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Crónica del círculo de la guerra y el amor en un rosquete 

Por Belén Cianferoni.

07/12/2025 02:08 Viceversa
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Fui a la presentación del libro de Natalia Abdo. Ella me regaló la joya de presentarlo. Muy bello todo.

Pero no fue solo una presentación: todo lo que rodeaba la idea misma del libro de poesía era maravillosamente santiagueño.

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Comimos poemas con forma de rosquetes loretanos, de la mítica Chela de Loreto. Estuvimos en una editorial que imprime sus libros a pulmón, localmente, en Santiago del Estero. Al finalizar, nos entregaron artesanías de regalo de Nilda Sequeira. Incluso el aire de esa noche era santiagueño. Todo lo que se percibía tenía raíz, tierra y río.

Leer a Natalia es como cruzar el Dulce una noche de verano. Cuando el infierno del calor sube y el cuerpo pide alivio, el río te lo da. La escritura de Natalia también. Pero así como nuestra Mayu Mama es bondadosa, también tiene remolinos que te arrastran hacia lo profundo de su lecho, solo para obligarte a pensar.

*La guerra y el amor suceden* es eso: pensar los ciclos de la vida. Seamos sinceros: no estamos seguros de nada y, aun así, nos ponemos a rumiar mentalmente por todo. Que la economía no ayuda, que el supermercado, que la ropa, que el otro me odia, que soy gorda o flaca, que tardo en recibirme, que no publico ningún libro, que los impuestos, que la luz… que, que, que.

Tantos "que" atormentando la mente y el alma, mientras la vida sucede y nosotros perdemos tiempo. Afuera, un árbol sigue firme. El sol sale todos los días. El río continúa en su cauce. Y volvemos a ser humanos cuando sentimos lo que nos rodea.

El ciclo de la vida continúa redondito, como un rosquete. Dulce y amargo al mismo tiempo, como la vida misma. No es una colación exageradamente dulce como el alfajor Santiagueño, es una invitación para acompañarte en cada traguito.

Leo a Natalia y pienso en las posibilidades que se nos dieron y en las que se nos quitaron. Pienso en la vida de los areneros, de las madres, de los costureros, de quienes cocinan con sus manos el pan de cada día. Todo es genuinamente maravilloso porque es real. Porque se percibe. Porque está ahí, sucediendo, en la vida.

La guerra sucede en la vida. No lo niego, lo bueno es que termina. El amor sucede, y bienvenido sea. Hay que disfrutarlo porque también se acaba. Nada es eterno, y quizás ahí radica su valor.

Natalia escribe desde ese lugar incómodo y necesario: el de quien observa sin anestesia, pero con una ternura que no pretende salvarte, sino acompañarte. Sus poemas no prometen finales felices; prometen presencia. Y eso, en estos tiempos, es un gesto enorme. Natalia no sé cree poeta, pero ella no sabe que para ser poeta solo necesita los lentes, una visión de niño, un silbido de musa, y ella tiene todo eso. No necesitamos nada más que eso. Un libro no te hace poeta, pero tener esta hermosa visión de Natalia sí. Natalia nació poeta, pero este libro es su forma de aceptarlo, de permitirse a sí misma vivir la experiencia.

Esa noche entendí que leer poesía también es un acto comunitario. Que no se hace en soledad del todo, y a pesar de nosotros mismos. Que se comparte como el pan, como el mate, como el rosquete. Que cuando la palabra nace del territorio, vuelve a él convertida en abrazo.

Salí de la presentación con la sensación de que algo había encajado. Como cuando el río baja manso después del calor. Como cuando aceptamos que la vida, con su guerra y su amor, sucede igual. Y que escribir —y leer— es una forma digna de quedarse mirándola.

Es así, hasta el próximo domingo, hasta el próximo mate.

UN ALFILER

¿Sabrá que no es una espada

ni una flecha envenenada de Cupido,

que le espera el destino de sisar

para tapar los pavores del alma?

¿Sabrá que él es como una abeja 

que abreva aquí y allá

y que deja los puntos 

por donde seguirán las tijeras, 

el camino de los lápices

que demarcan los cuerpos 

por hacer civiles nuestra furia?

Esos disfraces, prendas, nos alejan

de los harapos, aún cubiertos de buen gusto.

¿Sabrá que la rutina de ojales y botones 

descansa en su filo y su destreza;

que antes fue un cardo 

en el ajuar de un rey egipcio

su presencia entre collares 

de oro y piedras preciosas?

Una senda borroneada de papel

manteca sobre la mesa de un taller 

lo abriga.

Acaso sepa de su puntada

en la vida cotidiana, la tuya y la mía.

¿Sabrá que, a veces, se oxida y abandona 

el callo artrítico de la modista

para volverse un alambre simple junto 

al dedal vacío?

¿Sabrá que puede quedar huérfano

en un basural, o que tal vez sobreviva 

doblado,

haciendo las veces de un anzuelo, 

de un gancho final?

FORTUNA

Observo cruzar la vaca impávida,

con su cencerro abre la tarde.

Y luego al caballo, cuya lengua enlaza

los berros, el pasto, el poleo y los rábanos.

Somos tres en la estancia silenciosa,

donde solo el agua habla con certeza,

mientras aterriza una telaraña en mis hombros

como una mañanita de lino gris.

El calor incendia a las iguanas,

que huyen a sus cuevas, y queda

detrás suyo un sendero, una huella.

Y las hormigas y abejas las acompañan,

regresan a prodigar más Edén a esta parcela.

Yo permanezco guarecida por el crepúsculo,

que abre su botín de monedas anaranjadas.

Con ellas pago una cuenta centenaria.

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