Por Diego M. Jiménez.
Signo de los tiempos Signo de los tiempos
Helio Jaguaribe y Juan Carlos Puig fueron dos intelectuales que pensaron una teoría de la política exterior denominada autonomismo. Una visión original, oriunda de esta parte del mundo, adecuada a las dimensiones y posibilidades geopolíticas de dos potencias medianas como Brasil y Argentina. En los 70/80 se produjeron sus textos más relevantes y luego, sus visiones se mantuvieron vigentes, con muchas relecturas y críticas, en el mundo académico argentino y brasileño.
Ambos sostenían que los países debían incrementar sus grados de autonomía política por medio del multilateralismo, para aumentar el poder sobre sí mismos, apoyándose en alianzas con otros países de intereses similares. El MERCOSUR, por ejemplo, fue una consecuencia de esas ideas. Esa estrategia les permitiría compensar las asimetrías con las grandes potencias en cuestiones económico comerciales y estratégico militares, incrementando poder en la dimensión político diplomática. Influenciar, aumentar el denominado "poder blando", para lograr objetivos propios y regionales. Una receta interesante y realista.
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Eran los años de la Guerra Fría y sus ideas intentaban quebrar la trampa del mundo bipolar, reafirmando principios como la soberanía, la resolución de las controversias por medio del derecho internacional y la autodeterminación.
El mundo cambio sustantivamente, las alianzas multilaterales están en crisis y los liderazgos estabilizadores escasean o no existen. Pero las ideas de Puig y Jaguaribe tienen vigencia en un mundo que brinda opciones de alianzas y mercados diversos. Sumado a que potencias como China, EE.UU., Rusia y la UE están más concentradas en sus propios intereses que en construir decisivos liderazgos globales. El mundo aparece, entonces, como una tierra de oportunidades para quienes quieran sacar de él el mayor provecho posible. Para quienes quieran incrementar sus grados de autonomía, en un mundo interdependiente y con nichos de posibilidades.
Resulta anacrónica, desde este punto de vista, la alianza acrítica del gobierno argentino con EE.UU. e Israel y su entendimiento superficial de lo que significa Occidente y su tradición cultural. Algo, Occidente, diverso, dinámico y complejo. Además, el gobierno ignora el vecindario y, en él, a nuestro aliado histórico: Brasil. Una visión que, por ideología o desconocimiento, empequeñece el campo de acción internacional del país, afectando sus intereses.
No constituye un romanticismo conceptual traer nuevamente a la discusión la idea de autonomía, máxime porque no es un concepto absoluto, sino relativo. Siempre se da en relación a algo y es por ello, dinámico. Pero, claro, es político. Supone una decisión basada en una manera de ver el mundo. En las antípodas de la predominante en la actualidad, pero en sintonía con una larga tradición propia de la política exterior argentina. Esta visión no ignora las condiciones objetivas del mundo, sus poderes fácticos y las restricciones propias que afronta un país como el nuestro. Es a partir de ello que se diseña una estrategia. Recordemos que nuestro país, a pesar de su inestabilidad económica, es un país geográficamente grande, rico en recursos y estratégicamente ubicado. Sin dejar de mencionar sus atributos en recursos humanos y su influencia cultural en la región.
Resulta llamativo el largo tiempo que pasó esta última semana el equipo económico en Washington ajustando el plan económico, su base de sustentación y sus alcances. Algo a todas luces controversial, independientemente de lo que finalmente resulte de esa negociación para los intereses argentinos. Recordemos que todo plan económico es político y es esta ultima la que guía a la economía. Y lo político, es una cuestión soberana.
Toda política exterior tiene como objetico mejorar la vida de la ciudadanía y proteger los intereses nacionales. La ideológica visión del gobierno parece hacer dudar que esas metas sean llevadas adelante con solvencia, eficacia, realismo y autonomía.
Es un signo de esta época de extremos, el accionar del gobierno en materia internacional. Su praxis en ella, está atravesada por el amateurismo, la desprolijidad, la carencia de estrategias coordinadas y de funcionarios a la altura de las responsabilidades que tienen entre manos. Puig y Jaguaribe nos muestran, desde un pasado no tan lejano, que las alternativas a seguir pueden ser muchas, basadas en nuestros propios objetivos y que busquen un desarrollo integral del país.








