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La consistencia de la enfermedad

03/09/2019 07:13 Opinión
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La consistencia de la enfermedad La consistencia de la enfermedad

Por Nicolás Jozami. Escritor

Si la existencia de vida es algo asombroso, del mismo modo podemos pensar que su naufragio, la falta de ella, también lo es. Pero el tema que quiero tratar, acá, es el de la esencia discursiva de la enfermedad, ese vaivén entre la vida y la falta de ella, donde se juegan variables cuya trayectoria tramposa habilita a tornar, a decidir sano o no a alguien.

La enfermedad es la falta de salud, aunque no existe el exceso de esta última. He allí la paradoja que se une a aquella que plantea que desde que nacemos, lo hacemos para morir. Aunque, como sosegadamente decía Montaigne “¿por qué, pues, temes tu último día, si no contribuye a tu muerte más que todos los otros?” (“De cómo filosofar es aprender a morir”, Ensayos I, XIX).

En la literatura se pone la trampa sintáctica al descubierto; la enfermedad es la ilusión que envuelve a la sanidad con su telaraña. Nos detendremos en un ejemplo. El cuento es de Dino Buzzati, se titula Siete pisos, y es una muestra de lo que entendemos por salud y enfermedad. Giuseppe Corte, con una ligera e incipiente dolencia, llega al lugar donde se encuentra una famosa clínica privada. Allí descubre pronto una particularidad espacial que le causa asombro. “Los enfermos se hallaban repartidos por pisos, dependiendo de la gravedad de su estado (...) Este singular sistema, además de agilizar el servicio, impedía que un enfermo leve pudiera verse turbado por la proximidad de un colega agonizante y garantizaba un ambiente homogéneo en cada piso”.


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La cuestión, es que el protagonista se verá envuelto en enredos que lo harán descender piso a piso (en esa torre que emula el modus operandi viajero del infierno dantesco) tan involuntaria como incomprensiblemente. Accede bajar al sexto, porque no hay lugar en el séptimo para una persona que ha llegado recientemente. El quid, es que los traslados de Corte no tienen que ver con razones médicas, que son las que lo han llevado allí. Pese a su queja, en el sexto piso le explican que puede ser curado eficazmente porque los métodos terapéuticos allí son más efectivos.

Luego de una subdivisión (que establecen los jerarcas de la clínica), trasladan la mitad de los pacientes del sexto al quinto piso. Corte queda en la mitad que debe descender. El enojo por lo sucedido, por ese traslado injusto, permiten a los doctores diagnosticarle una dolencia estacionada; junto a ello, el protagonista descubre un eccema en la pierna, por lo que los médicos deciden que eso es independiente de la enfermedad por la cual ha llegado. Debe ahora hacerse un tratamiento con rayos gamma. ¿Dónde se encuentra el aparato?, consulta casi cómplice, Giuseppe. Ya sabrán la respuesta.

Buzzati aclara que, en el cuarto piso, Corte pasó unos días tranquilos, pero “no había vez que no acabaran hablando de la enfermedad.” La obsesión por la cura es el canal que permite a uno de los médicos, decirle que los mejores especialistas están dispuestos de abajo para arriba, y que en el tercer piso él podrá pensar con menos fuerza en la sanación definitiva. El profesor Dati -le aclara el médico- es quien ha planeado todo, y sus directivas, pierden efecto o se desvían a medida que van subiendo de piso. “él es el inventor del tratamiento que se practica aquí, (…) él, el maestro, se encuentra, por decirlo así, entre el primer y el segundo piso. Desde ahí irradia su fuerza directiva. Pero le garantizo que su influjo no llega más allá del tercer piso: se está abajo, y abajo hay que estar para recibir los mejores tratamientos.”


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Michel Foucault, analiza en El nacimiento de la clínica (1953) la programática de la mirada clínica en la tríada del espacio, el lenguaje y la muerte. Lo que a Corte no pueden explicarle es la esencia de su padecimiento; parecen rodeos verbales para aislarlo de su propia idea y sensación de sanidad. Condillac -dirá Foucault- es quien traduce las sensaciones en un lenguaje que parece autónomo, y que describiría lo que no puede ser descrito más que con una sintaxis específica de su campo. “Más allá de los síntomas, no hay esencia patológica: todo en la enfermedad es fenómeno de sí misma…” (El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. Siglo Veintiuno editores. 2001, p 133), como un rulero que no tuviera fondo.

Como filósofo del saber, el autor indicará aquello que, en espacio, tiempo y sobre el propio cuerpo, es dominio del dispositivo medicinal: “… en la descripción que autoriza la transformación del síntoma en signo, el paso del enfermo a la enfermedad (…) se anuda, por las virtudes espontáneas de la descripción, el vínculo entre el campo aleatorio de los acontecimientos patológicos y el dominio pedagógico en el cual éstos formulan el orden de su verdad”. (Ibíd. P 164)


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Cundo Corte intenta indagar sobre la esencia de su dolencia, Dati podría haberle respondido con este pasaje foucaultiano: “Un hombre tose, escupe sangre; respira con dificultad; su pulso es rápido y duro; su temperatura aumenta: otras tantas impresiones inmediatas, otras tantas letras, por así decir. Todas reunidas, forman una enfermedad, la pleuresía: ¿Pero qué es entonces una pleuresía?... Es el concurso de estos accidentes que la constituyen. La palabra pleuresía no hace sino trazarlos de una manera más compendiada”. (P 172)

No voy a contarles el final del cuento de Buzzati. Tampoco sé cuán sanos o enfermos estemos. Lo que sí sé, con Charles Baudelaire, es que, como Corte, los sanos viven inquietos por su opuesto: “Esta vida es un hospital donde cada enfermo está poseído por el deseo de cambiar de cama. Este querría padecer junto a la estufa, y aquél cree que se curaría frente a la ventana”. (“Anywhere out of the world”, XLVIII, en Pequeños poemas en prosa).


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