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El nuevo (des)orden global: claves para entender la transformación del escenario internacional

Por Facundo Rubén Piñón, Lic. en Relaciones Internacionales

20/07/2025 12:50 Opinión
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Los acontecimientos de los últimos años señalan una transformación profunda de las dinámicas internacionales. Los conflictos escalan en cuestión de días, alianzas históricas se tensionan o se quiebran, los intereses nacionales se vuelven más difusos y los polos y fuentes de poder global se multiplican. Si bien muchos de los temas que acaparan la atención internacional no son nuevos, el orden o contexto global en el que transcurren no es el mismo que aquel que se consolidó tras la Guerra Fría. 

Las reglas del juego que funcionaron desde mediados del siglo pasado muestran, desde hace varios años, señales de agotamiento. La cooperación multilateral, la promoción de la democracia liberal y del libre mercado, y la soberanía limitada por normas globales son algunos de los aspectos más deteriorados de dicho orden. Por el contrario, la complejidad, conflictividad, flexibilidad, dinamismo y, sobre todo, incertidumbre emergen como las cualidades del nuevo escenario global. 

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Esto da lugar a relaciones políticas regidas por la desconfianza, nuevas problemáticas multifacéticas e interconectadas, y una economía global atravesada por una competitividad agresiva y una creciente inestabilidad. Aunque es demasiado pronto para determinar si estamos en una fase de transición hacia un nuevo orden o, simplemente, ante la decadencia del orden vigente.

Liderazgos en tensión

Uno de los principales indicadores de esta nueva época es el cambio en el rol internacional de Estados Unidos -antigua potencia hegemónica y principal sostén del orden liberal-. Esto no implica en absoluto su irrelevancia, sino que se vislumbra un cambio profundo en su modo de intervenir en los sucesos internacionales y en el mantenimiento del orden que dicho país ha construido.

Recientemente, Estados Unidos se ha retirado de organizaciones y acuerdos de gobernanza global (como la Organización Mundial de la Salud, el Tratado de París sobre cambio climático, la UNESCO, etc.) y presiona para transformar el funcionamiento de otras en función de sus intereses (la alianza defensiva OTAN o la Organización Mundial del Comercio). En general, Estados Unidos afronta el desgaste económico y político de haber sido durante décadas el garante del sistema, por lo que los últimos gobiernos priorizaron la política interna por sobre la externa. 

Esto explica cómo EE. UU. dejó de ser una potencia dispuesta a intervenir directamente -incluso militarmente, si era necesario- en cualquier situación que amenazara sus valores, intereses o la seguridad internacional. Contrariamente, su actual patrón de intervención se ve motivado por objetivos estratégicos, específicos y tangibles. Por ejemplo, con el fin de evitar que Irán desarrolle un arsenal nuclear y de promover un equilibrio de poder autosostenible, el mes pasado efectuó un ataque rápido y sorpresivo contra sus instalaciones nucleares.

En esta línea, sus relaciones con América Latina se ven motivadas por su déficit comercial y la creciente presencia china. En este caso, el hostigamiento arancelario parece ser la herramienta elegida por Trump para presionar y contener la penetración del gigante asiático en la región. Este mismo énfasis en el interés nacional provocó, además, que EE. UU. limitara su apoyo político y financiero a Ucrania, rompiendo así con tradicionales alianzas. 

Ante el fortalecimiento de potencias rivales y la creciente complejidad del sistema, la potencia norteamericana giró hacia una diplomacia más utilitaria y transaccional, dejando de lado sus compromisos ideológicos y la defensa de principios universales. 

A la vez, otros actores protagónicos del sistema hoy se encuentran debilitados y desorientados. Este es el caso de la Unión Europea y Rusia. En la primera, los desacuerdos entre sus miembros, los nacionalismos escépticos y su histórica dependencia hacia EE. UU. en ciertos ámbitos dificultan la definición del interés grupal y la adopción de una política exterior afín que fortalezca su posición global. Mientras tanto, el peso geopolítico de la segunda se ve fuertemente limitado por el recrudecimiento de la guerra en Ucrania y una relación cada vez más asimétrica con China. 

Multipolaridad conflictiva

En la medida en que ciertos actores se debilitan o se reorientan, otros fortalecen su rol en la política internacional. El caso más significativo es China. Pasó de ser una nación atrasada y aislada en los años 70 a disputarle crecientes márgenes de influencia global a EE. UU. Su colosal mercado interno y su postura pragmática, estratégica y centrada más en la diplomacia económica y comercial que en los asuntos ideológicos o políticos la convierte en un atractivo socio y modelo para las naciones emergentes.

En general, es una potencia poco confrontativa, pero asertiva y competitiva, que busca transformar el sistema desde adentro para reflejar su visión global. En esta línea, promueve ambiciosos proyectos centrados en la cooperación flexible sobre desarrollo e infraestructura, como el bloque BRICS, la Iniciativa de la Franja y la Ruta o el Banco Asiático de Inversión. 

Otros poderes de creciente influencia -como India, Turquía, Brasil, Arabia Saudita, Sudáfrica, Indonesia, etc.- buscan capitalizar su peso regional y potencial económico para proyectarse globalmente, con aspiraciones más o menos disruptivas según el caso. El fortalecimiento de ejes comerciales, financieros y productivos en el llamado "Sur Global" continuará impulsando el posicionamiento estratégico de las potencias medias.

Asimismo, los fuertes cuestionamientos hacia la efectividad de las organizaciones internacionales y su pérdida de legitimidad dan lugar a la construcción de alternativas más prácticas, flexibles e informales. El relacionamiento basado en valores comunes cede ante la cooperación sectorial y temática de mutuo beneficio. Sin embargo, hasta el momento los múltiples polos de poder no logran integrarse en espacios de gobernanza efectiva. El gran desafío será traducir esta multipolaridad emergente en un multilateralismo capaz de generar consensos. 

Más allá de los protagonistas y su manera de interactuar, es de esperarse que surjan también nuevas problemáticas y desafíos en la agenda. Los temas tradicionales -los conflictos bélicos, la proliferación nuclear, el terrorismo y las rivalidades estratégicas, etc.- persisten y adquieren facetas nuevas, a lo que se suman asuntos como la revolución tecnológica, el cambio climático, la erosión de las instituciones internacionales, la disputa por recursos naturales valiosos, los flujos migratorios, entre otros. La mencionada falta de coordinación multilateral y el auge de nacionalismos complejizará aún más el abordaje de estas temáticas.

Desafíos y oportunidades para Argentina

La crisis y la inestabilidad histórica deja a nuestro país en desventaja relativa. En un mundo complejo e incierto, en el que los compromisos ya no son tan sólidos ni previsibles, la capacidad de adaptación estratégica se vuelve clave. 

Para eso, el primer paso será superar la vulnerabilidad estructural de nuestra economía y formular una política exterior coherente con el interés nacional, que permita crear alianzas duraderas e insertar efectivamente al país en las cadenas de valor global.

No obstante, el interés internacional por los recursos y la diversificación de las fuentes de poder nos posiciona como un potencial foco de atracción para las inversiones y vínculos estratégicos, tanto con las tradicionales potencias del Norte como con los emergentes mercados del Sur. El desafío será sostener una estrategia pragmática, realista y orientada al desarrollo nacional, sin caer en alineamientos ideológicos. 

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