Historia, identidad y verdad, más allá de los mitos

Cada 12 de octubre, España y muchas naciones hermanas celebran el Día de la Hispanidad, también conocido como el Día de la Fiesta Nacional de España.

Esta fecha conmemora la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492, pero más allá de un simple evento geográfico, simboliza el inicio de un profundo proceso de encuentro —no exento de conflictos— entre dos mundos. Un proceso que dio origen a una comunidad de pueblos unidos por el idioma, la religión, las costumbres, y una herencia cultural compartida que abarca tres continentes.

A menudo se aborda este episodio desde narrativas simplificadas, anacrónicas o directamente falsas. Uno de los relatos más persistentes es el de la llamada "leyenda negra", una campaña de propaganda que surgió en el siglo XVI, promovida por las potencias rivales de España —principalmente Inglaterra y los Países Bajos— con el fin de desacreditar su influencia en América. Esta narrativa ha sobrevivido durante siglos y ha sido instrumentalizada para proyectar una imagen de un imperio exclusivamente violento, explotador y genocida.

Sin embargo, la realidad histórica es mucho más compleja. España, como cualquier otra potencia de la época, cometió errores, pero también fue pionera en reconocer que los habitantes de América tenían derechos, protegidos por leyes de vanguardia para su tiempo. Un ejemplo único en la historia colonial es la promulgación de las Leyes de Indias en el siglo XVI, que regulaban el trato justo a los indígenas y prohibían su esclavitud. El teólogo y jurista español Francisco de Vitoria fue precursor del derecho internacional moderno al defender la dignidad y libertad de los pueblos originarios.

Además, a diferencia de otros procesos coloniales, España promovió activamente el mestizaje. El casamiento entre personas de diferentes razas fue legal y habitual en los territorios de la Corona desde el siglo XVI. Esta política contrastaba radicalmente con otros modelos coloniales, como el británico, donde la segregación racial fue norma durante siglos. Basta recordar que Estados Unidos no legalizó los matrimonios interraciales hasta 1967.

La Hispanidad no es un concepto imperialista ni nostálgico. Es la expresión de una comunidad viva, compuesta por más de 500 millones de personas, que comparten una lengua, una cosmovisión y un sinfín de manifestaciones culturales, desde la literatura hasta la música, desde la gastronomía hasta las tradiciones populares. Es también una red de afectos y cooperación entre naciones hermanas.

En América Latina, el castellano como idioma no fue impuesto a sangre y fuego, como a menudo se repite sin matices. Fue adoptado, adaptado y enriquecido por los pueblos originarios, que no solo conservaron muchas de sus lenguas —como el quechua, el aymara, el guaraní o el náhuatl— sino que también dejaron una impronta indeleble en el español que hoy hablamos.

Celebrar el Día de la Hispanidad es un ejercicio de memoria histórica, pero también de proyección hacia el futuro. No se trata de glorificar el pasado sin autocrítica, sino de reconocer que la historia no puede leerse con los ojos del presente ni reducirse a relatos simplistas de víctimas y supuestos verdugos. La historia hispánica es la historia de un mestizaje único, que dio origen a sociedades diversas, vibrantes y resilientes.

Invito a todos a reflexionar con serenidad sobre lo que nos une. Frente a la fragmentación del discurso global, la Hispanidad nos recuerda que es posible construir identidad desde la mezcla, el respeto y la dignidad compartida.

Hoy, más que nunca, celebremos lo que somos: un puente entre culturas, un legado compartido, una lengua que nos une.