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La economía argentina poselectoral: restricciones, coyuntura y estructura

02/11/2019 21:27 Opinión
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La economía argentina posee múltiples problemas en la actualidad: aumentos en los niveles de pobreza e indigencia, alta inflación, caída del producto, volatilidad en el tipo de cambio, restricciones en el acceso al crédito internacional, altos niveles de endeudamiento, déficit fiscal, déficit cuasi fiscal y déficit de cuenta corriente, entre otros.

Las visiones económicas ortodoxas (manifestadas, por ejemplo, por economistas como el candidato presidencial José Luis Espert) poseen un diagnóstico simple: la causa de nuestros problemas es la “falta” de liberalismo en la administración de la economía. Por ende, resultaría necesario reducir el tamaño del Estado hasta el mínimo posible, privatizar las empresas públicas y desregular y liberalizar los “mercados”. En este sentido, como consignas recurrentes aparecen la apertura irrestricta de la economía, la flexibilización del mercado de trabajo y la privatización hasta de la salud y la educación.

Esta mirada, en el caso particular de nuestro país,se complementa con el argumento de que desde que se abandonó el liberalismo, hace 75 años, la Argentina empezó a involucionar progresivamente hasta dejar de pertenecer al selecto club de los países desarrollados, que supuestamente empezamos a integrar a fines del siglo XIX y principios del X|X, cuando éramos conocidos mundialmente como “el granero del mundo”.

Sin embargo, cualquier análisis profundo, no atado al dogmatismo liberal, permite ver que estos discursos son falsos. Quienes proponen para nuestra economía las recetas del Consenso de Washington, lo hacen como si nunca se hubieran aplicado en nuestro país, como si desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no hubiéramos experimentado en ningún momento la reducción del tamaño del Estado, la flexibilización del mercado laboral o la apertura irresponsable de la cuenta de capitales.

En este sentido, Argentina ha sido uno de los países donde más profundamente se han puesto en marcha políticas económicas de corte liberal. La dictadura que gobernó durante el periodo 1976-1983 comenzó con un proceso que profundizó Menem en los noventa (privatizando hasta un recurso estratégico como el petróleo, cuestión que no se observó ni siquiera en Chile con el cobre), el cual generó crisis recurrentes con impactos cada vez más fuertes: crisis de la deuda de 1982, hiperinflaciones de 1989-1990 y mega crisis del 2001. Así, claramente se observa cómo en los últimos 75 años el liberalismo tuvo un protagonismo continuo e intenso durante al menos un cuarto de siglo.

Por otro lado, la decadencia argentina no comenzó en 1945 como lo indica el discurso ortodoxo, sino a mediados de los setenta, tal y como muestran Pablo Gerchunoff y Lucas Llach en su libro de historia económica titulado “El ciclo de la ilusión y el desencanto”: “Mientras que en las décadas de posguerra la Argentina logró finalmente un crecimiento relevante, y si perdía posiciones frente a algunos países las ganaba frente a otros, verificar el desempeño comparativo del país desde mediados de los 70 en adelante se parece menos a un ejercicio de historia económica que a uno de masoquismo” (2010, p. 461). Así, mientras que entre 1945 y 1975 el ingreso per cápita del país se duplicó, entre 1975 y 2001 permaneció prácticamente estancado.

Este ejercicio histórico de desmitificación de la duración y del origen de la decadencia nacional, resulta fundamental para comprender nuestro presente y pensar nuestro futuro. Sobre todo, porque en los últimos años una nueva oleada económica liberal se ha hecho presente en la Argentina con la promesa de resolver los problemas macroeconómicos que azotaban al país. Sin embargo, en estos tiempos nos encontramos con que algunos de los problemas previoshan empeorado, como la inflación; otros han mejorado, como el déficit energético o el déficit comercial, pero a expensas de dolarizar las tarifas o reducir las importaciones mediante una recesión; y nuevos problemas han aparecido como el doloroso aumento de la pobreza y la indigencia, el incremento del endeudamiento público (y en dólares), el descontrol del tipo de cambio, la recesión, la desindustrialización o la “bola” de Leliq del Banco Central.

El futuro de nuestra economía depende del contexto internacional y de la manera en que se aborden internamente los problemas estructurales y coyunturales. En cuanto al primero, el conflicto comercial entre China y Estados Unidos y las turbulencias políticas en América Latina no generan un ambiente favorable para el desarrollo. Sin embargo, pueden surgir eventos no previstos en el mundo que modifiquen a nuestro favor los condicionantes internacionales. Por otro lado, en relación con las segundas, el nuevo gobierno debe considerar las restricciones con las que se topará.

 

Restricciones

En primer lugar, el perfil de vencimientos del capital e intereses de la deuda pública hace que resulte imposible afrontar las obligaciones con los acreedores. Según datos del Ministerio de Finanzas, considerando solo el sector privado y el año 2020, se deben 33 mil millones de dólares en concepto de capital e intereses (es decir, sin sumar la deuda con el sector público y con organismos bi y multilaterales).

En segundo lugar, si bien el desplome de las importaciones causado por la recesión y el aumento del tipo de cambio ha permitido alcanzar superávit comercial, la falta de dólares sigue siendo un problema para el país. El incremento en el pago de intereses representa el principal motivo por el cual no se ha equilibrado la cuenta corriente de la balanza de pagos, ya que pasamos de pagar trimestralmente 1400 millones de dólares a fines del 2015 en concepto de intereses, a más del doble en la actualidad (3700 millones fue el monto en el segundo trimestre de este año).

En tercer lugar, si bien el discurso liberal hace énfasis en la necesidad de que el Estado no “viva por arriba de sus posibilidades” y, por ende, evite el déficit fiscal, durante los primeros años del gobierno de Cambiemos, a pesar de las fuertes reducciones en los subsidios energéticos, el déficit fiscal se incrementó (al igual que el déficit de cuenta corriente). La causa principal de este fenómeno se encuentra en el desfinanciamiento del Estado, generado por la reducción de las retenciones a las exportaciones de commodities, la casi eliminación del impuesto a los bienes personales, la rebaja de contribuciones patronales, entre otras. Luego del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, si bien el déficit primario (es decir, el que no incluye el pago de intereses) se redujo, el déficit financiero (que sí lo incluye) permanece en niveles elevados, con un valor acumulado hasta septiembre mayor a 2% del PBI, según información publicada por el Ministerio de Hacienda.

Por lo tanto, paralelamente al desarrollo de políticas que permitan mejorar nuestras condiciones estructurales y coyunturales, el próximo gobierno deberá lidiar con estas restricciones. En esta dirección, una de las primeras medidas a tomar es la reestructuración de la deuda pública. Existen diferentes alternativas para ello. Lo ideal sería llevar a cabo una auditoría completa de la deuda pública y un censo de acreedores, ya que el endeudamiento actual deriva del de la última dictadura militar. Estas acciones serían importantes para tener toda la información necesaria para negociar de la mejorar manera posible la reestructuración, incluso podría ocurrir que parte de la deuda sea ilegal y no corresponda pagarla. Otra posibilidad es que se considere que toda la deuda es legítima y se negocien cambios en los contratos que sean beneficiosos para la Argentina pero que no ataquen el problema de raíz.

 

El dólar

Otra decisión que debe tomar el nuevo gobierno está relacionada con el tipo de cambio, con el dólar. Lo más probable es que un nivel alto del tipo de cambio como el actual sea la norma, ya que el próximo presidente ha declarado que le parece razonable. Esto se encuentra en consonancia con el modelo económico del primer kirchnerismo (2003-2007), basado en un tipo de cambio competitivo y superávits gemelos. Entonces, el desafió con respecto al dólar no estará en el nivel sino en la volatilidad. La centralidad que tiene esta divisa para la economía nacional, no sólo en términos económicos, sino también en términos sociales, políticos y hasta psicológicos, vuelve fundamental su seguimiento. Para ello es necesario un plan de desdolarización de mediano plazo, como el llevado a cabo por países como Brasil, con historias similares a la nuestra en términos de inflación, crisis y defaults. Es una incógnita si en el consenso que pretende construir el próximo gobierno este plan sea una realidad. Lo que posee mayor probabilidad es queencuentren un fin las políticas que fomentaron la dolarización estos años, a través de la desregulación financiera.

La pobreza

Además, de la deuda y el dólar, el próximo gobierno debe ocuparse rápidamente del incremento de la indigencia y la pobreza acontecido en los últimos años. Si bien la pobreza estructural requiere de un enfoque multidimensional y de políticas estructurales, la urgencia se encuentra en atender los incrementos de la indigencia. Es importante tener en cuenta que el indicador de pobreza que publica el INDEC muestra el porcentaje de la población que no posee los ingresos suficientes para comprar una canasta básica que posee productos alimenticios y no alimenticios, mientras que la indigencia solo considera bienes alimenticios. En otras palabras, cuando esta última aumenta, un porcentaje mayor de la población posee problemas para alimentarse. Según el último informe del INDEC, durante el primer semestre de este año el 7,7% de la población se considera indigente, mientras que en el 2016 este número era de 6,1% (además, las condiciones de vida vienen empeorando desde las PASO). Si bien el compromiso del próximo gobierno es con la eliminación del hambre, el mayor desafió se encuentra en si será capaz y/o si podrá reducir la pobreza estructural del país.

 

La inflación

Un cuarto problema macroeconómico para afrontar es la inflación, que viene acelerándose en los últimos años, ya que de los índices de 25% anual de la primera mitad de esta década, pasamos a valores cercanos al 50% tanto en 2018 como en este año. La estrategia monetarista, que incrementó la tasa de interés a valores que limitan fuertemente la actividad productiva y que redujo la demanda agregadacausando una fuerte recesión, no fue eficiente. Tener en cuenta la puja distributiva como causa central de una inflación como la nuestra resulta central para llevar a cabo una política antiinflacionaria exitosa, imitando los ejemplos de países como Colombia o Israel. Un acuerdo de mediano plazo es fundamental para ello. Entre los planes del próximo gobierno, un acuerdo entre trabajadores y empresarios aparece entre las propuestas. La capacidad y la posibilidad de generar amplios acuerdos de mediano y largo será fundamental para la política antiinflacionaria, en particular, y para toda la política económica, en general.

Estos cuatro problemas coyunturales son solamente una parte del rompecabezas económico argentino. Resulta difícil avanzar hacia objetivos estructurales sin considerar estas cuestiones, tal vez prioritarias. El crecimiento sostenido, la creación de empleo, el cambio en la matriz productiva, complejizándola y volviéndola más intensiva en el uso de tecnología, la integración estratégica al mundo que permita potenciar nuestras capacidades económicas, el mejoramiento del nivel de vida de la población en sentido amplio, entre otras cuestiones, dependerán de la manera en que resolvamos estas y otras urgencias, pero fundamentalmente de que realicemos las reformas estructurales que venimos esquivando hace décadas. l

 

(*) Mgter. Becario Doctoral del CONICET, Profesor Adjunto de la Facultad de Humanidades, Cs. Sociales y de la Salud, Unse


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