio Herrera y Tomasa Leiva y sus 10 hermanos, 5 varones y 5 mujeres.
Como todas las familias humildes, pero trabajadoras, tuvieron que sobreponerse con tenacidad y sacrificio.
Tomás Alberto tuvo que resignar su asistencia a la escuela primaria y fue su madre quien, en los momentos libres, le enseñó los rudimentos de las primeras letras.
Con su cajoncito de lustrín aportaba, en su tierna infancia, a la economía familiar y luego empezó el peregrinar como peón rural en las cosechas.
El cumplimiento del servicio militar en la fuerza aeronáutica, en Córdoba, fue moldeando un hombre nuevo. Aprendió a leer y escribir y adaptarse a los rigores de la disciplina y al uso productivo del tiempo.
Ya reincorporado a las demandas de la vida civil, trabajó como dependiente en una empresa comercial en la ciudad de Fernández durante veinte años.
A los 35 años se casó con Olga Saavedra -ya fallecida-, con la cual tuvo 7 hijos: Cristian, Mariano, Ángel, Miguel, Germán, Mariana y Federico.
Desvinculado del trabajo en dependencia, por el cual obtuvo su jubilación a los 65 años, emprendió oficios varios: pintor de obras, limpieza de tanques elevados, albañilería -especializado en construcción de pozos ciegos- y rudimentos en reparaciones de cocinas y electrodomésticos.
A los 68 años su salud sufrió un grave deterioro, al extremo que tuvieron que amputarle ambas piernas.
Con un espíritu asombroso de superación inició una nueva etapa montado en una silla de ruedas, que le consiguiera un vecino y amigo, Rubén Blázquez, adaptando a su taller de reparación de ventiladores, secarropas, cocinas, lámparas a gas y kerosén, linternas y artefactos varios que aún conservan su uso, especialmente los pobladores rurales.
Con un optimismo desbordante describe sus horas de actividad laboral que le permite mejorar los ingresos de su menguada jubilación, aunque haya clientes que retiran sus trabajos aun si no tuvieran para pagarlos.
Matiza sus jornadas recorriendo habitualmente las calles céntricas de Forres, que distan cinco a seis cuadras de su domicilio.
"Siempre- destaca- hay personas que me ayudan a impulsar mi silla de ruedas, más son mujeres. Aunque hay un jovencito, Daniel Coronel, que cuando me encuentra me conduce hacia algunos negocios o a la clásica reunión de amigos en los comercios de los hermanos Mendieta.
Su hijo sordomudo
Miguel Ángel, su hijo de 25, es sordomudo de nacimiento al igual que Marina, de 27.

"Cuando Miguel Ángel tenía un año y meses lo llevamos al Hospital Garrahan. Él y nosotros con mi esposa tuvimos una asistencia excepcional, pero me dijeron que la situación era irreversible.
Miguel Ángel estuvo desde pequeño colaborando con su padre en la mesa de reparaciones. Era evidente -señala Tomás Alberto-, que fluía en él un don especial.
Su primera experiencia laboral fue como ayudante en un taller de motocicletas. Estas tareas despertaron una faceta innata de desarrollo de su sentido del tacto, a través del cual identifica las fallas de las motocicletas. Las vibraciones que regula con el acelerador lo conducen a la falla precisa que resuelve en su propio taller.
Estas dos muestras de superación que los une con una comunicación que va más allá del lenguaje de señas, es indudablemente la fuerte conexión afectiva de padre e hijo montados pacientemente en un nimbo de esperanza, de entusiasmo y de felicidad desbordante.
Apostillas: El relato de Tomás Alberto Herrera, el "Negro" Herrera como cariñosamente lo reconocen los vecinos, no tiene un mínimo signo de resignación o lamento. Al contrario, redunda en anécdotas plenas de optimismo y gratitud. Recuerda que después de años de la amputación de sus piernas lo encontró de casualidad al médico que los asistió en tan traumática situación. "Doctor, doctor -lo llamó-, venga, por favor quiero saludarlo y agradecerle porque me prolongó la vida". El doctor Pacheco volvió sobre sus pasos y lo abrazó emocionado. Era la primera vez, le confió, que un paciente me recuerda con gratitud.








